Aunque el mundo de Hollywood se encuentre en un momento de incertidumbre y cambios, no solo tecnológicos sino en los modos de consumo, irónicamente vivimos en una época dominada por la nostalgia, que mira a las viejas formas de producción con melancolía mientras continúa explotando fórmulas exitosas y se agarra a lógicas de mercado. Dentro de ese ecosistema hay algo de anacrónico y felizmente contradictorio en la existencia de películas como 'La casa del reloj en la pared', que aunque pretenden llegar a una nueva generación de espectadores con la mirada puesta en el cine del pasado, lo hacen trasladando sus formas cinematográficas al cine contemporáneo.
No en vano, la película se inicia con el icónico logo de Amblin, que remite a los clásicos de Spielberg, productor de la misma, y a una serie de inconfundibles títulos de los ochenta como 'Gremlins' o 'Los Goonies'. Toda una declaración de intenciones por parte de Eli Roth, a quien en un primer momento puede sorprendernos encontrar maniatado a los estrictos márgenes de una producción familiar (por supuesto hay mucho de operación comercial tras el proyecto, la película no ha sido número uno en taquilla en Estados Unidos de casualidad), pero que como buen cinéfilo y consciente de la oportunidad para reconducir su carrera que se le ofrece, se siente cómodo y destila notable gusto tanto en la composición visual como en los movimientos de cámara.
Pero al final quienes sostienen el metraje no son otros que sus dos estrellas, Jack Black y Cate Blanchett, que interpretan al tío del niño protagonista y a su vecina, dos brujos venidos a menos que se entretienen jugando a las cartas y que ocultan su condición bajo los muros de una casa entre los que se encuentra un reloj maldito. Su comicidad y talento para engrasar cada secuencia elevan un planteamiento que busca la ingenuidad de la mirada infantil, la de un niño huérfano (Owen Vaccaro) que poco a poco y entre pesadillas descubre los secretos de la casa de su tío y el mundo de las artes oscuras, pero que también se enfrenta a la vida real tras llegar a un nuevo instituto. Ambientada en los felices años cincuenta, ahí es precisamente donde reside su mayor trasfondo, en la idea de la magia como refugio frente a la marginación y la exclusión social. Un mensaje al que se agarra Eli Roth y que extiende al cine, incluyéndose como un personaje televisivo y filmando cada hechizo como si se tratara de la ilusión de la imagen en movimiento, ya sea a través de diversas proyecciones o con efectos lumínicos.
La magia (y el cine) como refugio
Publicada en 1973, 'La casa del reloj en la pared' dio lugar a una larga y exitosa saga de novelas juveniles escritas por John Bellairs. Y aunque el material de partida no ofrezca demasiada enjundia dramática, limitaciones que también afectan a la película, cuenta con los elementos sobrenaturales y góticos suficientes para dar forma a un universo propio que continuar en numerosas secuelas, de las que ya se dejan algunos apuntes con la inclusión de Rose Rita Pottinger, próxima compañera de aventuras del niño protagonista. En cambio, mientras la novela era un elogio a la sencillez, el guionista Eric Kripke ('Supernatural') se equivoca al inflar determinadas subtramas y añadir al argumento la presencia de un villano (Kyle MacLachlan) por la necesidad de recargar el tercer acto, cuando la virtud de la propuesta no se encuentra en su grandilocuencia ni épica, sino en despertar nuestra imaginación hacia los terrores nocturnos antes de ir a dormir.
Nota: 6
Lo mejor: La química entre Jack Black y Cate Blanchett y el modo en que su ejercicio nostálgico se traslada a sus imágenes.
Lo peor: Contratar a Kyle MacLachlan para recubrirle de maquillaje y efectos especiales.