Una llamada telefónica de madrugada puede destrozar cualquier familia. Esa no deja de ser en el fondo la premisa de 'La buena esposa', salvo que esta procede de la Academia Sueca. Joan Castleman descuelga el teléfono, su marido (el tan carismático como ruin Jonathan Pryce) acaba de ganar el Premio Nobel de literatura. Un primer plano al recibir la noticia del rostro impertérrito de Glenn Close, al que la cámara insiste en volver a lo largo del metraje tratando de descifrar su emoción soterrada, apunta sus reveladoras intenciones. ¿Qué (y quién) hay detrás de la esposa fiel y sacrificada de este genio de la literatura?
Aunque la película, dirigida de forma en exceso académica y funcional por el director sueco Björn Runge, no se aleje de su condición de previsible melodrama empoderador, algo que tampoco está de más en los tiempos de corren, en cambio se resuelve con la inteligencia, la altura interpretativa y el gusto por el detalle suficientes para resultar creíble, cuestionar el machismo de nuestra sociedad e inspirar a distintas generaciones. Por no hablar de que siempre resulta estimulante cuando el cine se acerca a la literatura y reflexiona, aunque sea tímidamente, sobre su condición narrativa.
Y es que el guion, escrito por la guionista Jane Anderson ('Olive Kitteridge'), que a su vez adapta un best-seller de la escritora Meg Wolitzer, sabe hacer resonar cada gesto y acción por insignificante que parezca al concederle otro significado distinto en su conjunto, ya sea a través del uso de los flashbacks o de un juego de espejos del que su protagonista necesita escapar. A través de estos delicados gestos, el espectador desmonta la compleja relación entre Joe y Joan Castleman (el parecido de sus nombres tampoco es casual), un matrimonio que vemos desmoronarse a la vez que lo hace la mentira que lo sustenta, pero en el que se entrecruzan, por difícil de creer y a su vez tan auténtico parezca, desde el cariño y la admiración al rencor más profundos. Sentimientos que sus protagonistas exploran hasta sus últimas consecuencias, acompañados de una puesta en escena que saca partido a los primeros planos y a la extensión temporal de las secuencias para hacerlos aflorar.
El mal esposo
Como todo relato sobre la literatura que se precie, 'La buena esposa' está trufada de reflexiones acerca del proceso creativo que, si bien carecen de entidad, resultan precisas para enriquecer a los personajes y dar sentido a la propuesta. Desde el enigmático título de la novela con la que obtuvo su prestigio el protagonista ('The Walnut', como la nuez con la que conquistó a su mujer y con la que sigue seduciendo a sus amantes), a la forma de engarzar en el montaje la estructura temporal en dos tiempos narrativos que parecen comunicarse entre sí o las lecciones que la propia película decide (o no) poner en práctica. Irónicamente, el hijo mayor de los Castleman es reprobado por su padre tras leer su último relato, protagonizado por personajes que a su juicio son clichés. Cuando él mismo, torturado por la falta de atención de sus exigentes progenitores y adicto a las drogas, es un cliché andante y sobreactúa a más no poder. Aunque nunca tanto como Christian Slater, agradecido troll de la función.
En definitiva, a 'La buena esposa' se le podría achacar todo aquello que sus imágenes delatan, una falta de ambición y profundidad (la gran sátira sobre los Premios Nobel y el circo mediático de la literatura tendrá que esperar) que no le impiden ser un producto por encima de la media, firmado con elegancia y sutileza, al encuentro de un público adulto que fácilmente se verá reflejado en sus conflictos maritales, alrededor de los que el director sueco ya había ahondado en su filmografía. Pero además, se posiciona y sabe abrir una nueva página en la vida de su protagonista sin ceder ante una conclusión discursiva ni condescendiente. Aunque, de nuevo, en un magistral primer plano de Glenn Close previo al epílogo se encierre mejor su dilema.
Nota: 6
Lo mejor: Sin necesidad de revelar nada, la película se podría contar a través de lo que ocultan las miradas de Glenn Close y Annie Starke.
Lo peor: Que sus imágenes no consigan alejar el material del de una lectura de aeropuerto idónea para la sobremesa.