En la pasada 75ª edición del Festival de Cannes, hubo un título que sorprendió por varios temas, ese fue 'Joyland'. La ópera prima de Saim Sadiq, cineasta pakistaní graduado en Antropología por la Universidad de Ciencias de la Administración de Lahore y máster en Dirección Cinematográfica por la Escuela de las Arts de la Universidad de Columbia, hizo historia al ser el primer largometraje de nacionalidad pakistaní en tener su première en la Croisette, compitiendo en la sección Una cierta mirada, donde se alzó con el Premio del Jurado. También obtuvo el Premio del Público en el 67ª edición de la Seminci de Valladolid.
Lo que también llamó la atención, fuese que lograse la Queer Palm, galardón otorgado al mejor película (tanto largo como corto) que retrate la realidad LGBT que se proyecte en el festival. La cinta aborda una realidad de las personas transexuales en el país asiático. Tradicionalmente, en el área del sur de Asia, existe un concepto del tercer sexo, en las que diferentes sociedades y naciones se han referido a personas que no entran en los cánones de lo masculino y lo femenino. Pakistán, a pesar de ser un país musulmán suní, no es una excepción y ha ido adecuando esa realidad a su propio concepto de la transexualidad, de manera similar a Irán, de mayoría chií.
De ahí, que la transexualidad, aunque no esté aceptada socialmente, sí que está legislada; produciéndose la misma paradoja que en Irán, dado que la homosexualidad está perseguida y penada. Bajo esos márgenes y las propias contradicciones de la sociedad pakistaní, Sadiq ha configurado un relato valiente, de esos que deja huella por recordar cómo los derechos LGBT no existen en varias regiones del mundo. El realizador no solo muestra su compromiso con un colectivo silenciado, perseguido y torturado, pues también pone el foco en la oprimida situación de las mujeres en un país profundamente patriarcal y machista.
'Joyland', de manera sutil y sigilosa, se convierte en un cuidado circo de varias pistas, con el amor prohibido entre Haider, el hijo menor del clan Rana, y Biba, una exótica bailarina transexual. Él, justo, comienza a bailar como parte de su equipo coreográfico en el teatro de variedades en el que trabaja. Desde el primer momento, Sadiq muestra los perverso tentáculos del machismo y el patriarcado, con las sobrinas del protagonista jugando a enredarse entre las cortinas y la ropa tendida, recordando el futuro opresor que previsiblemente les espera.
Aunque el foco evidente es con los miembros femeninos del clan, Sadiq, quien firma el guion con Maggie Briggs, muestra la losa del patriarcado sobre aquellos hombres que no cumplen con las convenciones de la masculinidad, como el caso de Haider, quien ha optado por quedarse en casa a ayudar a su cuñada en el cuidado de las niñas y en ayudar a su padre enfermo; mientras que su esposa, Mumtaz, es la que lleva el dinero a casa, trabajando como maquilladora profesional y cumpliendo su sueño de ser autónoma.
Cine atrevido, valiente y de gran compromiso social
Sadiq sabe jugar a ser frontal en su mensaje y sutil en la manera de narrarlo, a sabiendas que juega continuamente con la posible censura de su país (la cinta estuvo prohibida temporalmente, pero pudo verse en salas comerciales pakistaníes finalmente). De ahí, que la propuesta sea más atrevida que, por ejemplo, la elegante e intimista 'El caftán azul', con la que Maryam Touzani retrató la realidad LGBT en Marruecos. Aunque, de espíritu sea similar. Mención también al escenario elegido por Sadiq, natural de Lahore, ciudad que, precisamente, es la más abierta en lo referente a la realidad homosexual masculina. Pero, una vez más, esa supuesta apertura está lejos de cualquier concepción cercana a la de un país donde la realidad LGBT está más integrada.
Con un núcleo central sólido, Sadiq logra elevar su largometraje con unos personajes secundarios que funcionan magníficamente como satélites, especialmente en el caso de la esposa engañada de Haider, quien se ve obligada a abandonar sus aspiraciones laborales cuando su marido encuentra trabajo en el teatro. Sadiq muestra cómo el patriarcado es una cárcel para las mujeres, con una joven que va consumiéndose poco a poco, convirtiendo un momento ameno entre cuñadas, el parque de atracciones Joyland que da título al film, en un arma de doble filo, pues ambas terminan 'pagando' caro su único momento de libertad.
'Joyland' es de esas joyas cinematográficas que no solo toca aplaudir, sino reivindicar, un alegato atrevido y poderoso. Un golpe sobre la mesa de un cineasta aliado, que muestra el grito ahogado de las mujeres y del colectivo LGBT. Unido a su compromiso social, están unas interpretaciones sublimes, con Ali Junejo con el reto de dar humanidad y profundidad a ese hombre que no cumple con las convenciones del machote y machista; con Alina Khan visibilizando a las mujeres transexuales de su país y a Rasti Farooq como símbolo de la opresión patriarcal hacia las mujeres.
Unido a una fotografía magnífica, obra de Joe Saade, que muestra a una sociedad llena de contraste y con un relato que bien podría ser espejo para otros países cercanos como la India, 'Joyland' es ese cine valiente que vuelve a demostrar la importancia de conocer la mirada de cineastas que conocen de primera mano la opresión y tienen la gallardía de enfrentarla. Cine con mirada artística que sabe utilizar su lenguaje para crear también un impulso de cambio social.
Nota: 8
Lo mejor: La subtrama de Mumtaz, que termina dominando la trama central.
Lo peor: Abarca muchos temas y, aunque llega a tratarlos en profundidad, quizás le hubiera ayudado a concentrarse más en su tema central.