Su nombre era Srinivasa Ramanujan. Puede que algunos sepan de quién se trata; a otros muchos les resultará totalmente desconocido. Pero lo cierto es que el protagonista de 'El hombre que conocía el infinito' fue un importante matemático que cambió para siempre la forma de afrontar esta materia y cuya sapiencia surgió en el lugar más insospechado: la India colonial de principios de siglo XX. Allí creció este genio autodidacta que ha marcado el devenir de cientos de estudiosos que a posteriori se han beneficiado de sus contribuciones en campos como el análisis matemático, la teoría de los números, las series y las fracciones continuas. Con su arduo trabajo y un talento innato consiguió viajar a Inglaterra en 1914 para entrar en la Universidad de Cambridge, teniendo que dejar atrás a su familia y sus costumbres. Allí, el reputado y solitario profesor G. H. Hardy (Jeremy Irons) sería su gran valedor hasta que víctima de la tuberculosis pereció ya de vuelta en la India con tan solo 32 años.
Una historia que bien merecía ser reflejada en una película, la que ahora se ha aventurado a llevar a cabo el cineasta británico Matt Brown (en lo que prácticamente supone su ópera prima tras la modesta 'Ropewalk' en 2000) basándose en el libro homónimo escrito en 1991 por Robert Kanigel. La empresa era complicada; así lo demuestra la examinada acogida que sufre cada biopic que llega a la cartelera de vez en cuando. Para afrontar el reto, el director reclutó al rostro indio más internacional del momento, Dev Patel, al que por edad, talento y proyección el papel le venía como anillo al dedo. ¿Pero ha dado Brown con la tecla? ¿O todo ha quedado en otro discreto intento de biopic?
Lamentablemente, y a pesar de tratarse de un proyecto más que correcto en todas sus formas, Brown trata de abarcar la vida y obra de Ramanujan desde tantas perspectivas y con tantos conflictos de por medio que al final lo hace todo de una manera ciertamente superficial y apresurada, diversificando la atención de la carrera profesional del protagonista en dramas familiares de dudoso calado y que por momentos se tornan ridículos. A eso le sumamos un ritmo narrativo que se puede considerar de todo menos intenso, por lo que quizá hubiese sido más interesante centrarse en las primeras etapas de (no) formación de este intelectual autodidacta. ¿Cómo llegaron las fórmulas a la mente de Ramanujan? ¿Fueron fruto de un talento innato, de dónde surgió la inspiración? ¿Qué cotas habría alcanzado el matemático de no haber sufrido una muerte tan prematura?
Nada más comenzar la película conocemos a un Ramanujan que ya ha sobrepasado la adolescencia y que se enfrenta a los quebraderos de cabeza propios de la sociedad y la cultura de su época y lugar de origen. El joven lidia con una madre sobreprotectora a la que debe mantener y un enorme talento al que solo puede dar rienda suelta en sus ratos libres tras emplearse a fondo en un trabajo de peón administrativo que no le corresponde. Más tarde conoce a la que será su mujer, dando inicio así a una historia de amor que poco o nada tiene que ver con la original, ya que en la vida real Ramanujan se desposó a través del clásico matrimonio concertado hindú con una joven muchos años menor que él. En cambio Matt Brown decide apostar en la ficción por el sentimentalismo más convencional, trazando las bases de un romance que se convierte en melodrama cuando Ramanujan consigue un pasaje a Gran Bretaña para tratar de cumplir sus sueños como matemático y ver publicado su trabajo.
El drama se traslada así a la Universidad de Cambridge, donde además de adolecer de morriña, Ramanujan ha de enfrentarse a los impedimentos que supone la segregación racial en la sociedad inglesa durante la I Guerra Mundial. Esa parte de la historia podía ofrecer el cariz amargo y reflejo del sufrimiento que se echa en falta, pero definitivamente se queda a medio camino en su propósito. Y es que el conflicto se plantea con apenas unas pinceladas del drama real que podía suponer en aquella época ser un indio sin formación académica en medio de la élite intelectual británica. Un camino lleno de piedras en el camino representado con dos o tres escenas que no hacen justicia a lo que a buen seguro tuvo que soportar el protagonista.
