Seis años después del estreno de '120 pulsaciones por minutos', el francés Robin Campillo regresa con su cuarto largometraje como director. Si en su anterior film exploró su juventud cuando militaba en Act Up en sus primeros años como activista por los derechos LGBT y por la lucha contra el VIH y el sida, con 'La isla roja' echa la mirada más atrás. El cineasta profundiza en sus recuerdos de infancia a la par que realiza una mirada crítica al pasado poscolonial de Francia en Madagascar.
Nacido en el protectorado francés de Marruecos e hijo de militar de origen español que le hizo tener una infancia ambulante por buena parte de las antiguas colonias galas, Campillo sabe utilizar sus recuerdos de infancia para sacar de plano cómo fue el proceso de independencia del país malgache (llamado popularmente también Isla Roja, de ahí la referencia en el título), reconocida oficialmente por la V República en 1960. Se sitúa en 1970, diez años después, en una base militar que tiene Francia en el país insular, donde viven las familias de los miembros del ejército enviados allá.
Con lo cual, se está ante una especie de burbuja en la que el protagonista, Thomas, un pequeño de apenas 9 años y con una gran imaginación y fan del cómic de 'Fantomette', ve el mundo que le rodea. Todo parece aparentemente idílico en esa Arcadia ideal en la que las familias viven con todas sus necesidades cubiertas, en las que las esposas de los militares y sus hijos disfrutan del día en lugar con un clima ideal, de aquellos que hace que se sienta que el tiempo pasa más despacio. Alejados del mundanal ruido, el pequeño Thomas siente disonancias en ese lugar ideal, como si el programa de 'Matrix' no estuviera bien configurado.
Y es que los ojos de ese niño, el benjamín de los tres hijos de la familia López, comienza a percatarse de las fisuras familiares y sociales. De cómo se miran sus padres, encarnados por Quim Gutiérrez y Nadia Tereszkiewicz. De cómo una aparente comida de bienvenida a un matrimonio que acaba de llegar a la base, los Huissens, esconde una felicidad fingida, algo que se percibe en ligeros comentarios. Pero, además, el pequeño espía sin querer situaciones en las que los adultos muestran ese otro rostro que tienen cuando sienten que nadie los ve.
Una incómoda mirada atrás
Por otro lado, Campillo, quien firma el guion junto con Gilles Marchand y Jean-Luc Raharimanana hace un sutil retrato del pasado poscolonial de Francia, lo hace enfocándose en cómo esa burbuja no permite ver lo que sí se siente en una atmósfera cargada propia de esa calma que precede a la tormenta. En cierta forma, es lo que retrató Éric Barbier sobre la guerra entre tutsis y hutus que hubo en Burundi, un conflicto que fue contagiado por lo que estaba sucediendo en Ruanda en ese mismo período en los años 90, en 'Pequeño país'.
Ahora bien, mientras que Barbier metía de lleno la mirada infantil dentro del conflicto, Campillo la deja fuera de campo, en un Madagascar que se percibe pero que no se ve hasta que la violencia debe hacer acto de presencia (pues no que la base militar francesa estuvo en Madagascar hasta 1973, la cual tuvo que ser desalojada en vísperas de lo sucedido dos años después, con el golpe de Estado del militar Didier Ratsiraka, quien gobernó dictatorialmente el país hasta 1992.
La mirada de Campillo aboga por ser ese mirada conciliadora de los ojos propios de la inocencia de un niño de 9 años, que tras ver lo que sucede tras esa burbuja que era la base militar, busca un punto medio en el que el diálogo y la concordia estén presentes. Dos valores cada vez menos presentes en la sociedad actual y que Campillo pone un reflejo del pasado, pero también de una lúgubre mirada hacia el futuro.
Quizás como sucedió con Kenneth Branagh con 'Belfast', Alfonso Cuarón con 'Roma' y Paolo Sorrentino con 'Fue la mano de Dios'; Robin Campillo hace un interesante ejercicio de reflexión de su propio pasado, el cual esconde también cómo la mirada paternalista de Francia hacia sus antiguas colonias aún resuenan en la actualidad. Un film con el que el director hace alarde de su poder para plasmar la sutileza y la pérdida gradual de inocencia, todo con conciencia social e histórica.