¿Qué puede haber más importante para un padre que la felicidad de su hijo? Resulta bastante increíble pensar que haya algo más poderoso que el amor, y sobre todo que el amor paternal, pero hasta eso puede toparse con un muro aparentemente infranqueable. Es el caso de Garrad Conley, el hombre cuya historia real es la base para 'Identidad borrada', una película que nos mete de lleno en las terapias de conversión de la homosexualidad, y que nos deja con una buena patada en el estómago y mucho que pensar.
Joel Edgerton se ha basado en las memorias de Conley (lanzadas recientemente en castellano por la editorial Dos Bigotes) para relatarnos la historia de Jared, hijo de un pastor Baptista. Un joven muy bien educado, religioso, responsable, que quiere mucho a sus padres y ellos a él. Y a pesar de todo eso, sus padres anteponen su fe, o más bien las normas de su Iglesia, y envían a Jared a un centro de conversión para cortar por lo sano "sus inclinaciones desviadas". Jared, interpretado por Lucas Hedges, acepta ir porque él también tiene metido en la cabeza que hay algo erróneo y pecaminoso en él y es el primero que quiere cambiar.
Esa es una de las primeras cosas de la historia de Jared que llaman la atención: esto no es una batalla familiar, ambas partes están de acuerdo (obviamente unas más que otras) con que la terapia de conversión es lo mejor para Jared porque su padre y dos hombres más, muy influyentes en sus respectivas congregaciones, han decidido que es la mejor solución al "problema". Porque no saben en realidad lo que se hace de puertas para dentro en esos centros, ni tampoco les interesa, siempre que funcione. La película se encargará de enseñarnos cómo todo empieza con discursos muy inspiradores pero pronto se pasará a intentar enemistar al "paciente" con su familia, buscando trapos sucios u otras conductas pecaminosas para justificar su desvío, porque según su religión nadie nace homosexual. También se nos mostrarán castigos físicos, pero no son los más comunes, ya que el objetivo es lavar el cerebro, atacar a las emociones.
El propio Edgerton, además de dirigir 'Identidad borrada' y de escribir el guion, se adjudica uno de los papeles clave de la película: el del director de la terapia, Victor Sykes, un hombre con mucha labia que usará cualquier punto flaco del "paciente" para minar su autoestima y manipulará a "paciente" y familia para que lo que parecían unos días se conviertan en un internamiento a largo plazo. El actor realiza un trabajo muy correcto, controlando muy bien el paso de la calma a la ira, e incluso mostrando cómo se derrumba su fachada si pierde el control de la situación. Porque dentro de ese centro todo el mundo está interpretando un papel. Algunos más conscientes que otros, como explica el personaje de Troye Sivan, que junto con Flea de Red Hot Chilli Peppers o Xavier Dolan, forma un plantel estelar de secundarios que han querido ayudar a contar una historia que necesitaba llegar a los cines.
'Identidad borrada' está contada todo el rato en tonos grises y de una manera muy fría. Pretende dejar que los hechos hablen por sí solos, sin excesivo melodrama. Aunque quizás esto a veces juega en su contra e impide que conectemos más con los afectados por la terapia, más allá de presenciar los horrores de tener que airear su vida sexual delante de todo el mundo o recibir golpes hasta de su propia familia.