De igual manera, Brown se pasea por la infancia del matemático casi de puntillas, sin hacer hincapié en el origen de su innata y extraordinaria capacidad. No cabe duda de que ese es el gran elemento diferenciador de la historia, dando lugar a muchas preguntas sin resolver; incógnitas que ni siquiera se plantean en el largometraje. Al final, los títulos de crédito arrojan más luz sobre la vida y obra del matemático que la propia película, y eso habla de la poca profundidad que plantea el guion a pesar del extenso metraje del que dispone (casi dos horas de duración).
Valientes interpretaciones
En cuanto a la labor de Dev Patel cabe resaltar que el proceso de mimetización con el personaje era harto complicado. El propio Patel reconoció que el único material del que disponían eran fotografías y el legado matemático del protagonista. "No había vídeos ni entrevistas para saber cómo hablaba, nada", explicó el intérprete. Pero lo cierto es que el actor hindú consigue insuflarle la entereza y el carácter enigmático que, al menos sobre el papel, merece Ramanujan. También Jeremy Irons convence en su papel del profesor G. H. Hardy, dando vida como nadie a un impertérrito matemático cuyo único amor son los números. Fijándonos en los secundarios es de destacar la amable y tierna interpretación de Toby Jones en el papel del profesor Littlewood, que aporta un toque de cercanía y calor humano en medio de la fría Inglaterra.
Por otra parte la ambientación también termina resultando agradable sin llegar a mostrar, eso sí, ningún alarde de grandeza. El trajín del académico a la par que bullicioso Cambridge se deja palpar en cada escena, pero por encima de ello destaca el sólido y convincente retrato de la india colonial, apoyándose en escenas de paisajes o tan solo edificios que teletransportan al espectador por un segundo a un mundo tan lejano en el espacio y la memoria que resulta del todo inimaginable.
Una mente maravillosa
Queda claro que llevar a cabo un biopic requiere de gran maestría y nunca resulta tarea fácil, más aún si hablamos de una figura tan compleja y con infinitos matices como la de Ramanujan. 'Una mente maravillosa' (2001) es el paradigma del saber hacer en estos códigos. En la cinta de Ron Howard se plantea el conflicto entre la esquizofrenia y el asombroso talento del personaje interpretado por Russell Crowe, mientras que Ramanujan (a pesar de padecer varias y relevantes dolencias a lo largo de toda su vida dadas las condiciones de la época) se enfrenta a las convenciones sociales y el drama familiar que supone emigrar de su país natal. Un retrato, en apariencia, igualmente solvente a la hora de ser trasladado a la gran pantalla, pero cuyas formas no convencen como las de tan encumbrado proyecto.
También caben las comparaciones con la igualmente brillante y más reciente 'The Imitation Game (Descifrando Enigma)' (2014). La historia del matemático británico Alan Turing (Benedict Cumberbatch) que ofrece un retrato desgarrador y atrayente de una figura clave en el desenlace de la II Guerra Mundial y que más tarde sería repudiado por su propio país y juzgado por su condición homosexual (hasta el punto de llegar a quitarse la vida). Puede que algún espectador también recuerde positivamente 'La teoría del todo', la representación más íntima y vital de la historia de Stephen Hawkins que le valió el Oscar a Eddie Redmayne.
Todas ellas historias que combinan ligeras demostraciones matemáticas (en según qué caso más o menos espectaculares visualmente) con elementos personales que tiñen la trama de drama y sentimiento. Pero siempre llevadas a cabo con fórmulas directas y una buena dosis de arrojo y corazón, un plus que decante la balanza entre lo correcto y lo conmovedor, y eso es justo lo que le falta a 'El hombre que conocía el infinito'.
La de Ramanujan es una historia sin parangón que abrió las puertas a muchos de sus compatriotas en tiempos convulsos y que ha inspirado a toda una generación de matemáticos. Por desgracia, su traslado al séptimo arte no ha conseguido explotar ese potente calado y carga dramática, por lo que el largometraje no resonará en nuestra memoria pasadas unas semanas. Un guión sin apenas citas memorables y que desde luego no llega a dar cuenta de la grandeza que se le presupone al protagonista, alguien que cambió la forma de ver las matemáticas para siempre y que luchó contra cualquier obstáculo que se interpuso en su camino. Un relato plagado de talento y muestras de sacrificio que merecía ser contado, aunque quizá desde otro ángulo. En definitiva, una historia de película para una película sin historia. Y es que la emoción, por suerte, no es una fórmula matemática.
Lo mejor: La historia real de sacrificio y superación que hay detrás de la película.
Lo peor: La fractura temática y el convencional sentimentalismo con que se aborda.
Nota: 5