Catherine Corsini vuelve a reafirmarse como una de las realizadoras más interesantes del panorama europeo con su doceava película, en la que se adentra en la relación entre dos mujeres a principios de la década de 1970 en un ambiente tan revolucionario en pro de los derechos de la mujer como París. Para ello, cuenta con dos actrices rebosantes de naturalidad para dar vida a los dos personajes entorno a los cuales girará una historia que, más allá de afrontar la igualdad de la mujer frente al hombre y el tabú de la orientación sexual, supone un retrato del eterno conflicto entre el mundo urbano y el rural.
Izïa Higelin interpreta a Delphine Benchiessa, una joven granjera que se muda a París en 1971 con la intención de independizarse y desligarse de los lazos que la atan al campo, profesión que ama pero que la mantiene atada a una comunidad en la que no puede ser libre. Por cosas del destino, conocerá a Carole, una Cécile de France cuyo personaje refleja de forma excelente todos los ideales de las teorías feministas, siendo una de aquellas muchas mujeres que lucharon por sus ideales que, de forma revolucionaria o no, se dedica a hacer propaganda en pro de la igualdad de la mujer en una sociedad patriarcal.
Al flechazo casi instantáneo por parte de Delphine seguirá el consecuente el florecer de unos sentimientos hasta entonces latentes por parte de la parisina, que será uno de los principales motivos que Corsini (autora del guion junto a Laurette Polmans) decide tratar en una historia que contiene muchas más capas que las visibles a simple vista.
La relación entre dos mujeres no pasa a ser cuestionada por las implicaciones morales de la época, donde el prejuicio y la falta de entendimiento podían ser causa de aislamiento social, algo que se refleja en el otro ecosistema lejos de la urbe: el rural. Es entonces cuando entra en juego el verdadero conflicto que quiere tratar Corsini (y lo acaba consiguiendo), ya que la realidad ante una pareja compuesta por dos féminas no será viable en el campo, lugar de tradiciones alejado de la capital y, por terrible que parezca, reflejo de una situación actual, mal que pese.
Porque 'Un amor de verano' acaba siendo el eterno choque entre tradición y modernidad, aunque tradición vaya ligado a la forma tradicional que muchos entienden por familia y/o uniones sentimentales, y modernidad entendido como la liberación de la mujer, tanto en el ámbito laboral como en el sexual, sea cual sea el género del partenaire.
Bucólica relación
El campo se convierte en enclave en el que estallarán las diferencias, donde se confrontarán credos y donde se seguirá desatando una pasión ya entonces iniciada. Es entonces cuando ese cierto aire bucólico que se podría transmitir a partir de cierto momento de la película, acaba desvaneciéndose por culpa del citado choque de ideales.
Corsini hace un canto a la vindicación de los derechos de la mujer y a favor de la igualdad. Y lo hace contando una bucólica historia de amor candidata a ser una de las mejores propuestas románticas del año, y no únicamente para el sector LGBT.
Nota: 7
Lo mejor: Cécile de France, entregada en cuerpo y alma a la causa.
Lo peor: El desaprovechamiento de algunos personajes secundarios que, lejos de estar de relleno, podrían haber aportado mucho más al devenir de la historia.