Con 'El último lobo' Jean-Jacques Annaud vuelve a dejar patente su buen ojo para plasmar las mejores imágenes en cada plano, pero evidencia que sus mejores años ya quedaron atrás con una historia que nos deja tan fríos como el paisaje mongol. La naturaleza virgen, el choque (o contraste) que se produce entre la tradición y el progreso y la poco sutil metáfora de que el hombres es un lobo para el hombre son las claves de este relato auspiciado por la todopoderosa China.
Ambientada en una aislada región del interior de Mongolia, en 1967, y a partir del libro autobiográfico de Jiang Rong, la película nos presenta a Chen Zhen, un estudiante de Beijing que ha de pasar dos años conviviendo con una tribu nómada para enseñarles a leer y escribir en chino, así como las bondades del régimen. Este periodo alejado de las comodidades de la capital sirve para que Zhen cobre conciencia del mundo y transite por el siempre duro camino de la maduración, al tiempo que se enamora de los lobos y se convierte en un defensor de estos.
Como decía al principio visualmente estamos ante toda una joya. Annaud cuida cada encuadre para que sus planos transmitan la majestuosidad de los parajes filmados. Mongolia es una gran desconocida a nuestros ojos y el autor lo aprovecha para sorprender con sus imágenes. El cineasta sabe qué rodar y cómo hacerlo para explotar al máximo las posibilidades que le ofrece el entorno; algo que se aprecia también -y especialmente- en el trabajo con los lobos. Como hiciera ya en, por ejemplo, 'El oso', los cánidos son pieza central del discurso, funcionan como un personaje de igual importancia que los humanos, pues su relación con estos condiciona ciertas situaciones y conflictos que hacen avanzar la trama y define en buena parte la evolución del personaje protagonista.
Menos lobos Caperucita
Es difícil empatizar con Chen Zhen -el protagonista- y aceptar como verosimil su defensa de los lobos cuando se ha pasado media película buscando la forma de capturar una cría porque se ha encaprichado de ellos y quiere tener uno como mascota.
Detalle este al margen. El problema que tiene 'El último lobo' como adaptación es que confunde sus prioridades narrativas. La experiencia del protagonista con los cánidos, que tendría que servir como maguffin o como vehículo para tratar los temas "importantes" de la historia, copa todo el foco de atención, relegando a un segundo plano el que debería de haber sido el centro del relato (según la opción que parece tomar): la crítica al avance desmedido de la China industrializada a costa de romper el equilibrio entre el hombre y la naturaleza, representado en la coexistencia entre la tribu nómada con la que convive y los lobos.
Así pues, como análisis histórico y social queda como una oportunidad perdida. Y como relato de maduración tres cuartos de lo mismo. Principalmente porque Zhen carece de carisma, no engancha al espectador. Salvo en contadas ocasiones -y principalmente en comedia- un tipo que se pasa el día quejándose y no termina de caer bien a nadie lo tiene muy complicado para engatusar al público y lograr que este le acompañe en su periplo. La desconexión hacia sus vivencias se evidencia desde muy pronto y ni el conato de romance -abocado al fracaso- con una lugareña endereza la situación. Jean-Jacques Annaud se muestra distante y apático hacia su protagonista y centra sus esfuerzos en el plano formal de la película. El público lo percibe y la película se resiente.
'El último lobo' es una excelente postal de los paisajes que ofrece el interior de Mongolia, y un buen reclamo para quien quiera adentrarse en el género documental de corte naturalista. Por lo demás, prescindible.