Sin embargo, por muy fría que sea la película, la historia de Jared sí consigue calar en el espectador, gracias sobre todo a mantener al personaje de la madre presente todo el tiempo, y a recordar con él la cara y la cruz de sus primeras experiencias con hombres a través de uno de los "deberes" que le ponen en la terapia. En el caso de la madre, el trabajo de Nicole Kidman es magnífico como la típica mujer sureña de pelo rubio cardado y country sonando en la radio del coche, que no contradice a su marido, pero que demuestra un amor incondicional hacia su hijo, y lo único que quiere es protegerlo. Ella solo quiere ayudar, pero también está dispuesta a escuchar, y es ella quien marca la diferencia en la historia de Jared, y la que demuestra que el amor a un dios y el respeto a sus creencias nunca debería pasar por encima del bienestar de alguien tan cercano como su propio hijo. Por otro lado tenemos al padre, mucho más autoritario y férreo en su fe (se dedica a ello, básicamente). Él también demuestra que quiere a su hijo, pero no es tan fácil que cambie por completo todo en lo que ha creído hasta ahora, todo lo que él predica cada domingo en la iglesia. El papel de Russell Crowe es mucho más pequeño que el de Nicole Kidman, pero es de esos casos en los que cuenta con tres escenas clave, una de ellas en las que él está espectacular y que pone la piel de gallina, que dibujan con un realismo apabullante cómo chocan en su cabeza familia y religión, y muestran el poder que puede tener la segunda, para ponerse incluso por encima de personas que están ahí delante, demostrando su amor a diario. Pero lo más importante de la película es que Edgerton nunca los convierte en fanáticos, ambos, en mayor o menor medida, tienen una personalidad muy marcada pero en la que, en ningún momento, olvidan que es de su hijo de quien están hablando. Y eso hace mucho más poderosa esta historia. No son ellos el enemigo, ni siquiera la religión. El enemigo es la terapia. Y el fanatismo.
En el caso del "inventario moral" de Jared, los deberes que le ponen, a través de dos casos ocurridos antes de su ingreso en la terapia vemos cómo su confusión es totalmente justificada, siendo una persona con nulo contacto con la diversidad sexual, y que se le ha dicho desde pequeño que es uno de los mayores insultos a Dios. En el pasado Jared se ha tenido que enfrentar al daño que puede hacer el reprimir algo tan primario como la sexualidad, pero también ha podido ver cómo en otra ocasión se le ha aceptado tal y como era (en esos momentos los tonos cálidos aparecen por fin en la película). Lucas Hedges construye fantásticamente a un chico lleno de dudas, aterrorizado y enfadado consigo mismo, un blanco fácil para cantamañanas como Victor Sykes. Y entre su relación con su madre, sus flashbacks con su pasado y la conexión que crea con sus compañeros de terapia, nos lleva por este calvario con todo nuestro interés puesto en él. Es con papeles como este con los que demuestra, una vez más, que es uno de los grandes talentos de esta generación.
Quizás demasiada distancia
'Identidad borrada' no se deja llevar casi en ningún momento por la manipulación emocional, aunque quizás a veces hubiera sido necesaria un poco más de visceralidad para remover conciencias más fuerte en algunos momentos. Pero consigue lo que se propone: que se te quede un nudo en la garganta pensando en la cantidad de países, incluido España (solo está prohibida en las comunidades de Madrid y Valencia) que siguen permitiendo las terapias de conversión, y en los miles de personas que entran, muchas veces por voluntad propia, para cambiar algo tan básico como quiénes son y por quiénes se sienten atraídos y salen (si salen) convertidos en fantasmas, condenados a una vida vacía y gris, si es que pueden llegar a retomarla. El director, quizás por ser un hombre heterosexual, induce casi sin querer sobriedad la historia y que los actos hablen a tratar el tema de forma más enérgica, y aunque está esa distancia palpable en toda la película y le falta algo de pasión, al menos consigue que quede un poso de esperanza en que hasta la fe más ciega puede llegar a cambiar. Es una pena que este tipo de películas suelan predicar a los conversos, nunca mejor dicho, y que los que tendrían que verla para ser conscientes del daño que pueden hacer este tipo de "curas" (sobre algo que no necesita ser curado) no la van a ver ni aunque les inviten al cine. Pero es un tema que no suele estar en la orden del día y requiere mucha más conversación de la que se está teniendo. Estas terapias son un ataque directo a la salud mental de miles de personas, condenado por médicos pero, sorprendentemente, solo prohibido en tres países del mundo. Puede que 'Identidad borrada' no sea una película perfecta, pero es una película muy necesaria.
Nota: 7
Lo mejor: Las interpretaciones de Lucas Hedges, Nicole Kidman y Russell Crowe, y cómo están construidos sus personajes para no reducirlos a fanáticos. Lo necesario que es que se conozcan historias como las de Garrad Conley.
Lo peor: No le habría venido mal un poco más de pasión, por momentos es demasiado sobria.