A pesar de las sonoras críticas de la prensa estadounidense por que Woody Allen siga dirigiendo y que haya países que crean en el sistema judicial y no en campañas de difamación (como la orquestada por Ronan Farrow); este ha podido volver a la gran pantalla. Tras el intento de silenciarle con lo sucedido con Amazon y 'Día de lluvia en Nueva York'; el neoyorkino volvió con un homenaje al Festival de San Sebastián con 'Rifkin's Festival'.
Ahora bien, para su auténtico regreso, con el que es su largometraje número 50, Allen ha dado un giro radical con 'Golpe de suerte', presentada en la Selección Oficial del 80 Festival de Venecia (fuera de competición). Rodada íntegramente en francés y con actores reconocidos de la industria gala, Allen logra así encontrar refugio en Francia, país que ha sabido acogerle con los brazos abiertos. Ahora bien, a pesar de la novedad de que el cineasta se atreva a rodar en la lengua de Molière (primera vez que hace algo así en su filmografía), lo cierto es que 'Golpe de suerte' es mucho más que meros cambios cosméticos.
Allen se convierte en un auténtico parisino para esta propuesta, en el sentido de que la capital gala no luce especialmente turística. A diferencia de la también espléndida 'Medianoche en París', 'Golpe de suerte' se enfoca en un relato que bien podría suceder en las calles de Berlín, Londres, Madrid o Lisboa, sabiéndose adaptar a la cotidianidad propia de cada ciudad. En este caso, Allen narra el desencanto que vive Fanny, una treintañera casada con un hombre algo más mayor que ella, quien le ha llevado a vivir una vida burguesa llena de lujos, dada su oscura profesión, la cual no sabe del todo definir.
Con una protagonista con vida de infanta aparentemente enamorada, Allen perfila inicialmente una historia a la que se le podrían ver las costuras, dado que se reencuentra con un antiguo compañero de instituto, el cual se gana la vida como escritor y tiene una vida bohemia, que estaba perdidamente enamorado de ello durante su etapa en el liceo y que aún siente esa llama de pasión en su corazón. Y sí, Allen camina por territorio conocido, pero no hay que dejarse engañar, esto es tan solo un preparativo para un relato que se disfraza de drama urbanita de enredos para ser un irónico thriller en el que el cineasta entremezcla un humor ciertamente ácido con una historia de intriga y suspense.
Broche de oro para la cifra 50. París, cómplice de amor y crimen
Quizás la referencia más cercana al estilo del filme sería 'Match Point', aunque con grandes diferencias. La cinta protagonizada por Jonathan Rhys Meyers y Scarlett Johansson eran una feroz crítica a la clase alta británica y también una mirada sobre la mordacidad propia de los avatares del destino (los cuales toman especial referencia en esta propuesta). En 'Golpe de suerte', Allen se va más hacia la ironía y a la comedia, dejando de lado esa crítica a la burguesía. No obstante, sí que deja en evidencia la banalidad de la clase alta parisina, pero sin entrar en profundidad.
Lejos de ser algo negativo, resulta un contrapunto delicioso de lo que fue 'Match Point'. Además, permite ver a Allen con una perspectiva diferente. El personaje más cercano a ese hombre con alma taciturna pero mirada poética estaría en el papel de Niels Schneider. Sin embargo, este tiene un espíritu bastante más optimista y positivo de la vida, lo que muestra la habilidad del veterano cineasta de innovar dentro de los propios cánones de su personaje. El papel de Lou de Laâge es bastante pasivo, pero esto permite que Valérie Lemercier y Melvil Poupaud brillen. La primera resulta un personaje femenino delicioso, de esos que recuerda que al neoyorkino se le da mejor perfilar papeples femeninos (como bien demostró en títulos míticos como 'Annie Hall', 'Hannah y sus hermanas' o con películas más recientes como 'Blue Jasmine'). Se suma a ella el rol antagónico de Poupaud, quien sabe dominarlos gracias una expresión impertérrita que asusta.
Woody Allen firma una de sus propuestas más redondas de su reciente filmografía. Sabe salirse de lo esperado de su estilo, sin por ello renunciar a su sello autoral. Un ejercicio de libertad creativa que, estos tiempos, es más que un mero gesto simbólico.