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CRÍTICA

'El hombre del sótano': El inquilino perverso

Crítica de 'El hombre del sótano', dirigida por Philippe Le Guay y escrita por Le Guay, Gilles Taurand y Marc Weitzmann. Protagonizada por François Cluzet, Jérémie Renie y Bérénice Bejo. Inspirada en hechos reales.

Por Miguel Ángel Pizarro Más 18 de Marzo 2022 | 10:24
Colaborador de eCartelera. Apasionado del cine y la cultura en general. Cine europeo y de animación, mi especialidad.

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Tras años centrado en la comedia ligera, con propuestas magníficas como 'Las chicas de la 6a planta' o 'Molière en bicicleta' y otras más irregulares como 'Normandía al desnudo', Philippe Le Guay se atreve con el thriller, género que no había tocado desde 2001 con 'Trois huit', con 'El hombre del sótano', propuesta inspirada en un caso real que sufrió un matrimonio amigo cercano del cineasta y que sirve también como metáfora de la reacción de la sociedad occidental ante individuos subversivos, negacionistas y que fomentan el odio.

El hombre del sótano

Nada más comenzar, Le Guay, quien firma el guion junto con Gilles Taurand y Marc Weitzmann, crea una atmósfera que invita a la intriga. Un hombre de mediana edad, padre de familia, le enseña a otro más mayor, de aspecto gris y mirada ausente, el sótano que tiene en venta. El señor gris quiere comprarlo, aparentemente, para colocar los muebles viejos de su madre recientemente fallecida. Sin embargo, una vez hecho el pago, el tipo se instala a vivir en el sótano y es ahí donde comienza el suspense.

Le Guay fue testigo de cómo un matrimonio amigo tuvo durante nueve años habitando en su bodega a un tipo neonazi, peligroso y violento, al que la ley le protegía. El proceso judicial se extendió tanto tiempo, que terminó consumiéndose hasta el punto que la pareja se divorció. Tal fue el impacto que le provocó al cineasta esta situación, que no ha dudado en plasmarla en ficción, evidenciando lo complicado que resulta con lidiar con individuos de espíritu parasitario, cuyas actitudes extremistas son difíciles de controlar.

El hombre del sótano

Un thriller con mirada social y como metáfora de la complicada realidad europea

Un vecindario de un típico barrio parisino termina siendo la metáfora de ese gran vecindario que es Europa ante ideas antidemocráticas y su difícil encaje en un sistema que busca la armonía y el respeto. Le Guay convierte un relato personal y cotidiano en uno de mayor envergadura. Eso sí, no faltan los momentos incómodos, propios del thriller, con un François Cluzet perverso que lleva al límite a la pareja formada por Jérémie Renier y Bérénice Bejo, así como a la hija adolescente del matrimonio, encarnada por Victoria Eber.

El hombre del sótano

A nivel técnico, Le Guay reproduce un estilo de thriller similar al de Audiard o Fincher. No obstante, finalmente el cineasta opta por enfocarse más en el drama familiar con cierta mirada social, lo que provoca que, precisamente, el protagonista incómodo, se convierta en una metáfora de la realidad actual. Sus ideas, que niegan la existencia de la Shoá en la Segunda Guerra Mundial (cuando los propietarios del sótano son judíos), pueden traducirse en otras como conspiraciones judeomasónicas o de ultraderecha, como el pensar que Bill Gates o Soros quieren dominar el mundo, negar la existencia del COVID-19 (o los beneficios de sus vacunas) o apoyar la invasión a Ucrania por parte de Rusia. Pensamientos o ideologías que evidencian que la democracia y la libertad de expresión tienen sus límites.

La combinación de ambas miradas convierte a 'El hombre del sótano' en una propuesta sui generis, alejada de títulos como 'De repente, un extraño' o 'El cabo del terror' y la acerca más a 'El hombre de al lado', aunque con una mirada solemne y no tan irónica como el filme del tándem de Mariano Cohn y Gastón Duprat. Un regreso al thriller notable de Philippe Le Guay que invita a la conversación, lo que ya de por sí es un triunfo para un largometraje.

Nota: 7

Lo mejor: Propone planteamiento de complicada resolución y las escenas incómodas, su director sabe llevarlas. El reparto está espléndido.

Lo peor: Da la sensación de que se queda a medias. Plantea temas tan transversales, que opta por una resolución más social para evitar profundizar en lo incómodo de la situación. Audiard u Ozon hubieran sido más ácidos en este planteamiento.