Baz Luhrmann ha sido siempre uno de mis directores favoritos. He perdido la cuenta de las veces que habré visto 'Moulin Rouge'. Siempre he pensado que 'Romeo + Julieta' es, con sus pequeños problemas, una de las adaptaciones del relato más originales. Incluso llegué a disfrutar de la criticada 'Australia', por muy tediosa que me resultara al final. Cualquier nuevo proyecto de este cineasta tiene, de primeras, mi atención desde el minuto uno. 'El gran Gatsby' no iba a ser menos.
Y es que el australiano siempre me ha parecido uno de los pocos directores con personalidad, con ese algo más, que circula por el circuito general de cines, que puede dirigir una película de alto presupuesto que sea distinta a las demás. Eso sigue quedando patente en su último trabajo, aunque parezca lejana ya esa originalidad total que demostró en su París de principios de siglo XX.
La novela de F. Scott Fitzgerald es, para los norteamericanos, lectura de Selectividad. Es decir, prácticamente todos los estadounidenses han leído la historia narrada por Nick Carraway en algún momento de sus vidas, por lo que estamos hablando de palabras mayores. Los intentos anteriores de llevarla al cine no salieron precisamente muy allá, y en esta ocasión sigue pareciendo que la novela no está hecha para ser contada en el ámbito cinematográfico. Por suerte, Luhrmann nos permite disfrutar de una ambientación, una puesta en escena, sin igual. Algo es algo.
Nick Carraway, el narrador de la historia, se traslada a Nueva York en busca de lograr amasar una fortuna en Wall Street, a pesar de que su sueño es ser escritor. Pero su vida cambiará totalmente cuando se reencuentre con su prima, Daisy Buchanan, casada con un deportista adinerado, y su nuevo vecino, Jay Gatsby. Este hombre misterioso le cautivará con sus lujos y fiestas, pero pronto aprovechará su amistad para volver a cruzarse en la vida de Daisy.
Me sumo a la lista de personas que creen que la novela estaba esperando a que Baz Luhrmann la adaptara para captar esa revolución que supuso la década de los 20 en Norteamérica. Con su particular forma de mezclar lo antiguo con lo nuevo, el director nos sumerge en una "rave" de jazz mezclado con dance, excesiva y ostentosa. Un escenario que no podía pegar mejor, y que nos ofrece una magnífica primera parte de la película. El ritmo frenético y la estética de videoclip, tan características del cineasta, vuelven a deslumbrar, a capturarnos. Es excesivo por todas partes, es una locura, es, de nuevo, una absoluta genialidad. Bellísimo, y con un aprovechamiento impresionante del 3D. Un arranque soberbio, que por desgracia pincha para no regresar.
Hacia la mitad de la película, cuando pasamos a la relación de Gatsby con Daisy, Luhrmann echa el freno, apaga la música, y vuelve a confirmar nuestros temores. La fiesta no va a volver, y nos encontramos con una parte farragosa, confusa y aburrida. Aunque tiene sus puntos de intensidad emocional realmente remarcables, es a partir de la mitad cuando descubrimos por qué este libro tiene muy difícil traslación al cine, y es que los personajes están mejor dibujados con las letras en las páginas de la novela. Hasta en lo visual, el director vuelve a un toque recatado en el que está claramente incómodo, como ocurría con 'Australia'. Sólo en los intensos momentos finales volverá a intentar captar nuestra atención, tristemente perdida a esas alturas.
Si exceptuamos ese ascenso y caída narrativo, 'El gran Gatsby' es realmente interesante en muchos otros aspectos. Por ejemplo, el interpretativo. Carey Mulligan es muy convincente como la niña bien de Nancy, con cara de mosquita muerta, pero con la delicadeza suficiente para mantener esa belleza visual del largometraje. También llega a sorprender Joel Edgerton como el algo irascible marido. Leonardo DiCaprio destaca por encima de todos, demostrando que es como el buen vino y sigue superándose. Es todo un Gatsby, enigmático, conquistador, un soñador empedernido, un gran acierto del director el de volver a contar con él, saca mucho más de él de lo que hizo en su día con el joven Romeo. El único que sobra en la historia es Nick Carraway, y lo mismo ocurre con Tobey Maguire, una clara demostración de lo poco efectivo que puede resultar el conseguir un trabajo por enchufe.
Recuperado su barroco toque personal
En el caso de lo visual, como ya he remarcado, Luhrmann vuelve a su mejor época, la del barroquismo 'Moulin Rouge'. Y, de hecho, 'El gran Gatsby' roza en muchas ocasiones la idea de descarado plagio de su cinta de 2001. Un narrador melancólico que cuenta todo con su máquina de escribir, las fiestas coloridas y desconcertantes, el exceso por el exceso... Hay hasta planos que parecen descartes de la historia de Satine y Christian. Esto no es para nada malo, su toque personal sigue plasmado en cada fotograma, siendo un apartado sobresaliente. Encantará a los que ya se vieron convencidos por sus anteriores trabajos, y horrorizará a los que no le tragaron jamás. Eso es algo que nunca ha escondido.
El apartado sonoro es, también, todo un acierto. Ya de por sí la idea de la banda sonora que ha creado junto a Jay Z es una genialidad, una amalgama de viejo y nuevo que queda como anillo al dedo para la estética de la película. Pero, además, la parte instrumental, de nuevo de Craig Armstrong, es una preciosidad que ha llegado a enamorarme. Muy similar a 'Moulin Rouge' en este aspecto también.
'El gran Gatsby' ha terminado resultando dos películas distintas. La primera parte vuelve a estar firmada por el mejor Baz Luhrmann, el que nos deleita con su fantástico espectáculo visual y sonoro, quizás menos original que antaño, pero igualmente merecedor de nuestro tiempo. Y una segunda parte que cuenta con los defectos que ya habíamos visto en 'Australia', perdiendo a muchos por el camino. Sin embargo, salvando ese detalle, el arriesgado aire viejo/nuevo de estos años 20 es capaz de mantener al cineasta en la lista de esos directores que seguirán cautivando y horrorizando a partes iguales.