Aunque parezca mentira, Ridley Scott no tiene ningún Oscar, pese a haber sido nominado en cuatro ocasiones (tres como director, una como productor). Sin embargo, a sus 86 años, el cineasta británico sigue siendo el ejemplo de que los premios no significan nada, especialmente cuando tu nombre ha sido sinónimo de cine, entretenimiento y espectáculo durante cuatro décadas.
Scott pertenece al selecto grupo de directores que, pese a los inevitables traspiés de una carrera dilatada y prolífica, han sobrevivido después de disfrutar de su época de esplendor en los 70, 80 y 90, para seguir en lo más alto de la industria del cine a día de hoy. Después de títulos tan influyentes y fundacionales como 'Alien, el octavo pasajero', 'Blade Runner' o 'Thelma & Louise', Scott le dio al mundo en el año 2000 un nuevo clásico con 'Gladiator', el icónico péplum moderno que funciona como bisagra de su filmografía entre el siglo XX y el siglo XXI.
Scott no es uno de esos directores que reniega de sus grandes éxitos y se opone a revisitarlos, al contrario. Si ha seguido involucrado en el (irregular) desarrollo de la saga 'Alien' durante más de 40 años, tampoco ha tenido reparos en volver a la arena del Coliseo para continuar la historia de gloria y venganza que inició con Russell Crowe en la piel de Máximo Décimo Meridio. 'Gladiator II' llega a los cines 24 años después de la original, y Scott no oculta sus intenciones con ella: "Económicamente tiene sentido", declaraba el año pasado en una entrevista donde reconocía que la secuela existe porque la naturaleza cíclica de la industria se lo había pedido.
Sabiendo esto, sería fácil tachar 'Gladiator II' como un simple producto de la sinergia nostálgica que plaga los grandes estudios de Hollywood (y hasta cierto punto, lo es). Pero cualquiera que conozca mínimamente a Scott, sabrá que la palabra "simple" no se puede asociar a él en ningún caso. El regreso de esta propiedad -y su posible expansión más allá de una segunda parte- trasciende su naturaleza explotadora de IP en el momento en que nos sentamos en la butaca y descubrimos que Scott sigue plenamente en forma a sus 86 años y da igual la motivación detrás del proyecto cuando el resultado es otro gran espectáculo diseñado infaliblemente para conquistar al gran público.
Ecos del pasado
'Gladiator II' es una secuela continuista en muchos sentidos y está llena de guiños, conexiones y paralelismos con la primera entrega, que se recomienda refrescar antes de ver esta. "Los ecos del pasado siguen sonando en la eternidad" y la presencia de Máximo se puede sentir en todo el metraje. Scott y su guionista, David Scarpa, tiran de los hilos de su epopeya para mostrar las ramificaciones de lo ocurrido a dos niveles: sociopolítico y personal. La segunda parte explora, por tanto, qué ha sido de Roma en todo este tiempo, descubriendo que, oh sorpresa, el sueño de Marco Aurelio no se ha cumplido tras la muerte de Máximo (no tendríamos película si así hubiera sido), y cómo el legado del gladiador sigue vivo en Lucio, el hijo de Lucila (Connie Nielsen), que se ve forzado a entrar en el Coliseo para devolver la gloria a Roma, como lo hiciera su predecesor años atrás.
En sus dos primeros tercios, 'Gladiator II' es básicamente un remake de la primera entrega. Scott reproduce los pulsos de la historia original con uno de los actores del momento, Paul Mescal ('Aftersun', 'Desconocidos'), en el papel homólogo a Crowe. La secuela repite estructura narrativa y se apoya en los mismos puntos de inflexión: la batalla inicial, la tragedia, el mercado de esclavos, el primer combate, el estreno en el Coliseo, el enfrentamiento grupal... Scott rehace la historia paso a paso, solo que elevando considerablemente las cotas de épica, ambición y, por qué no decirlo, despiporre. En 'Gladiator II', todo es más grande, más numeroso (incluidos dos emperadores malvados por el precio de uno), más exagerado, más shakespeariano, más todo. Aunque no por ello mejor.
Esa justamente es la mayor baza del film, un mega-blockbuster con todas las de la ley en el que el principal objetivo es, de nuevo, entretener al espectador durante más de dos horas. Para lograrlo (y vaya si lo logra), Scott -presupuesto desorbitado de Paramount mediante- no escatima en despliegue y escala. Los impresionantes decorados reales le dan el aire de grandiosidad que merece la historia y la puesta en escena, como no puede ser de otra manera, es impecable. Por no hablar del vestuario y la dirección artística, a la altura de los requisitos del género. Es toda una alegría que una superproducción de Hollywood luzca como tal, que salte a la vista en qué se ha empleado el dinero.
