Cuando se empezó a hablar de hacer una película sobre 'El juicio de los 7 de Chicago' era Steven Spielberg quien estaba al frente y Aaron Sorkin solo había aceptado la labor de escribir la película. Pero ganó Donald Trump, el mundo se puso paras arriba y Spielberg cedió el proyecto enteramente a Sorkin para que saliera lo antes posible. Es un poco lo mismo que ocurrió con la aparición de Netflix. La película iba a llegar a los cines pero llegó el coronavirus... y Black Lives Matter. Medio Estados Unidos salió a las calles a pesar de la pandemia y el debate sobre las manfiestaciones se volvió más caliente que nunca. Esta película no podía esperar. Estaba destinada a la gran pantalla, sí. Pero la conversación es ahora.
Al otro lado del charco desconocemos bastante qué ocurrió a las afueras de la convención del partido demócrata en Chicago en 1968, y el posterior juicio celebrado contra los ocho acusados de haber instigado los enfrentamientos violentos contra la policía y acabar en un multitudinario baño de sangre (de hecho, al principio de la película resulta hasta abrumadora la cantidad de información que tenemos que absorber en tan poco tiempo). Estados Unidos tendrá cuatro años de Historia, pero con esa personalidad tan "go big or go home" que tienen, no se les puede negar que tienen acontecimientos delirantes de sobra para hacer un millón de películas. 'El juicio de los 7 de Chicago' nos traslada casi todo el tiempo a la sala donde el juez Julius Hoffman (Frank Langella) no solo pretendía dictar sentencia sobre estos ocho (luego siete) hombres, sino sobre todas las manifestaciones. Y no iba a hacerlo por las buenas.
Aaron Sorkin firma el guion de una película de juicios que lo tiene todo: tiene momentos de locura, tiene partes inesperadamente divertidas, tiene momentos de pura tensión, tiene situaciones de total injusticia en el sitio supuestamente más justo, y tiene momentos descorazonadores, optimistas, muy emotivos y muy inspiradores. Sorkin vuelve a darnos una montaña rusa tan marca de la casa con todo su talento como guionista a pleno rendimiento. La cinta está llena de diálogos maravillosos y de monólogos que dejan sin aliento. Si el juicio real tuvo la mitad de electricidad de lo que se muestra aquí, dejaron Chicago sin luz durante varios días.
Esta es solo la segunda vez que Sorkin se pone detrás de las cámaras (la primera fue 'Molly's Game') y en este campo encontramos a un cineasta mucho más sólido, que sabe perfectamente lo que quiere contar y cómo. Aunque tenga arrebatos profundamente "yanquis", llega alto y claro que este juicio no es de conspiración, sino del sistema contra cualquier tipo de intento de disentir. Pocos dramas judiciales resultan todo el rato tan dinámicos, y eso que Sorkin tiende a salir relativamente poco de esa habitación. Cuando lo hace es parra mostrar cómo se llegó a esos disturbios y a marcarnos la relación entre los acusados, que también es parte muy importante del discurso que quiere remarcar. Con los disturbios opta por mezclar metraje ficticio con real (este en blanco y negro) para recordarnos que todo esto ocurrió de verdad y para hacer esas escenas más contundentes si cabe. En la sala del juzgado nos encontramos con una muy buena película de época, con un escenario y un vestuario maravillosos.
El Oscar al Mejor Reparto es necesario
Pero en lo que más destaca 'El juicio de los 7 de Chicago', y la dirección de Aaron Sorkin, es en las interpretaciones. La película es realmente coral, y cuenta con tantas interpretaciones brillantes que no me gustaría ser votante de los Oscar este año (de nuevo, otro caso en el que el premio al Mejor Reparto resulta necesario). Mark Rylance o Yahya Abdul-Mateen II ofrecen trabajos espectaculares en papeles secundarios, y el trabajo de Langella como el juez Hoffman es fascinante. Centrándonos en los protagonistas, Jeremy Strong y Eddie Redmayne están soberbios toda la película, pero la estrella es Sacha Baron Cohen, que ofrece un papel sincero, fuerte, e igualmente desafiante y divertido como cualquiera de sus alter egos. Estos últimos tres son el centro de toda la película porque representan las dos formas de protesta. Redmayne encarna a Tom Hayden, fundador del grupo estudiantil Students for a Democratic Society, y está dispuesto a seguir las reglas para conseguir el cambio. Strong y Cohen son Jerry Rubin y Abbie Hoffman, miembros del Partido Internacional de la Juventud, los "yippies", que creen que sin ruido y "teatralidad" no se llega a ninguna parte. Ambos quieren lo mismo: que la guerra de Vietnam termine. Pero cada bando piensa que la otra vía solo va a terminar por reventar todo lo conseguido. Más que el juicio en sí, la confrontación de estas dos opiniones es lo más importante de la película, y no podían estar mejor defendidas. Jeremy Strong es un robaescenas, y Sacha Baron Cohen sabe darle una solemnidad a su personaje que le hace tremendamente persuasivo. Quizás el personaje de Redmayne es menos llamativo, pero cuenta con varias escenas en las que el actor puede lucirse. De hecho, Aaron Sorkin es tremendamente generoso con casi todos los actores, cada uno cuenta con momentos parar deslumbrar.
'El juicio de los 7 de Chicago' consigue totalmente su propósito de llevar una conversación tremendamente importante a los salones de todo el mundo justo en el momento en el que tiene que llegar. En una época de repunte de las manifestaciones, y de repunte también de un discurso antiprotestas excesivamente frecuente, conviene que se nos muestre que todo esto ya ocurrió hace varias décadas y quizás tenemos que refrescar la lección un poco antes de que sea muy tarde. Puede que a muchos les resulte que Sorkin lo hace demasiado evidente o parcial, pero en ningún momento pretende ocultarlo. Lo importante es que es una película muy potente que logrará mantenerse en la cabeza y en las charlas posteriores, y quizás consiga inspirar a más de uno, por lo menos a plantearse ciertas cosas. Es probablemente una de las películas más relevantes del año. Lo que es seguro es que es una de las imprescindibles.
'El juicio de los 7 de Chicago' llega a los cines el 2 de octubre y a Netflix el 16 de octubre.
Nota: 8
Lo mejor: Las interpretaciones, desde Mark Rylance hasta Sacha Baron Cohen. El guion de Aaron Sorkin es, de nuevo, canela fina.
Lo peor: Que esta interpretación tan delirante del juicio pueda resultar imposible de creer y excesivamente parcial.