Es muy usual desprestigiar el poder de una comedia tanto en la creencia de que es fácil construir humor como en la estúpida asunción de que es imposible contar algo mínimamente profundo usándola. 'Juegos sucios' tiene el increíble mérito de hacer ambas cosas estupendamente. Su argumento, que no tengo intención de destripar más de lo necesario, le da cancha para desarrollar todo tipo de situaciones estrambóticas que tienen el potencial de levantar sus chistes únicamente en el puro shock y el regocijo de que el propio concepto es una locura, pero ni lo desea ni cae en esa facilidad; pretende edificar su historia como una escalera hacia arriba que pese a ser completamente delirante siempre se está apoyando en un fondo lleno de mala leche.
Es difícil extrapolar 'Juegos sucios' y sus personajes a una metáfora que represente una realidad mayor o un tema específico. Sus protagonistas, dos amigos de clase media-baja que llevan años sin verse y un matrimonio de adinerados excéntricos que ven en los dos primeros la oportunidad de divertirse un poco, son tan concretos y carismáticos que la película no es obvia en el mensaje de su subtexto, más allá del típico "el dinero corrompe" en el que no quiere quedarse. Lo que marca la diferencia son los matices en la evolución de la actitud de los personajes conforme avanza la película: la especificidad de estos protagonistas es lo que los hace no necesariamente realistas, sino creíbles, y lo que crea lecturas dentro de su extrema localidad de las que podemos entender incluso un discurso sobre las clases de la sociedad con cierta complejidad.
Dos amigos enfrentados por dinero
El filme es muy fuerte a la hora de transmitir su tesis cuando nos propone empatizar con unos personajes u otros. Si desea que lo hagamos con sus verdaderos villanos, lo consigue: aparentemente no representan ningún tipo de amenaza por lo que su excentricidad la acabamos aceptando como algo divertido, pese a que llegado el momento 'Juegos sucios' no tiene ningún remordimiento en pegarnos un sopapo en la cara que nos haga recordar la verdadera naturaleza de estos personajes.
Es el mismo caso que el de los dos protagonistas, los dos amigos de la infancia que perdieron el contacto: cuando la tensión ha aumentado lo suficiente, ambos se pelean y se echan en cara las decisiones que los llevaron a tener esa vida de "perdedores"; no obstante, el origen de esa vida de "perdedores" no proviene de ellos mismos, sino del estilo de sociedad en el que vivimos, al tiempo que el propio concepto de "perdedor" es otra mentira, puesto que solo son perdedores en base a lo que esa sociedad cree que es un ganador, concepto que es diferente para ambos personajes pero que nunca está en sus manos ya que en ambos casos la realidad es que solo se creen perdedores por ser de clase media-baja. Y aun así, la película aspira a que empaticemos con uno de los dos personajes en este enfrentamiento, que nos situemos de parte uno de los bandos.
Esa aparente hipocresía en la que 'Juegos sucios' quiere que entremos al obligarnos a desear, en mayor o menor grado, que a uno de nuestros protagonistas le vaya mejor que al otro, es la que refuerza que el mencionado sopapo que nos devuelve a la realidad adquiera potencia. Y es la hipocresía con la que está cargada la mala leche que acompaña al tono de toda la película: la fina ironía que logra que nos descojonemos y nos acojonemos a partes iguales de las situaciones presentadas.
La garra de Katz
La ópera prima de E.L. Katz es sorprendente en muchísimos aspectos, la más inmediatamente fácil de apreciar es su increíble reparto, liderado por el eterno secundario Pat Healy que necesitaba urgentemente una oportunidad así para demostrar su talento. Katz sabe lucirlo, así como al resto de actores, con una magnífica dirección que aprovecha constantemente los silencios para enfatizar la locura de cada situación. Aún haciendo uso de la cámara en mano de turno no abusa de su movimiento y se mantiene muy consciente del tono y las subidas y bajadas de cada momento.
Es una de las mejores películas que se han hecho sobre no solo la crisis económica, sino sobre el capitalismo. De la brillante ironía de personas que han aceptado un sistema, han dejado de culparlo y han empezado a culparse a sí mismos o a las personas que lo rodean: del humor que proviene de ahí y de la locura que eso puede provocar.