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CRÍTICA

'En realidad, nunca estuviste aquí': Como una pesadilla de la que no podemos despertar

Joaquin Phoenix interpreta a un torturado cazarrecompensas en la nueva y brutal película de Lynne Ramsay, 'En realidad, nunca estuviste aquí'.

Por Antonio Miguel Arenas Gamarra 24 de Noviembre 2017 | 14:18

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Todas las habitaciones de hotel cuentan con un mapa que nos señala dónde se encuentra la salida de incendios. En él se nos advierte de las acciones a tomar en caso de evacuación. Para facilitar nuestra localización en el edificio, un punto rojo indica la posición de nuestra habitación bajo el epígrafe "You are here". Precisamente, la nueva película de Lynne Ramsay comienza en la habitación de un hotel, y lo hace siendo fiel al estilo visual recurrente en su cine, el de filmar cuerpos y rostros cortados, negándose a ofrecer un plano general de la escena en busca de un punto de vista sensorial y elíptico. Una idea que primará por encima de la narración a lo largo del metraje de 'En realidad, nunca estuviste por aquí', una de las múltiples razones que la convierten en un extraño objeto fílmico a celebrar.

Joaquin Phoenix en 'En realidad, nunca estuviste aquí'

En esa secuencia, un personaje del que aún no hemos visto su rostro, pero que más adelante comprobaremos se trata del interpretado por Joaquin Phoenix, se encarga de recoger sus pertenencias, borrar todas sus huellas y no dejar rastro de su presencia tras un crimen. Porque en realidad, él nunca estuvo allí. Y la película desde entonces tampoco nos ofrecerá un mapa para situarnos, simplemente obtendremos imágenes, retazos y fragmentos de sus actos, como el del personaje de Joaquin Phoenix limpiando un martillo manchado de sangre, desde los que tendremos que reconstruir la información para obtener una visión general (de su pasado y de la trama) que aunque siempre será incompleta, resulta en mayor medida sugerente.

Esa imagen del martillo, un arma a la que volverá la película a continuación y que plasma la visceralidad de su personaje, es una de las primeras con las que arranca la última película de la directora escocesa, que se encuentra entre las creadoras de imágenes más personales e intransferibles de la actualidad, pero a la que está costando demasiado encontrar acomodo en la industria. Película tras película, en su afán por buscar un lenguaje propio, se confirma como una outsider a tener siempre muy en cuenta. Después de ausentarse del rodaje de 'La venganza de Jane' y finalmente abandonar el proyecto por disputas con el productor debido al control del montaje final, ha tardado más de cinco años en volver a dirigir otro largometraje tras 'Tenemos que hablar de Kevin', cuya transformación de drama familiar a película de género guarda no pocas similitudes con la deriva que emprende en su última película.

Joaquin Phoenix en 'En realidad, nunca estuviste aquí'

Mientras aquella, protagonizada por Tilda Swinton, partía de un minucioso estudio psicológico hasta convertir esa historia materno-filial en una película de terror, especialmente a partir del uso simbólico del cromatismo en las imágenes, en esta ocasión el viaje al que invita al espectador recorre caminos paralelos. 'En realidad, nunca estuviste aquí' arranca como una película de género, no en vano adapta una novela criminal escrita por Jonathan Ames ('Bored to Death'), nos introduce en la psicología del personaje y poco a poco, gracias al uso del montaje y de la música, transforma la película en una experiencia. Trasciende a su punto de partida y trata de adentrarse al máximo en el torturado estado mental de su protagonista mediante el uso del punto de vista y de las posibilidades del lenguaje cinematográfico, que Ramsay explora con más intuición que rigor, también hay que decirlo.

Joaquin Phoenix y nada más

En una de las mejores interpretaciones de su carrera, por la que fue premiado en el Festival de Cannes, Joaquin Phoenix da vida a a un ex-marine que trabaja como cazarrecompensas en Nueva York. Vive con su anciana madre, sufre ataques de ansiedad, su orondo físico está repleto de heridas y cicatrices, es perseguido por imágenes y recuerdos de su infancia y dedica las noches a rescatar a niñas menores de edad que han sido secuestradas. O eso podemos sospechar, porque Lynne Ramsay (de)construye el personaje y la narración omitiendo cualquier explicación lógica y racional a su comportamiento, no lo juzga ni trata de justificarlo. Simplemente le acompañamos en su brutal viaje al fin de la noche y de sí mismo, tratando así de expiar sus demonios.

Joaquin Phoenix en 'En realidad, nunca estuviste aquí'

La clave del estilo que imprime Lynne Ramsay reside en utilizar cualquier posibilidad que ofrezca el guion para explotarla visualmente. Por ejemplo, lo que en otras películas serían simples escenas de transición, ella lo aprovecha para reforzar la idea del título, de que su personaje en realidad nunca está ahí. Filma las calles de Nueva York con un enfoque documental gracias al que el personaje desaparece y reaparece constantemente, reforzando la idea de que nuestro protagonista no pertenece a este mundo. Una idea que se acrecentará a lo largo del metraje mediante el uso de la música (compuesta por Jonny Greenwood) y de flashbacks, que en lugar ayudarnos a explicar su pasado, funcionan a modo de disrupción estética, brevísimos insertos que rompen la continuidad narrativa y la lógica espacio-temporal de forma fascinante.

Más allá de sus constantes hallazgos visuales y de mutar del cine negro hacia las posibilidades expresivas del género de terror, la película es capaz de plantear con sutileza e inteligencia una trama criminal que rodea al poder político norteamericano, al mismo tiempo que cuenta con la sensibilidad suficiente para hallar ternura dentro de la violencia inherente a la propuesta y a su taciturno protagonista. El encuentro con una niña indefensa, obligada a madurar bruscamente, que comparte los traumas del personaje de Joaquin Phoenix, llevan a la película a otra dimensión, reflejada en esa secuencia final en la que el tiempo se detiene. La diferencia entre sueño y realidad se difumina, por fin terminó la pesadilla.

Nota: 8

Lo mejor: La secuencia de las cámaras de vigilancia y los guiños a 'Psicosis' en la relación materno-filial.

Lo peor: Lynne Ramsay se mueve más por intuición que por rigor. De haber incluido las veinte páginas del guion que tuvieron que saltar durante el rodaje sería más sólida.