Para su ópera prima, el barcelonés Santi Trullenque se atreve a adaptar una pieza teatral de Agustí Franch que ahonda en la historia poco conocida de Andorra durante la Segunda Guerra Mundial. Lo hace con 'El frío que quema', nominada al Premio Gaudí al mejor largometraje del año, con la que narra el miedo y el horror que vivieron los pueblos andorranos al estar en medio de una frontera que separaba la barbarie de la vida. Una propuesta que, además, explora cómo los odios viscerales propios de los pueblos profundos pueden desembocar en auténticas tragedias.
A pesar de ser neutral en la Segunda Guerra Mundial, Andorra vivió varias incursiones del ejército nazi tanto para caza judíos como a disidentes, refugiados o los pasantes que les hacían cruzar la frontera hacia la España franquista, territorio neutral en el conflicto bélico. Se calcula que el país de los Pirineos tuvo más de 50.000 desplazados que cruzaron sus fronteras para huir del horror de la Alemania de Hitler. Su situación era incómoda tras la caída de Francia y la creación del estado de Vichy, que provocó que los nazis campasen a sus anchas por territorio andorrano -a pesar de su neutralidad-, dado que Andorra es un principado y uno de sus copríncipes (el francés) era colaboracionista.
Aunque Trullenque no habla directamente de estos hechos, es innegable que estos forman parte esencial del largometraje, dado que narra cómo, en el invierno de 1943 (medio año antes de la liberación de Francia), en un pequeño pueblo de Andorra, un matrimonio, Sara (Greta Fernández) y Antoni (Roger Casamajor), se ven obligados a esconder a una familia de refugiados judíos en el altillo de su casa y cómo estos pondrán en riesgo sus vidas cuando un coronel nazi provoque el pánico en la zona con el objetivo de encontrarlos.
Trullenque, quien también firma junto con el propio Agustí Franch, crea un título en el que la tensión puede casi cortarse en rodajes en el ambiente opresivo que produce. El realizador sabe plasmar el miedo con el que vivían los pueblos andorranos, que eran presos de la sensación de impunidad que provocaban esas incursiones en un territorio que nunca llegó a estar ocupado oficialmente. Con este ejercicio Trullenque hace un film que pone el valor la memoria histórica y da voz a esos héroes anónimos que se jugaron la vida.
Una historia poco conocida que busca su lugar en la gran pantalla
Ahora bien, esa premisa resultaba interesante y bien podría haberla llevado Trullenque por la línea que trazó Fred Cavayé en la fabulosa 'Adiós, señor Haffmann'. Pero no, el realizador intenta darle un toque costumbrista a la cinta, poniendo como trama central los problemas y secretos familiares del matrimonio protagonista, dejando en evidencia cómo los odios y rencores en los pueblos es algo que se hereda y cómo estos sirvieron para crear falsas acusaciones en períodos bélicos. Trullenque se pierde demasiado en estos detalles, dejando en segundo plano la realidad de un país que vivió incursiones en su territorio a pesar de su declarada neutralidad.
Y es el querer ser dos películas lo que provoca que se quede en tierra de nadie. Al final, la trama nazi termina siendo una caricatura, con un villano plano lleno de manierismo que defiende como puede Daniel Horvath. Son sus actores los que salvan la cinta, pues Greta Fernández, cuya mirada es hipnótica, cuenta con un papel cuya fuerza interior nace del instinto de supervivencia, convirtiendo a su papel en el que más y mejor evoluciona. Es ella la que, finalmente, termina protegiendo al pueblo, con el doble esfuerzo de estar embarazada. Lo que podría ser fragilidad, Trullenque lo convierte en fortaleza, siendo una de las principales virtudes del film.
A ello se suma un cuidado aspecto técnico. Su fotografía, obra de Àlex Sans, sabe reproducir la crudeza del invierno, convirtiendo al film en una especie de cina del Oeste glaciar; su dirección artística y diseño de producción, firmado por Albert Arribas Forcada, sabe crear la atmósfera agreste propia de los pueblos, con el añadido de sentir una guerra; su vestuario, confeccionado por Anna Mangot, es sublime. Es también este apartado lo que eleva a la cinta y evita la sensación de estar visionado un telefilme.
'El frío que quema' peca de exceso de ambición. El querer ser dos películas provoca que se quede a medias en sus intenciones. A pesar de ello, Trullenque muestra un cuidado estético que bien le podría convertir en un notable director de cine de época. A ello se añade una buena dirección de actores, con un reparto que se entrega completamente a sus papeles.
Nota: 6
Lo mejor: Su apartado técnico y la hipnótica mirada de Greta Fernández.
Lo peor: Se queda a medias en su relato de los rencores de los pueblos y en su retrato de la situación de Andorra en la Segunda Guerra Mundial.