Lin-Manuel Miranda, de origen puertorriqueño, nació en el barrio neoyorquino de Washington Heights en Manhattan, un vecindario donde la mayoría de la población es de origen latino. Personas dominicanas, ecuatorianas, cubanas, mexicanas y demás conforman una comunidad donde el español se oye frecuentemente por sus calles y las familias se eligen porque las de sangre están a kilómetros de distancia. Sobre su barrio, Miranda escribió en su segundo curso de universidad, con tan solo 19 años, el primer borrador de 'In the Heights', un musical que acabaría llegando a Broadway, ganando cuatro Premios Tony, una nominación Pulitzer y lo que es más importante, poniendo el foco y sobre los escenarios del circuito teatral más importante del mundo a las personas invisibles, las personas inmigrantes. Ese musical salta ahora, catorce años después de su primer estreno en formato largo, a la gran pantalla, un alegato en contra de la meritocracia que celebra las diferencias que nos unen a ritmo de salsa.
Aunque se piensa que hay un subregistro de la población hispana, en 2020 se calculaba que la inmigración latina suponía ya un 11.7% de la población total de Estados Unidos, unos 31.7 millones de personas, y, sin embargo, ni el cine de Hollywood, ni el teatro ni la cultura en general reflejan de manera constante o habitual esa multiculturalidad, un caleidoscopio de tradiciones y resiliencia silenciado. Por eso aquella obra escrita por cuatro manos puertorriqueñas, sobre un barrio dominicano y protagonizada por inmigrantes se convirtió en un éxito inmediato que permitió a un público ignorado verse por fin reflejado, escuchar su voz y soñar con un futuro. Y precisamente de sueños es de lo que habla 'En un barrio de Nueva York'.
La voz cantante la lleva Anthony Ramos, Usnavi, quien desde una playa paradisiaca le cuenta a un grupo de niños la historia de su Sueñito, el chiringuito que su padre dejó atrás cuando cambió de país buscando una oportunidad para su familia. A su alrededor bailan tantos personajes como etnias conviven en el vecindario, cada uno con una ilusión, una aspiración y un anhelo diferente. Y uno de ellos podría cumplirlo si se encontrase al misterioso ganador del boleto de la lotería premiado que ha vendido Usnavi.
En el calor sofocante del verano y mediante una paleta de colores vibrantes (obra de la directora de fotografía Alice Brooks), esas calles hechas de música y alegría reflejan las realidades más crudas de la vida en Washington Heights: una limpiadora jubilada que trabajó demasiado y nunca ganó lo suficiente para volver a ver su Cuba natal (la Abuela Claudia de Olga Merediz); un padre dispuesto a sacrificarlo todo con tal de ver a su hija triunfar donde él no pudo (Jimmy Smits); una chica que idealiza todo lo que está fuera del barrio y el centro de Nueva York como símbolo de estatus (Melissa Barrera); personas sin papeles obligadas a no existir, y Nina, interpretada por la debutante Leslie Grace, que carga con el peso de ser la primera de todo el vecindario en ir a una universidad de prestigio y siente la responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias, de representarlos a todos y abrir las puertas a los demás, como si una sola persona pudiese ejemplificar la dignidad de toda la comunidad. 'En un barrio de Nueva York' se concentra en ellos, en su vida cotidiana y en el tejido interno de sus relaciones, en sus conflictos personales, desprendiéndose de estereotipos y dejando fuera, aunque siga acechante, el injusto entorno racista que rodea esta especie de oasis en EE.UU. Y esto solo es posible porque detrás y delante de las cámaras hay un equipo de personas que comprende y comparte esa experiencia y esto la convierte, tristemente, en una película casi revolucionaria.
Un sonido efervescente
Los musicales tienen un idioma propio, un lenguaje que requiere además de la vista y el oído, mucho de corazón, dar un salto de fe al que no estamos acostumbrados y que también demanda de cierta paciencia. 'En un barrio de Nueva York' dura casi dos horas y media sin descanso entre actos y no es fácil ni para su coral guion mantener el ritmo constante, ni para el público la atención, aunque solo acabe especialmente resentida en su dimensión romántica. Lo que no te permite la película es predecir el siguiente acorde, no es una historia de estribillos y cada número musical es diferente, con una voz individual para cada uno de los personajes, respondiendo a los ritmos populares de sus países de origen. Un compendio de hip-hop, rap y baladas, boleros, salsa, flamenco y algo de merengue, un enorme mural pintado con spray de un fascinante ecosistema que rebosa energía y optimismo ante el futuro. Y qué sensación tan necesaria hoy día.
Los habitantes de Washington Heights tratan de mantener su identidad y la esperanza mientras luchan contra la gentrificación y la meritocracia. No es suficiente esforzarse, valer, creer ni querer si has nacido en el sitio equivocado. 'Paciencia y fe', la canción más conmovedora y cruda de la cinta, es un viaje al pasado en metro, de La Vibora en La Havana a Nueva York, para recordarnos todo lo que dejan atrás y la lucha que tienen que enfrentar quienes abandonan su hogar en busca de un mundo mejor. Imprescindible verla en versión original, especialmente en países de habla hispana, para disfrutar esa diversidad multicultural que impregna hasta la forma de hablar.
Al ser una adaptación teatral, una secuencia como la de la piscina donde el director introduce infografías, efectos especiales y un lenguaje cinematográfico imposible de reproducir en los escenarios, se desliga del material original y se apodera de la historia. En esto tiene mucho que ver la experiencia del director, Jon M. Chu, que comenzó su carrera curtiéndose en títulos como 'Street Dance' y 'Step Up 3D' y ha terminado arrasando en medio mundo con 'Crazy Rich Asians' (un 'In the Heights' asiático). La película rompe con esas limitaciones espaciales y se convierte en un espectáculo cinematográfico con su propio y extravagante diseño, desde maniquís que bailan en la peluquería a telas que van del cielo a las pupilas. También lo hace a través de aspectos más sutiles, como el pelo de Nina, que empieza liso y muy planchado cuando llega de Stanford siguiendo el canon estético occidental, tratando de integrarse y dejar de ser confundida con el servicio, y que poco a poco va recuperando su rizo natural mientras abraza sus raíces y encuentra la forma de pertenecer de verdad, desde la aceptación.
Celebra las diferencias, abraza lo que nos une
La fiesta final, 'Carnaval del Barrio', cuando todas las comunidades participan de un baile reivindicando con orgullo sus banderas, sus ritmos y su cultura, es mucho más que una mención a la tremenda pluralidad de latinoamérica, es reconocimiento y dignidad. 'En un barrio de Nueva York' no puede representar a todo el mundo (ha generado cierta polémica lo blancos que son sus protagonistas), esa es una tarea imposible para una película, su misión, como la de Nina, es reflejar la experiencia del inmigrante y hacer camino al andar. Para que siga siendo especial, pero deje de ser única.
Nota: 8
Lo mejor: Su espíritu reivindicativo de las diferencias culturales y unitarias de las comunidades latinas, su mensaje contra la meritocracia y la reconquista de Estados Unidos como hogar de los/las inmigrantes.
Lo peor: Las tramas románticas arrastran mucho la narración y en un musical eso llega a ser pesado.