"El fantasma es una metáfora", dice Edith Cushing, una joven autora neoyorquina sobre su primera novela, "no es una historia de fantasmas, sino una historia con un fantasma". Guillermo del Toro pone en boca de Mia Wasikowska, la protagonista de 'La cumbre escarlata', sus más puras intenciones. Este cuento gótico de terror tiene mucho más de gótico que de terror: hay fantasmas, hay una casa encantada, pero tanto el origen como la esencia del relato es la naturaleza atormentada del ser humano.
Tom Hiddleston encarna al antihéroe romántico Sir Thomas Sharpe, un barón sin riquezas que enamora a Edith y se la lleva a su mansión apolillada con la intención, supuestamente, de chupar del bote, quitarle su herencia para así financiar un invento que le ha obsesionado desde hace años con el que sustraer y explotar la arcilla roja que supuran las minas sobre las que el hogar de los Sharpe fue edificado.
Hiddleston tiene la complicada misión de ser a la vez antagonista y galán, de esconder oscuras intenciones sobre sentimientos encontrados. Él y Guillermo del Toro, con un guion que le obsesionó hasta tener una docena de revisiones, consiguen subvertir al antihéroe romántico, partiendo desde una especie de Lord Byron o Rochester (curioso que Mia Wasikowska ya haya sido antes 'Jane Eyre') para convertirlo en villano y más tarde darle aún una vuelta de tuerca más.
Pero la que más aplausos se va a llevar por esta película no será ni la joven actriz de 'Alicia en el país de las maravillas' ni el Loki de 'Thor', sino Jessica Chastain, que se tira a la piscina en 'La cumbre escarlata', encarnando a un personaje en el que no la habíamos visto hasta ahora, y zambulléndose en la oscuridad: la Lady Lucille Sharpe, hermana de Thomas y ama de llaves de la mansión, se come cada escena que toca, y nos recuerda a la señorita Danvers de 'Rebeca' (algo que ella ha admitido que fue más su culpa que del director, porque ama a Hitchcock), brindándonos una villana llena de capas e imposible de racionalizar.
Precisamente la relación entre el personaje de Hiddleston y Lucille es quizá el esqueleto de 'La cumbre escarlata', lo que le da sentido a una casa encantada que, como en los mejores cuentos góticos, es un ente vivo en sí mismo con sus crujidos y corrientes de aire, y también lo que aterroriza y sentencia a la protagonista, Edith Cushing, y a tantas otras mujeres en el pasado. Es también, junto con la interpretación de Chastain, lo más interesante de la película.
Los fantasmas existen, pero poco más
Es la otra parte, la estricta película de terror, lo que flaquea en 'La cumbre escarlata'. Lo vemos en la primera media hora del filme, que se toma su tiempo hasta ponerse manos a la obra, prestando mucha atención al romance y el melodrama (algo que la propia Edith, fan de Mary Shelley quiere esquivar en su novela). En realidad Guillermo del Toro echa mano del género de terror para envolver su historia de amor y filmar la que, según él, es su película más bella hasta el momento. No le falta razón: la mezcla de los trajes de época (hechos con tela centenaria) y la fotografía colorista hacen de 'La cumbre escarlata' una delicia visual.
Tiene de todo: fantasmas (mezcla entre CGI y figuración, y aquí repite Javier Botet tras colaborar con Del Toro en su producción 'Mamá', protagonizada por Chastain), misterio, una casa llena de secretos y violencia (el director tira del gore, bebiendo directamente del giallo italiano que empezó Mario Brava). Y sin embargo, no suele hacer clic. Hay algunas escenas perturbadoras y que rozan el susto, pero la cosa acaba desinflándose, y de hecho los seres del más allá poco tienen que decir en el tercer acto, en el que Del Toro se centra en el horror más humano y la tragedia romántica.
Aún así, la atmósfera y la puesta en escena consiguen fascinar y enganchar, sobre todo gracias al empeño del director de 'El laberinto del Fauno' por construir la casa de cero y en su totalidad. Al final de todo, 'La cumbre escarlata' es un guion no demasiado inspirado que tiene la suerte de contar con Jessica Chastain, Tom Hiddleston y un director que sabe lo que quiere. Aunque lo que quiera vaya a encandilar solo a los más fieles admiradores del relato gótico.