El islandés Hlynur Pálmason ha sabido a ir a más en su filmografía, la cual comenzó a destacar con la escalofriante 'Winter Brothers', la cual bien podría ser una reinterpretación de la historia bíblica de Caín y Abel. Continuó con 'Un blanco, blanco día', en la que narraba el complejo duelo de un policía jubilado que descubría que su esposa le había sido infiel antes de morir. Con una carrera en ascenso continuo, su siguiente apuesta es la ambiciosa 'Godland', proyectada en la sección Una Cierta Mirada del 75 Festival de Cannes.
Y es ambiciosa porque Pálmason, quien también firma el guion, opta por rodar en 1.33:1, buscándose así asemejarse con las primeras cámaras fotográficas, al ambientarse a finales del siglo XIX, cuando Islandia era aún territorio del Reino de Dinamarca. Un concepto con el que el propio cineasta avisa al inicio de los créditos a modo de prólogo, en el que anuncia que el film está inspirado en unas fotografías encontradas en una caja en Islandia y que fueron tomadas por un predicador danés.
Dichas instantáneas, realizadas en placas húmedas, son también una ficción creada por el realizador, pero que inducen al público a despertar la curiosidad de cómo llegaron esos recuerdos perdidos, su historia. De una forma similar a lo que hizo Kelly Richardt en la fabulosa 'First Cow', en la que aparecían unos restos óseos y la película se retrotraía a la época para narrar de quiénes eran esos huesos. Con el interés despierto, Pálmason configurar una propuesta en la que crea un auténtico descenso a los infiernos de su protagonista, Lucas, un pastor luterano cuya misión es ser el predicador de un pueblo que está en las zonas más recónditas de Islandia.
La deshumanización del hombre de fe
El pastor comienza su misión con entereza cristiana. Sin embargo, el joven será devorado por la soberbia, pecado capital por el que terminará pagando en una transformación existencial fascinante. Pálmason muestra la pérdida de fe del religioso, de cómo no escuchar los consejos de los aldeanos de la zona que le acompañan en su trayectoria provoca que el viaje al pueblo sea excesivamente accidentado, hasta el punto de provocar la muerte de su intérprete, dado que Lucas no habla islandés.
De manera frontal, Pálmason corta de golpe la única conexión de entendimiento entre el pastor luterano y la población autóctona, a la que no aprecia mucho precisamente, especialmente en el caso de Ragnar, un cincuentón que sabe más por su propia experiencia y al que le tiene una aversión visceral. De esa forma, Pálmason remarca a un sacerdote cuya fe se va desvaneciendo a favor de un carácter soberbio, déspota y arrogante, especialmente con la población islandesa, dado que el trato que tiene con los colonos daneses resulta algo mejor.
Pálmason parece haberse inspirado en la magistral 'Diario de un cura rural' de Robert Bresson en lo referente a la profunda crisis de fe que vive el protagonista, un pastor luterano joven, así como su tendencia a actuar deliberadamente y de manera impetuosa. No obstante, el realizador busca abarcar con este comportamiento otras realidades. No es baladí que haya ambientado la historia a finales del siglo XIX en la Islandia colonial. De hecho, refleja la falta de entendimiento entre colonos y nativos y de cómo el predicador, proveniente de la Dinamarca metropolitana, se considera superior a los nativos, siendo esa su perdición (como bien remarca el elegir un trayecto accidentado en lugar de llegar a la villa por la vía marina).
Ahí está el fondo, con el que Pálmason narra una fábula sobre la caída en desgracia del idealismo de un predicador. Sutilmente, sabe separar la fe de los actos de su representante, como el hecho de que la construcción del templo esté siendo llevado por los propios ciudadanos o que Ragnar, el hombre por el que siente una especial aversión, tenga vocación religiosa. De ahí, que sea una obra más compleja de lo que aparenta.
Pálmason se consagra como uno de los cineastas más fascinantes del cine nórdico actual
Y es ahí donde juega un factor clave su apartado técnico, el cual sabe transmitir esa extraña sensación de realidad casi documental (una vez más, la inspiración en Bresson) con una atmósfera de parábola que acerca esta propuesta a la mirada poscolonial que plasmó el argentino Lisandro Alonso en la fascinante 'Jauja', en la que narraba en un mismo formato de 4:3 la odisea un colono danés en la Patagonia junto a su hija. Aquí, aplauso fortísimo a Maria von Hausswolff, directora de fotografía de 'Godland', quien sabe plasmar esa mezcla entre naturaleza documental y realismo mágico.
Esto se ve especialmente en su primera parte, con la segunda más centrada en diálogos parcos y austeros, en los que se reflejan con mayor evidencia los choques culturales presentes en el primer acto. En su segunda parte, Pálmason parece inspirarse en el wéstern, con elementos propios del género, que muestran un manejo del tiempo magistral, que lo encumbran como uno de los cineastas nórdicos más fascinante de la industria europea actual.
Mención para sus actores protagonistas, Elliott Crosset Hove e Ingvar Eggert Sigurðsson. Ambos ya habían trabajado con Pálmason (Hoven en 'Winter Brothers' y Sigurðsson en 'Un blanco, blanco día'). Aunque el islandés, uno de los rostros más famosos del cine del país insular, está magnífico; es Hove quien tiene su oportunidad para deslumbrar, con uno de sus mejores papeles en la gran pantalla, a pesar de haber destacado en 'Parents' o 'Wildland'.
Con cada elemento cuidado al detalle, 'Godland' se convierte en la primera gran obra cumbre de un realizador que ya aspira a ser uno de los más interesantes del panorama escandinavo actual. Un largometraje que muestra cómo tras la caída de los propios valores, está el riesgo el caer en una peligrosa anarquía personal que puede desembocar en una espiral trágica y en la que, además, se hace un ejercicio de mirada histórica sobre la actitud colonial de Dinamarca. Lo dicho, fascinante.
Lo mejor: Su magistral fotografía y sus actores protagonistas.
Lo peor: Su segunda parte no es tan redonda como la primera, aunque sigue siendo notable..