Un pistolero inicia un musical quintaesencial en un saloon tras demostrar que puede ganar un duelo sin su revólver. Un ladrón encaja su sino mirando a los ojos de una bella dama. Un cuentacuentos tullido declama, su compañero, gracias al que sobrevive, inventa el teatro intimista. Un hombre de barba algodonada descubre un yacimiento de oro. Un forajido destruye sin querer el amor fronterizo disparando contra los indios. Cinco chalados charlan en un carro tirado por caballos hasta las puertas del cuarto milenio. Seis frases con las que podría definirse la antología del Lejano Oeste que han construido los hermanos Coen en 'La balada de Buster Scruggs', seis frases que simplifican la maestría de dos cineastas que vuelven a demostrar su gran capacidad para el humor negro, sea cual sea la perspectiva, el género y el formato, pero que esta vez se quedan cortos.
Lo que iba a ser una serie de relatos, los Coen lo han reconvertido en una película de más de dos horas en la que se hace notorio que Netflix sólo pone la firma (y, bueno, gran parte del capital) porque el sello de la sátira sigue vigente, aunque volátil. Esta decisión, sin embargo, es la que compromete todo el trabajo, la que conduce al espectador a una expectativa que la producción está lejos de cumplir, la que te instala en una narración demasiado irregular como para no hablar de una obra menor dentro del catálogo Coen. Mientras el primer capítulo es un hilarante ejercicio de humor negro sobre los duelos de pistoleros, con ecos de Raoul Walsh y, en menor medida, de Henry King, el quinto manipula los códigos del amor entre forajidos y damiselas en apuros hasta hacerlo eterno (es el más largo de todos) y el segundo se puede aceptar por ver a James Franco reducido por un hombre de hojalata, pero poco más. Al resto, sí, le dan la vuelta al cine riguroso de Coppola, Hawks o Sturges, le dan su genuina pátina de canallismo y sangre seca para conseguir algunos momentos realmente bellos, no obstante sus personajes no generan ningún tipo de interés porque el espectador ya sabe que no van a llegar muy lejos. Es el peligro de juntar unos cuentos en un mismo proyecto. Aunque el leitmotiv sea fuerte y magnético a ratos, la sensación es de desequilibrio.
En 'La balada de Buster Scruggs' se explica la idiosincrasia del Lejano Oeste, muestran el cliché de manera autoconsciente buscando el reverso cómico, sirviéndose de símbolos e iconos manidos para resumir todo lo que el cine clásico ya nos ha contado con anterioridad. Lo que ocurre con los Coen es sintomático de un imaginario colectivo que se abalanza sobre sus películas esperando el giro de guión, la puñalada contracultural, el chiste de reírse de tapadillo, con la o rasgando la garganta. Esto, claro, le juega malas pasadas como la de ese acercamiento a lo más delirante de la Guerra Fría en '¡Ave, César!'. Viniendo de aquel caramelo rancio con el envoltorio intacto, no era de esperar que prevaleciese la impecable factura de producción en detrimento del guión, pero así ha sido. Y esto no quiere decir que la película sea de perfil bajo, porque no lo es (por ser no es ni una película), pero sí dejará un sabor agridulce en aquellos que estén acostumbrados a que del punto A al B ocurra algo significativo. Aquí los puntos A están bien definidos, pero los B son difusos. En ese sentido, Netflix debería tener en cuenta cada historia de la seis que se cuentan porque podrían salir, sin ninguna duda, seis grandes películas.
Un conjunto derivativo
'The Ballad of Buster Scruggs' se configura como el retrato del pistolero narcisista que se ríe en la cara de la muerte hasta que su condición de vieja gloria le recuerda de dónde viene. 'Near Algodones' habla sobre el sufrimiento de un ladrón que cuando encuentra la razón de su existencia ya es demasiado tarde (este episodio, aunque seguramente sea el más flojo, tiene una de las secuencias más divertidas de la antología). 'Meal Ticket' reformula los primeros pasos del teatro nómada, de los freaks shows en el Lejano Oeste, así como la inclusión de los tullidos en el panorama del espectáculo como una herramienta que termina siendo una mochila demasiado pesada. 'All Gold Canyon' pues eso, sobre cómo un viejo y su burro fiel descubren un yacimiento de oro con el que abandonar la pesada vida del vagabundo. 'The Gal Who Got Rattled' es la historia que más tiempo nos pide para llegar a algún sitio, y también se ven hordas de indios salvajes, y también hablan del amor en tiempos de forajidos y casamientos de conveniencia, y también hay un perro que no para de ladrar, pero el puerto al que llega tiene poca profundidad, así que encalla sin remedio. Por último, abrazando la cláusula del terror anglosajón clásico, los Coen escriben en 'The Mortal Remains' las frases que mejor representan a una sociedad sumida en el desconcierto de lo que otros viajeros cuentan.
Sin entrar a discutir sobre la evidente calidad de sus composiciones en el plano de la imagen y algunas líneas de diálogo que no podrían haber sido escritas por otros creadores, los Coen se han dejado mucho en el tintero, pero mucho. Una de las razones por las que 'La balada de Buster Scruggs' es lo que es, tiene que ver con que los paladines (James Franco, Liam Neeson, Brendan Gleeson) están peor que los inesperados astros rutilantes (jamás olvidarás a Tim Blake Nelson como Buster Scruggs, ni a Harry Melling como el tullido, ni tampoco a Tyne Daly como "Lady"), al igual que la narrativa de los Coen está muy por debajo del trabajo fotográfico de Bruno Delbonnel. La clarividencia de otras veces se sustituye por un popurrí de ideas, un homenaje descafeinado, algo oscuro. ¿Ideas que se derivan de la película? La importancia del viajero. Para los Coen, como lo fue para autores como Thomas Pynchon, la historia de Norteamérica se escribe en los viajes de sus mayores y en la tierra que conecta cada una de sus peripecias.
Nota: 7
Lo mejor: Buster Scruggs, algunos planos bellísimos y algunas líneas de diálogo Made in Coen.
Lo peor: En una película compuesta a base de lo que son varios cortos, se echa en falta un ritmo narrativo que no haga palidecer al leitmotiv.