Se supone que en verano llegan los estrenos más comerciales y, casi siempre, flojos de la temporada. Grandes blockbusters de tiros y peleas sin fondo o películas de terror gratuito como podría ser la de una chica joven que se queda encerrada en su casa con temibles cocodrilos debido a un enorme huracán. Entonces, ¿cómo es posible que esta historia cuente con un notable por parte de la crítica en Rotten Tomatoes y haya gustado a tres cuartas partas de los espectadores de todo el mundo?
'Infierno bajo el agua' se estrena en España en pleno mes de agosto para finalizar el verano con el sello de calidad de uno de los mejores directores de terror de este siglo. En este survival intensísismo está la esencia de Alexandre Aja y las razones más que suficientes para comprar la entrada, esto es: el horror más gore y crudo insertado en el hogar, motivado por las relaciones familiares, pero sin dejar de coquetear con el cine más comercial.
Un guion honesto sin ser ridículo y eficaz sin ser efectista
Todos sufrimos por algún motivo. Para que la lucha encarnizada de Haley (Kaya Scodelario) no sea gratuita, los guionistas han establecido como excusa para la acción el drama familiar, suficientemente presente en un cuidado segundo plano para nada prescindible. Esta preocupación por toda la cubierta de la historia también se esfuerza por dejar claras las pistas y herramientas necesarias para no sacarse nada de la manga: si un futuro susto es que una puerta esté cerrada o la protagonista necesitará un destornillador, al principio del film se enfocarán todos estos elementos. De esta manera, el guion depura también las tramas secundarias y la duración, ambas bastante condensadas pero justificadas. 'Infierno bajo el agua' puede presumir de acabar justo donde tiene que acabar, favoreciendo su propia dinámica y su campaña de marketing como perfecta película veraniega.
Tras trabajar con John Carpenter en 'Encerrada', los guionistas Michael Rasmussen y Shawn Rasmussen, han vuelto a ofrecer a un gran director de género una historia en la que plantar su sello. Alexandre Aja vuelve a escenificar una perturbación por terror en familias ya de por sí disfuncionales (en este caso, padre e hija por divorcio; en 'Horns', una pareja joven por fallecimiento; en 'Las colinas tienen ojos (2006)', una familia por las vacaciones). Todo el gore vuelve a ser la consecuencia y el impulso de estas relaciones. Ambos extremos, la acción y el drama, se dan la mano perfectamente en la sublime interpretación de Kaya Scodelario. La protagonista de la saga juvenil 'El corredor del laberinto' demuestra más que nunca una garra actoral muy adulta y sin límites tanto en los planos generales de luchas y movimientos, como en los primeros de llorar, sangrar y sufrir (lo cual no para de hacer). Este personaje tan entregado y palpable en sus sentimientos y heridas es posiblemente su mejor papel hasta la fecha. Una pena que para regalarle ese lucimiento hayan tenido que sacrificar demasiadas veces la verosimilitud: toda la inteligencia de los ataques de los protagonistas a los caimanes (hay que apuntar a los ojos), se pierde en el camino inverso, para que sus golpes de cola no sean mortales y podamos sufrir con muchos más. No es realista, pero sí que era necesario.
Planteamiento creativo y dinámico del terror
En cuanto al estilo, podría echarse en falta un abrazo más claro al terror puro y ser aún más explícita si cabe, a lo 'Piraña 3D'. Sin embargo, esta vez Aja no ha querido hacer serie B, y por eso ha insertado el drama familiar que tenía 'Las Colinas tienen ojos' a aquel ideal excéntrico, eliminando cualquier rastro de comedia para no ser una película estridente ni demasiado irrealista (cuando lo es, chirría). Gracias a ello, el director francés se ha permitido renunciar casi por completo a los jumpscares para culminar todas sus escaladas de tensión y aventuras no con subidas de volumen sino con daños y (mucha) sangre. Su terror es muy físico, muy palpable, y eso se nota en los impresionantes cocodrilos para nada escondidos y muy bien iluminados (tanto con luz como con sombras), sobre todo en la parte delantera que han construido manualmente para el film. Este terror más dinámico que climático y tan atento a los detalles exige experimentarlo en pantalla grande.
Aquel terror hogareño usado en muchas otras películas adquiere un nivel excepcional con Aja tras las cámara por su magnífica construcción de las escenas de acción que logran sacar tensión y trampas de supervivencia de cada rincón de la casa (subir unas escaleras, escapar de una ducha, no caerse de la encimera...). Este creativo uso del espacio principal del film crea unas memorables set-pieces o secuencias muy frenéticas, como si fueran etapas de una inagotable gymkhana, y siempre con la constante que marca su título en inglés: arrastrándose ("crawl"). Todo son espacios cerrados, donde cada esquina cuenta. Al no abordar la acción desde lo sobrenatural como en 'Horns', el director impresiona con unos niveles sorprendentes de crudeza. La película es explícita y baja a los más sucios fondos a la protagonista: la revuelca por todos lados, le pone en su camino excrementos, arañas y demás elementos repulsivos para provocar en los espectadores reacciones tan físicas y empatizables como el estilo del director.
Comparándola con otras películas de similares intenciones veraniegas, 'Infierno Bajo el Agua' coge todo el dinamismo y la honestidad de 'Operación: Huracán' con la excentricidad y crudeza de 'Piraña 3D' sin caer en la serie B de estas dos. Además, es como la ampliación de la tercera parte de 'Megalodón', con menos aires de blockbuster y sin sobrar toda la parte de historia. El filme de Alexandre Aja se sitúa en el centro de la balanza donde al otro extremo están dos de sus referentes más influyentes en cuanto a creatividad en acción y sufrimiento: 'No respires' e 'Infierno azul'. Aunque no llegue a su nivel de trascendencia, la película protagonizada tan impulsivamente por Scodelario es como una atracción de agua de un parque temático: refrescante y divertida, que no trasciende, pero queda como un buen recuerdo de una experiencia física e intensa que aprovecha al máximo cada recurso del que dispone sin apenas puntos muertos. Al final te impacta, interesa y entretiene lo suficiente como para perdonarle la inverosimilitud de las heridas de los protagonistas y posicionarse como una de las opciones más seguras para pasarlo muy mal (en el mejor sentido) en cualquier sala de cine durante este verano.
Nota: 7
Lo mejor: la sorprendente crudeza visual y la creación detallista de cada secuencia de acción (la escena del baño, la mejor de la película)
Lo peor: el necesario pacto de verosimilitud para poder disfrutarla