Fue con 'Two Lovers', su penúltima película, cuando el neoyorquino James Gray me confirmó que era capaz de estar a la altura de los grandes nombres del cine norteamericano contemporáneo y convertirse en uno de los autores más interesantes del Hollywood actual. Ya me demostró con 'La otra cara del crimen' que lo suyo era hacer dialogar el género propiamente americano con los anclajes realistas del cine proveniente de Europa. Pero fue con la antes mencionada 'Two lovers' cuando comprendí que no era sólo una cuestión de género -en concreto el noir, el único que había tratado-, sino que su impronta personal iba más allá de las convenciones clásicas del cine de gánsteres al impregnar en una historia típicamente romántica, una atmósfera melancólica y afligida deudora del Bergman matrimonial o del Rossellini de 'Viaggio in Italia'.
Si 'Two Lovers' fue un paso al frente en su filmografía, 'El sueño de Ellis (The Immigrant)' es una vuelta al universo formal que mejor ha sabido retratar -el del crimen, los bajos fondos y las bajezas humanas- pero, esta vez, envuelto en una neblina melodramática y una narrativa casi sinfónica que fácilmente evocan al profundo estado de depresión en el que se encontraba Rachel Weisz en 'The deep blue sea' de Terence Davies. La película abre con un plano de la Estatua de la Libertad vista con los mismos ojos de aquél pequeño Vito Corleone que desembarcaba en Ellis Island en busca de un futuro próspero en la ciudad de los sueños. En esta ocasión, la que escapa a Nueva York es Ewa, una inmigrante polaca sumida en la pobreza que la Primera Guerra Mundial ha dejado en su país. Al serle denegada la entrada, se ve obligada a colarse clandestinamente en EEUU de la mano de Bruno, un hombre aparentemente encantador que resulta convertirse, al mismo tiempo, en su salvador y su verdugo.
Es precisamente esa dualidad, la que Gray establece entre ambos personajes, lo que resulta más interesante del filme. La historia gira en torno a su relación de dependencia. Ambos se necesitan el uno al otro -ella por el dinero y él por su amor- pese a que los dos saben que su convivencia sólo puede generar destrucción. Marion Cotillard, con su mirada apocada y su lívido rostro, pronunciando casi sin fuerza cada una de las palabras que salen de su boca, construye una mujer apaleada por el destino, condenada a un viacrucis físico y espiritual que la empareja a las sufridoras mujeres que pueblan el cine de Von Trier. Una mártir, como lo era Renée Jeanne Falconetti en 'La pasión de Juana de Arco' de Dreyer -ver la secuencia del confesionario- a la espera de un milagro que la salve y la libere de esa culpa interior contra la que lucha día a día. Joaquin Phoenix, por contra, es un lobo con piel de cordero, un hombre sin escrúpulos nacido de los suburbios que, paradójicamente, encuentra en Ewa su (im)posible redención.
Ambos son supervivientes en huída constante. De ahí que los mejores momentos del filme -y los de su filmografía- sean cuando una atmósfera de tragedia se apodera de la narración dispuesta a castigar a sus personajes por todos los pecados que han cometido. Como si de un ecuánime demiurgo se tratase, Gray se dedica a repartir Justicia entre sus personajes en determinados momentos puntuales de la historia consiguiendo, así, las escenas más potentes del filme.
Personajes llenos de matices
Quizás, los momentos más flojos de la cinta vengan de la mano del personaje de Jeremy Renner. No por su interpretación, sino porque se trata de un personaje atípico en el mundo que Gray nos representa. El cineasta nos descubre un universo tan definido, con unos personajes tan cargados de matices y claroscuros que, cuando entra en escena el personaje de Renner, tan plano y sin ninguna escala de grises, el contraste es tan extremo que parece un extranjero proveniente de otra película completamente distinta.
Salvando este aspecto concreto y admitiendo que no se trata de una de sus mejores historias, 'El sueño de Ellis (The immigrant)' sí que es, sin lugar a dudas, el mejor trabajo de Gray a nivel formal. Bellos detalles como la narración de una elipsis mediante el marchitar de una flor o la conclusión final con un magistral plano para el recuerdo, demuestran que el talento de este cineasta aún no ha vislumbrado su techo.