En la crítica de 'The Alto Knights' reflexionábamos sobre si el género de la mafia daba más de sí o si sus años de esplendor ya quedan muy lejos en el tiempo. Y he de admitir que he sentido en parte lo mismo viendo 'La fuente de la eterna juventud', pero esta vez en lo referente a otro género que forma parte de la idiosincrasia del cine: el género de aventuras, y en concreto, el de los cazatesoros.
Todos sabemos lo mucho que cambió la industria 'En busca del arca perdida', aunque clásicos del cine cazatesoros llevamos disfrutando desde mediados del siglo XX, con películas como 'El tesoro de Sierra Madre' (1948) o 'Las minas del rey Salomón' (1950). No obstante, Steven Spielberg y Harrison Ford crearon un producto de entretenimiento que ha servido de inspiración para todo filme, serie o incluso videojuego de temática similar.
'La fuente de la eterna juventud', la nueva película de Guy Ritchie, no es una excepción. En parte luce casi a un homenaje a la saga del arqueólogo en fondo y forma, añadiéndole la esencia de otros títulos importantes del género. Porque Luke Purdue (John Krasinski) bien podría ser un 'Indy' con la picardía del Nathan Drake del videojuego de 'Uncharted'.
El resultado es un producto que entretiene y que hará pasar un buen rato a los espectadores, pero que nos deja la sensación constante de que esto ya lo hemos visto antes. Aunque, como decía, mis sospechas recaen en que no sea culpa de 'La fuente de la eterna juventud', sino de que el género haya perdido su capacidad para sorprendernos.
Una grata sorpresa
'La fuente de la eterna juventud' trata precisamente sobre ese preciado tesoro que se ha convertido en la obsesión del cazatesoros Luke Purdue (Krasinski). Con el respaldo financiero del magnate empresarial Owen Carver (Domhnall Gleeson), que necesita esa fuente para curarse de una enfermedad terminal, se emprende en la búsqueda de esa agua bendita junto a sus compañeros de aventuras Patrick Murphy (Laz Alonso) y Del McCall (Carmen Ejogo).

Sin embargo, Luke pronto se dará cuenta de que para resolver el misterio necesita a la que era la pieza fundamental del equipo: su hermana Charlotte (Natalie Portman). Retirada del estresante mundo de los cazatesoros tras la muerte de su padre, Charlotte trabaja en un museo londinense en una vida normal para millones de mujeres, es decir, cuidando de su hijo y discutiendo con su futuro exmarido. Pero Luke, al que lleva sin ver años desde que sus caminos se separaron, pondrá patas arriba su nuevo y rutinario día a día.
Comienza así una película de aventuras clásica donde siempre se nos presenta un dilema: ¿qué es más importante, seguir enfocado en tu trayectoria profesional y en el querer más y más o pararte a valorar a las personas que te rodean y los momentos que vives con ellos? Luke es un adicto a la dopamina que necesita retos cada vez más imposibles para alejarse de todo atisbo de monotonía, mientras que Charlotte cree que ya les ha llegado la hora de vivir con mayor paz y tranquilidad de la que este trabajo ofrece.
Posiblemente ambos tengan razón en sus pretensiones, pero esto innegablemente les hace vivir altibajos en su relación ya maltrecha durante la película. Una relación que va de menos a más en cuanto a la conexión de sus actores, que termina siendo aceptable y creíble aunque quizás un poco decepcionante para el nivel que tienen tanto Krasinski como Portman.

De hecho, la robaescenas de la película termina siendo Eiza González como Esme, una guardiana protectora de la fuente que hará lo que esté en su mano para proteger la fuente de Luke y de cualquier otra persona que ose descubrir la verdad. Su versatilidad a la hora de interpretar a una femme fatale que sin embargo muestra debilidad ante la posibilidad de fracasar en su objetivo, sumado a sus escenas de acción y a su química con Krasinski, la convierten en la verdadera joya del filme, y la que mejor entiende lo que le pide Guy Ritchie: por algo han colaborado ya en tres películas.
Lo mejor y lo peor del género
El resto de secundarios tienen un problema común: están desaprovechados. lo vemos en el personaje de Domhnall Gleeson, cuyas motivaciones y mundo interior podrían haberse reflejado con mayor profundidad, por no hablar de Laz Alonso y Carmen Ejogo, meros acompañantes de los hermanos Purdue en la aventura. Aunque el peor parado en este sentido es Arian Moayed como el inspector Jamal Abbas, un personaje que se queda en tierra de nadie como un ligero alivio cómico que parece llegar tarde siempre, pero al que se le podría haber dado una evolución y sentido en la trama escrita por James Vanderbilt.
Precisamente el humor es otro de los puntos débiles de la película, que gana enteros cuando se centra en la acción, en el misterio y la resolución de enigmas y en plantear cuestiones vitales, como qué somos capaces de llegar a sacrificar por alcanzar un objetivo. El último tramo, si bien abusa de la fantasía y alarga innecesariamente unos minutos el desenlace, es puro Guy Ritchie con giros, tensión y acción trepidante (espectaculares efectos visuales) para dejar al espectador un buen regusto final, cumplir con el entretenimiento previsto en una noche de peli y manta sin mayores pretensiones y abrir la puerta, quién sabe, a una nueva saga de aventuras liderada por un cazatesoros y su séquito.

Quizás, al fin y al cabo, el género de aventuras no esté tan agotado como yo creo. O quizás es que eso no importe para seguir exprimiéndolo.