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CRÍTICA

'El hombre de las mil caras': El pícaro de los pícaros

Alberto Rodríguez ('La isla mínima') retrata la vida del "espía" Francisco Paesa, recordando cómo ayudó a Luis Roldán a huir del país... y luego le entregó. Una de esas historias reales que dejan con la mandíbula en el suelo.

Por Jesús Agudo Más 23 de Septiembre 2016 | 13:54
El redactor más veterano de esta web. Palomitero y fan de que las series estrenen un capítulo por semana.

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Los titulares se repiten. Cada día salta un nuevo caso de corrupción, un nuevo ladrón en un puesto de poder comete un error y es "cazado" por los medios. Pero los españoles parecemos ser inmunes a todo eso. Se ha convertido en algo tan normal que ya no nos sale indignarnos. ¿O es que será cierto que no hay nada más español que aplaudir, aunque sea en privado, al pícaro? Id al cine a ver 'El hombre de las mil caras', y comprobad si es así. Porque realmente dan ganas de aplaudir.

El hombre de las mil caras

Una vez más, la realidad supera a la ficción. Pero hablamos de ficción, como ha dejado muy claro Alberto Rodríguez, director de la magnífica 'La isla mínima', cuando habla de su nuevo largometraje. La cinta está centrada en la vida del "espía" Francisco Paesa, concretamente en su papel en la huída de Luis Roldán del país y posterior detención. A pesar de que ese caso abrió infinidad de informativos y acaparó un montón de portadas en los periódicos, es difícil de saber a ciencia cierta nada de Paesa, más que nada porque engañó a todo el mundo. Si hasta se le dio por muerto, hasta que unos cuantos años después le pillaron vivito y coleando. ¿Cómo a nadie se le había ocurrido llevar semejante historia al cine, si es uno de los mejores planteamientos que jamás se le podía ocurrir a un guionista? Con la ventaja de que, encima, está basado en una historia real.

Pues probablemente porque ahora viene mucho a cuento, porque es una forma de mostrarnos a esa gente que nos roba día tras día y cómo muchos de ellos lo hacen con poco (o nulo) cargo de conciencia. Rodríguez, muy dado a mostrarnos la cara B de nuestro país, construye un thriller de una factura magnífica, en la que se nota que el presupuesto ha sido bien invertido. La reconstrucción de esos años 90 es estupenda, desde las casas a la ropa, los peluquines o esa atmósfera de humo de cigarrillos, pasando por el uso de fragmentos de los telediarios, que nos trasladan directamente a finales del siglo pasado. El director sigue creciendo y se ha llevado consigo a su equipo habitual, que también van subiendo el listón con cada película que hacen. Quizás no tenga una fotografía tan hipnótica como la de 'La isla mínima', pero es muy difícil superar muchos aspectos de aquella visita a las marismas del Guadalquivir. Sin embargo, la factura técnica de la cinta es impecable.

El hombre de las mil caras

La película empieza de forma frenética, repasando los anteriores "hitos" de la vida de Paesa (Eduard Fernández) antes de que Roldán llamara a su puerta. Entre ellos: vender misiles a ETA, eso sí, con localizador, convirtiéndose en pieza clave de una de las mayores operaciones contra la banda terrorista en la época. Todo contado con música cañera (la banda sonora es otro gran punto de la película) y un montaje muy rápido, dejando claro que todo esto solo puede ir a mejor. Entramos de lleno en la historia. Luego llegan Roldán (Carlos Santos) y su mujer (Marta Etura) con sus millones, robados de las arcas públicas, pidiéndole que les ayude a salir del país y a proteger su dinero y un par de pisos. Paesa accede, y con ayuda de su amigo Jesús Camoes (José Coronado), piloto y amante de la aventura, inician la operación que les llevará a París. La historia es bien enrevesada, más todavía cuando un servidor era bastante pequeño cuando sucedió todo esto, pero la película consigue hacerlo muy fácil de entender.

