Para aquellos que tenemos claustrofobia, en mayor o menor medida, los espacios cerrados nos generan cierto miedo: un ascensor, una habitación sin ventanas, el metro a las ocho de la mañana en la estación de Sol... Sin embargo, 'Green Room' consigue lo que ningún psicólogo: que tengamos más ganas de permanecer dentro de esa habitación sin salida que escapar al exterior.
La muerte está ahí fuera
'Green Room' comienza como una road movie sobre un grupo de punk rock que está pasando una mala racha económica y se encuentra en la carretera girando por sitios de mala muerte. Un bolo que no sale demasiado bien les lleva a uno que saldrá aún peor: un local plagado de skinheads en el que asistirán a un acto de violencia que marcará un antes y un después. De este modo, lo que parecía un bonito viaje musical entre amigos se transforma en una pesadilla, para ellos y para nosotros, que asistimos a la evolución de una locura hasta sus últimas consecuencias.
Los dueños del local deciden que, tras ver lo que han visto, los protagonistas no pueden abandonar el edificio y, para ser más concretos, ese camerino a la que hace referencia el título. Más de la mitad del metraje se desarrolla en ese espacio pequeño, angustioso, en el que hay demasiadas personas intentando luchar por la vida y en el que, como ratas en un cubo al que añades calor, hacen todo lo posible por salir y por ver, una vez más, la luz del día.
Aciertos y errores de un guion admirable
Si algo hay que aplaudir a 'Green Room' es que tiene un capacidad brillante para construir personajes con un par de pinceladas, y eso es gracias también a un plantel de actores prácticamente desconocidos que brillan cada uno en su momento, sin intentar destacar unos sobre otros, como una piña que se va rompiendo poco a poco a medida que avanza la película. Los diálogos entre ellos, hasta la última de las líneas, son creíbles y generan empatía en el espectador, quien sufre desde el primer minuto cada uno de los achaques.
Sí es cierto que hay un problema que se extiende a todas estas películas y es que llega un punto en el que puede parecer repetitiva. Como ya sucediera en 'Calle Cloverfield 10', en 'Green Room' prácticamente todo sucede en un único escenario en el que un grupo de personas intentan sobrevivir y eso es, una y otra vez, lo que vemos en pantalla: los villanos intentando echar por tierra los planes de los protagonistas y cómo estos luchan por quedar por encima. Podemos ver una progresión cada vez más animal en los golpes de unos y de otros pero no deja de ser eso: una ratonera de gente que corre de un lado para otro.
Patrick Stewart quiere sangre
Qué buena gente es Patrick Stewart cuando defiende los derechos LGTB o cuando hace del Profesor Xavier o cuando pilotaba el Enterprise... pero aquí no, aquí es un ser deleznable que nada tiene que ver con los anteriores. Su personaje se caracteriza por mantener en todo momento una calma imperturbable, aunque le llegue la sangre por los tobillos. Es un maestro de orquesta de una banda de dementes que sólo buscan su aprobación sin importar qué es lo que se ponga por delante (en este caso, vidas humanas).
Este cambio de rol es quizá una de las sorpresas más gratas de 'Green Room' pero sería estúpido quedarnos ahí ya que la cinta cuenta con una dirección estupenda, que mantiene el pulso en todo momento; un guion creíble, con unos personajes vivos, inteligentes, capaces de evolucionar y de demostrar que hay algo más de lo que vemos en los primeros minutos; unos actores que saben plasmar esta evolución y unas escenas de acción con tintes gore que os van a hacer apartar la mirada de la pantalla, al menos, un par de veces.
Nota: 7.5
Lo mejor: El reparto y un guion capaz de introducir diálogos brillantes en un slasher muy original.
Lo peor: Hacia la mitad entra en un bucle del que le cuesta salir.