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CRÍTICA

'El último acto': El ocaso de la fama

El escocés Brian Cox brilla en esta sencilla producción, en la que interpreta a un anciano actor con párkinson que se replantea su forma de afrontar los últimos días de su vida.

Por Alejandro Rodera Herrero 11 de Noviembre 2016 | 12:23

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La opulencia es la característica inherente a aquellos actores pertenecientes al star system que viven en una mansión con más baños que dormitorios. En ese ambiente se mueve Michael Gifford, el protagonista de 'El último acto'. Un actor retirado en una casa más propia de Winston Churchill que de un anciano solitario, cuya única compañía son las dos o tres personas que le cuidan a él y al espacio en el que vive. El párkinson fue la causa de su ostracismo profesional y, sobre todo, de su exilio personal, escondiéndose del sensacionalismo barato que puede difuminar su brillante pasado con el decadente presente.

Brian Cox y Coco Konig en 'El último acto'

Recientemente, Olivier Assayas se sumergió en las fosas más profundas de la personalidad de una reflexiva actriz veterana, que se replanteaba su carrera y su futuro en 'Viaje a Sils Maria'. Ese ejercicio retrospectivo, sin la misma profundidad ni intensidad, es el que experimenta Gifford en la nueva película de János Edelényi, la primera en siete años. Brian Cox es el gran atractivo de una cinta que puede pasar por invisible debido a su extrema ligereza, pero que consigue elaborar una tierna relación entre ese anciano y su nueva cuidadora, que es una joven húngara con aspiraciones en el mundo de la interpretación. Cox carga con una naturalidad tremenda el peso de este trabajo que, debido a su liviano planteamiento, podría haber pasado por tv movie de no ser por el esfuerzo camaleónico del actor escocés, que al mismo tiempo atrae por su aspereza, típica de ogro, y su inevitable fragilidad, de alguien que sabe que su fin está cada vez más cerca en el horizonte de la vida.

El contraste con la joven interpretada por la debutante Coco König enriquece la película, otorgándole mayor interés y permitiendo conocer más al reticente protagonista, al que poco a poco vamos accediendo y empezamos a tenerle cierto cariño. El desprecio a las minorías y el olvido de las estrellas que sienten que se van apagando también tienen cabida, sobre todo el segundo elemento, que es el que provoca que Gifford se vea a sí mismo de joven en sus producciones de Shakespeare. El dramaturgo inglés podría ser perfectamente el tercer protagonista de la película, ya que la pasión que el anciano profesa por él le lleva a parafrasearle siempre que puede, regalando los oídos al público y enfatizando al mismo tiempo en su férreo vínculo con el pasado en el que lo tuvo todo entre sus manos. Edelényi trata con mucho respeto la enfermedad que padece el protagonista, sin excederse a la hora de mostrar sus efectos más crueles, lo cual despoja del drama más crudo a la película, que tampoco habría asimilado debido a ese tono sencillo.

Brian Cox en 'El último acto'

Pasado, presente y futuro

El resto de personajes no tienen mayor interés, pero afortunadamente son Gifford y su cuidadora los que más copan la pantalla. Las inseguridades y los miedos que dimanan de esa enfermedad se ven paliados sobre todo por la optimista mirada del director, que culmina con una secuencia final que cambia las grandes palabras por los pensamientos más sinceros. Para mantener esa alegría latente en los momentos duros, el humor juega su papel habitual en este tipo de producciones que evolucionan por inercia, pero además se le suma la hipnótica química entre Cox y König, que intensifica el drama y la comedia hasta puntos que en el guion habrían sido difíciles de imaginar. En definitiva, 'El último acto' no tiene la consistencia de un trabajo que se mire con la misma nostalgia que Gifford a sí mismo, pero sí que conforma un entrañable pasatiempo que da alas al poder de la interpretación.

Nota: 6

Lo mejor: Brian Cox se hace con el papel protagónico y lo borda, permitiendo añadir a su filmografía un título más en el que no se limita a ser un secundario resultón. Y también, descubir a König, a la que veremos de nuevo en 'Assassin's Creed'.

Lo peor: Esa falta de intensidad que resta trascendencia a la cinta, pero que al mismo tiempo le favorece para no tomarse demasiado en serio.

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