El nudo es el problema de que esta cinta no sea tan redonda como lo fue 'La isla mínima'. La película de 2014 no daba tregua en ningún momento a pesar de su sobriedad, mientras que 'El hombre de las mil caras', también bastante por las circunstancias, pierde mucho fuelle en el tramo central. Normal, porque Roldán no puede moverse del piso en el que está en París, y eso dificulta mucho que la historia sea tan trepidante como al principio. Sí que resulta muy interesante este segmento por la disección de las personalidades de estos personajes, gente deleznable que debería pudrirse en la cárcel, pero con la que no podemos evitar empatizar mínimamente, sobre todo gracias a las portentosas interpretaciones de Eduard Fernández y Carlos Santos. Fernández está absolutamente inmenso, derrocha el carisma y la picardía que debe de tener alguien que lleva décadas mintiendo a todo el que se le pone por delante, y encima saliéndose con la suya, pero dando ese matiz de soledad que tiene alguien que, en realidad, no tiene una vida real. Y Santos está de Goya, no solo por la transformación física en el ex director general de la Guardia Civil, sino por la sangre fría que muy pronto se torna en desesperación cuando se ve solo y perdido, más cuando su mujer se vuelve a España para declarar. Qué pena que Marta Etura no tenga mucho tiempo en pantalla, porque es otra que está fantástica.

El hombre de las mil caras

Pero las interpretaciones no logran salvar ese valle rítmico en el que se mete la película, y tampoco ayuda Coronado como el narrador de la película, cuyo personaje es mucho menos interesante que los demás, y que incluso llega a dar la sensación de que podría no salir, y tampoco pasaba nada. En este punto intermedio de la historia seguimos viendo "trabajar" a Paesa, metiendo esta vez a un iluso Juan Alberto Belloch, Ministro del Interior del PSOE, y aspirante a la Presidencia, que quería colgarse la medalla de la captura de Roldán a toda costa, y acabó siendo el hazmerreír del país. También entra en escena la sobrina de Paesa (Alba Galocha), que es la que ayuda a su tío a hacer desaparecer el dinero de Roldán. Poco a poco, vamos recobrando el interés, hasta que llegamos al final, que de nuevo es una auténtica locura. Todo con el espectacular fin de fiesta que son "los papeles de Laos", con los que Paesa deja en ridículo a un Gobierno, a su cliente, y casi a España entera, mientras él se va de rositas. La película consigue dejarnos con la mandíbula en el suelo y recupera esa sensación que nos daba el principio de la película. Deja, de hecho, con un gran sabor de boca a pesar del frenazo del medio. Alberto Rodríguez vuelve a sobresalir con esa sobriedad que vimos en su anterior película, aunque sea más efectivo cuando le mete el turbo al principio y al final. Es una historia que merece fuegos artificiales.

Sentimientos encontrados

Porque la vida de Paco Paesa lo tiene todo, y por desgracia, aunque sea un hombre deplorable, casi es imposible no darle el crédito de que, si ha conseguido llevar esta vida durante tanto tiempo, que sea como un gato y siempre caiga de pie, que le diéramos por muerto (hasta Alberto Rodríguez admitió que estaba convencido de que ya habría fallecido) y que justo el día de la premiere de la película en el Festival de San Sebastián haga su reentrada triunfal en la portada de una revista, es un poco también para quitarse el sombrero. Hablaba al principio de ese rasgo tan español que es decir eso de "si tú estuvieras en su lugar, también lo harías", de endiosar al pícaro, al ladrón, al corrupto (o por lo menos pensar que todos haríamos lo mismo en su pellejo). Lo de Paesa es el extremo más loco, pero ojalá 'El hombre de las mil caras' nos haga recapacitar sobre todo lo que está pasando a nuestras espaldas y que, ahora que estamos mucho más informados que en los 90, sigamos viéndolo como si fuera lo más normal. El retrato de Paesa que hace Alberto Rodríguez es todo un espectáculo, pero no deja de ser un eco de lo que vemos día sí y día también en las noticias. No serán historias tan llamativas o rocambolescas como la de 'El hombre de las mil caras', pero el resultado es el mismo. Nosotros perdemos.

Nota: 7

Lo mejor: Un principio y un final frenéticos. Eduard Fernández y Carlos Santos, de Goya.

Lo peor: Que hacia la mitad pegue el frenazo que pega.