¿Cuántas películas hay en una película de Tarantino? En 'Érase una vez en... Hollywood' es difícil contarlas. Está la principal, la historia de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor del Hollywood de los años 60 que está en crisis creativa y comercial (en la Meca del Cine los dos son inseparables), y que teme perder de una vez por todas su brillo de estrella con el cambio de paradigma que vive la industria del momento. En realidad, estructuralmente casi podríamos decir que hay dos películas, porque también están ahí, de fondo y entrelazándose con el drama de Dalton, las andaduras de la banda de Charles Manson que acabaría asesinando a otra actriz, Sharon Tate (Margot Robbie), la por entonces pareja de Roman Polanski.
Pero también es la película de una amistad entre dos hombres, Rick Dalton y su fiel doble de acción Cliff Booth (Brad Pitt), que ya es más chico del café, y chófer, y manitas, y cuya relación es un guiño directo a la que mantuvieron Burt Reynolds y Hal Needham. Cliff se mantiene leal e inseparable junto a Rick en esa jungla que es Hollywood, que los ha masticado pero no los ha tragado. Casi pueden tocar ese firmamento del que no llegan a formar parte, como cuando ven pasar a sus vecinos Polanski y Tate y se saben lejanos y ajenos a ellos.
Luego están las demás películas y series (por las que el cine de Tarantino siempre ha estado muy influido), las que se cuelan siempre dentro de los guiones de Tarantino; las que ven, y discuten y por las que viven los personajes, ya sean reales o ficticias. Como esa 'Bounty Law' que protagonizó Rick Dalton en los años 50, o 'La gran evasión', en la que se dice que Dalton podría haberle arrebatado el papel principal a Steve McQueen.
Puede que todas las películas que son 'Érase una vez en... Hollywood', una amalgama de historias y referencias, un bufet de influencias, intenciones, homenajes y guiños, lleno de divagaciones y desvíos, no sean la película más redonda de Quentin Tarantino. Sea lo que sea eso. Pero da igual, porque esto es una carta de amor.
La carta de amor de Tarantino
Una carta de amor a Los Ángeles, la ciudad en la que Tarantino se convirtió en el hombre que es. Los Ángeles y sus neones, sus carreteras llenas de coches con la radio siempre de fondo, sus estudios de grabación decadentes, sus cócteles que parecen ensaladas, sus desiertos y sus piscinas, sus urbanizaciones llenas de estrellas.
Una carta de amor, por supuesto, a esas estrellas. Nunca antes Tarantino se había mostrado tan humano y tan tierno con sus personajes. Se emociona y nos emociona con la desesperación y la pasión de los actores, con sus ansiedades, sus dudas y sus ilusiones. Leonardo DiCaprio interpreta uno de los papeles de su carrera, este Rick Dalton en crisis que no sabe que es Rick "Fucking" Dalton. Y Margot Robbie tiene un caramelo de personaje al que se ha acusado a Tarantino de no escribirle las líneas de diálogo suficiente. Una de las mayores estupideces que se han dicho en 2019, pues esta Sharon Tate no necesita abrir la boca para conmovernos y enamorarnos. Quizá porque Tarantino está enamorado de Margot Robbie, como lo estuvo de Uma Thurman, un amor que nos contagia, como el que siente por el cine, grabando a la actriz con devoción, como a una diosa. Robbie protagoniza uno de los momentos más bonitos de 'Érase una vez en... Hollywood', que no es una locura poner en paralelo con cierto momento de esa joya de los Javis que es el último episodio de 'Paquita Salas'. Y no necesita decir ni una palabra.
Una carta de amor a la virilidad, otro de los pilares de la obra del de Tennessee. Tarantino no será bisexual, pero como director está tan fascinado por las mujeres como por los hombres, a los que entiende como vaqueros de western: esa figura impasible y serena, ese animal herido que se lame con dignidad las heridas. El hombre que fuma, y fuma mucho; que escupe con fuerza, y lo hace sonora y visiblemente; el hombre que agarra firmemente el volante; el hombre que se tapa las lágrimas con las gafas de sol y que es fiel hasta la muerte a los que considera sus amigos y hermanos. Desde Marlon Brando y su camisa interior sucia no ha habido un hombre tan hombre como Brad Pitt subido al tejado con los abdominales al sol. Una figura que Tarantino sabe perfectamente que también vive su propio cambio de paradigma, así que podríamos considerar que 'Érase una vez en... Hollywood' es, en varios sentidos, una despedida.
Porque también es una carta de amor y de despedida a un sistema de producción que está muriendo. Un homenaje a esos proyectores, esas bobinas de 16mm y esas salas de cine con entradas a 75 centavos (que ahora serían unos 5 dólares, más o menos la mitad de lo que cuesta una entrada de cine). 'Érase una vez en... Hollywood' suena a canto de cisne de un director que no sabe qué viene ahora y no se siente especialmente preparado para ello, como Rick Dalton en plena entrada de los años 70.
Esperemos que este homenaje, que podríamos considerar tan definitivo como la 'Dolor y gloria' de Almodóvar, no sea también el principio de otra despedida: la del director con su trabajo. Tarantino lleva años amenazando con retirarse tras su décimo largometraje, así que solo le quedaría el último. Duele pensar en ello porque volver al cine de Tarantino es como volver a casa. Ver a Kurt Russell, a Michael Madsen y a Zoë Bell es como visitar a la familia. Sonreímos cuando entran en plano sus actores y también al toparnos con otros pies rodados en plano detalle. Esta vez son los de una Margaret Qualley (ay, 'The Leftovers') que está magnética y juguetona.
'Érase una vez en... Hollywood' está repleta de caras conocidas. Algunos no destacan demasiado (Timothy Olyphant, el fallecido Luke Perry en su último papel, Damian Lewis como Steve McQueen), otros como Al Pacino, Dakota Fanning, Lena Dunham, Bruce Dern o Mikey Madison (la hija mayor de la magnífica 'Better Things') sí brillan. Todos ellos evocan la idea de familia de Hollywood a la que también está haciendo un canto Tarantino. Una familia en la que, como en todas, hay diferentes estratos y ovejas negras (la historia del pasado de Cliff Booth da para un largo y acalorado debate en la era del #MeToo, y no creo que Tarantino lo ignore), y en la que, para formar parte de ella, hay que tener una casa en propiedad. Lo único que mantiene unida a esa familia es el cine, el pegamento que todo lo une.
Siempre fue el motor en Tarantino; no es casualidad que en una sala de cine, un santuario, es donde se consiguiera matar a Hitler en 'Malditos bastardos'. Pero más que nunca lo es en 'Érase una vez en... Hollywood'. El cine es refugio de la realidad y es sanador, como en Almodóvar y también como en la última de Campanella. Quizá no sea esta su película más redonda, pero sí podría ser la más trágica y la más romántica, su oda más explícita y desesperada; y con ella Tarantino nos recuerda, nos grita, nos clama: el cine nos salvará.
Nota: 8
Lo mejor: Leonardo DiCaprio y Margot Robbie y sus maravillosos papeles
Lo peor: Algún momento previo al tercer acto podría haberse quedado en la sala de montaje