Scott repite jugada con otra exhibición de poderío tras la cámara, recordándonos quién sigue siendo el jefe. Su vigorosa dirección levanta una empresa que, en manos de otro, se habría hundido bajo su propio peso. 'Gladiator II' es otro festival de acción de primera, con el dial de la violencia subido varios enteros, combates de una visceralidad animal que hace que sientas los golpes y huelas la sangre y el sudor, y un énfasis en la musculatura, la de la imagen y la de los cuerpos, siempre tensados y siempre listos, da igual las heridas o el agotamiento, para dar el mayor de los shows a su público hambriento.
El estelar reparto se entrega totalmente a la causa, aunque da la sensación de que la prioridad para Scott es siempre el espectáculo, no tanto las interpretaciones. De esta manera, Mescal cumple y lo da todo físicamente, pero no impresiona interpretativamente. Pedro Pascal le gana en peso emocional y carisma como Marco Acacio. Joseph Quinn y Fred Hechinger no conocen la mesura como los emperadores hermanos Geta y Caracalla, personajes mucho más caricaturescos (y ridículos) que el Cómodo de Joaquin Phoenix. Connie Nielsen encarna a una Lucila más al límite y no siempre da con la nota. Y Denzel Washington se los come a todos con el personaje más goloso y divertido de la función, Macrino, un perro viejo con el que el actor se lo pasa en grande construyendo una interpretación irresistiblemente anacrónica y desvergonzada para metérselos a todos en el bolsillo.
Más política, más oportuna
'Gladiator II' se rige bajo la ley del "si algo funciona, ¿para qué arreglarlo?", pero afortunadamente, no se queda en la mera fotocopia. Scott va siempre más allá, subiendo el listón y rizando el rizo (¿un Coliseo lleno de agua con tiburones, ¿por qué no?), pero se desmarca de la primera especialmente durante su tercer acto, en el que introduce los giros que rompen el esquema para concluir por todo lo alto con un final más grandilocuente y complejo. Si 'Gladiator' terminaba con un punto y final íntimo, 'Gladiator II' lo hace con varias exclamaciones, interrogaciones y puntos suspensivos.
También destaca su mayor desarrollo del trasfondo socio-político, con el que establece un puente muy oportuno entre la Antigua Roma y la actualidad. Que 'Gladiator II' llegue justo después de las recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos, donde Donald Trump ha ganado la Casa Blanca por segunda vez, es de un timing perfecto. No es que antes no hubiera tenido relevancia en este mundo surrealista y regresivo que vivimos, pero una historia sobre la ira, la violencia y la insurrección de un pueblo que ha perdido la fe ante líderes tiranos, megalómanos y sin muchas luces resulta especialmente actual.
En su objetivo permanente de alcanzar el más grande todavía, donde el realismo o la exactitud histórica nunca son lo más importante, 'Gladiator II' puede caer en las trampas del exceso. Las batallas en el Coliseo son una locura, pero no siempre para bien: distrae mucho el CGI de los animales (técnicamente no es malo, pero desentona) y a Scott se le va el tono de las manos a menudo, con momentos que pueden desorientar si intentamos adivinar las intenciones del director: ¿Está siendo mamarracho a propósito o es camp involuntario? (Me decanto por lo primero, pero con dudas). Además, la película es bastante machacona y repetitiva con sus diálogos, lo que hace que su mensaje se diluya entre el ruido de los brochazos.
Ahora bien, Scott demuestra que sigue sabiendo hacer películas con garra, pulso y ritmo. El director compensa las carencias con un indudable sentido del espectáculo y el entretenimiento, el cual, al igual que con la primera, reviste de lujo y pirotecnia un relato que no es tan profundo como quiere hacer ver. 'Gladiator II' es un crowd-pleaser de manual que se debe disfrutar en una pantalla grande y con el sistema de sonido más atronador posible; una película superlativa que no hay que pensar demasiado, porque le da al público lo que quiere, y lo que le promete: acción a raudales, set pieces de gran envergadura, pura épica y una historia que sigue funcionando como un espadazo, aunque en su actualización no ofrezca casi nada nuevo.