En tiempos de escasez de ideas, cualquier fuente de inspiración es buena. En realidad, cualquier potencial caldera de oro es buena. Por naturaleza, los estudios de Hollywood son estructuras conservadoras, reticentes a abrirle sus puertas a novedades arriesgadas. A comienzos de los setenta y los noventa, los cineastas estadounidenses más relevantes se filtraron en el entramado de las majors ante la necesidad de airear las bases de la industria cinematográfica. Por cuestión de ciclos, una nueva rebelión debería desatarse en Hollywood ahora mismo -llámenla Netflix o asimilar que ver el cine en su medio natural es una tradición en declive-, pero llega el fin de semana y nos encontramos con 'Emoji: La película' en la cartelera.
La nueva película de animación de Sony Pictures ha costado una cifra ridícula, 50 millones de dólares, para los presupuestos que suelen manejar las grandes producciones animadas originales ('Del revés (Inside Out)': 175 millones; 'Vaiana': 150 millones). De esa manera Sony mantiene su tendencia de no excederse con la inversión en proyectos que pueden resultar fácilmente rentables. Un caso similar al de 'La LEGO película', que costó 60 millones y fue todo un éxito de taquilla. Pero la película de Phil Lord y Chris Miller contaba con un valor añadido muy importante: una imaginación desbordante aplicada con gran ingenio. Un atributo del que carece 'Emoji: La película', una producción ejecutada con prisas, en tan sólo dos años, para saciar la curiosidad del público lo antes posible.
Una precipitación que no favorece a una película que no logra echar a andar. Como era de esperar, el filme se compone y avanza a partir de chascarrillos inofensivos y poco elaborados sobre los iconos que dominan nuestras conversaciones cotidianas. Una blancura aséptica, que calará instantáneamente en los más pequeños, educados y amansados comúnmente por una pantalla. Sin embargo, el nulo riesgo de la propuesta, que recurre al manido mensaje de aceptación de lo diferente sin mojarse demasiado, dejará insatisfecho a todo aquel que entre a la sala cine buscando una original inmersión en el mundo que encierra su smartphone. A su favor, la ciudad de los emojis desprende un cierto atractivo, pero éste se va desvaneciendo a medida que el protagonista, Gene, y sus amigos van saltando de una aplicación a otra en busca de pulsar en algún momento la tecla correcta para activar el interés y la empatía del público.
'Emoji: La película' trata de sumergirse en la críptica psique adolescente, unas arenas movedizas en las que es muy fácil quedar atrapado. Al igual que se ahoga en esa atmósfera, el viaje por el ilimitado mundo de las aplicaciones se acota de una forma demasiado simplista. Con rápidos vistazos a YouTube, Candy Crush o Just Dance se pretende arrancar alguna sonrisa sin demasiado esmero, y de hecho en alguno de ellos las imágenes son bastante bellas y elaboradas a nivel conceptual (como en Spotify), pero las previsibles relaciones entre unos personajes arquetípicos tiran por los suelos el diseño del amplio mundo del teléfono móvil.
Al igual que sucedió con 'Angry Birds', también de Sony, 'Emoji: La película' es un proyecto innecesario, injustificado más allá de las razones monetarias. Un trivial entretenimiento estival en el que los niños se declaran su amor con versos de Rihanna y los excrementos tienen estatus de aristocracia. Algunos detalles graciosos, balas perdidas que nos alcanzan de vez en cuando, quedan sepultados por una planitud insalvable, que impide rascar más allá de una superficie ya conocida.
Nota: 3
Lo mejor: Su breve duración.
Lo peor: La impotencia de ver cómo proyectos de mayor potencial cualitativo quedan sepultados mientras los estudios hacen este tipo de películas a pares.