Christian Bale se pone delante del espejo, su gran barriga roba la atención. Comienza a agarrar mechones de pelo sintético, y se los va pegando para disimular la calvicie. Minutos después, da por terminada su transformación. Así comienza 'La gran estafa americana', lo nuevo de David O. Russell, y no se puede encontrar un símil mejor para representar la sensación que deja finalmente esta historia de timadores: por mucho que se arregle, seguirá pareciendo falso y no terminará de tapar las carencias capilares.
El director de 'El lado bueno de las cosas' adapta entre comillas un caso real del FBI, ocurrido en los 70, en el que una pareja de estafadores se ven obligados a trabajar con un agente para desenmascarar una serie de casos de corrupción que involucran a congresistas, mafiosos y hasta el alcalde de Nueva Jersey. Todo englobado en un ambiente lleno de escotes imposibles, peinados imposibles y de situaciones de lo más imposibles.
Como una persona a la que le fascinó la anterior película del director, y también 'The Fighter', uno de los rasgos que más valoro del trabajo de David O. Russell era su capacidad para acercarnos tanto a los personajes, de cualquier tipo o calado social, que uno no podía evitar sentir empatía por muchos de ellos. En 'La gran estafa americana' se deja llevar tanto por lucir "fetén" que se le olvida repetir esa cercanía, y sin ella, la película va descubriéndose cada vez más y más vacía.
No es culpa de los actores, a los que sigue llevando con mucha maestría. Amy Adams es quizás la más comedida del grupo estelar, pero logra así mantener un toque de clase y pulcritud en su interpretación, como la seductora estafadora que se hace pasar por británica para engañar a los hombres más débiles. Christian Bale vuelve a darnos una gran actuación como su compañero de timos, aunque no sea su papel más llamativo, quizás por culpa de un físico que distrae demasiado. Jennifer Lawrence sigue imparable, interpretando a la díscola mujer de Christian Bale, clásica rubia tonta con problemas para controlarse. La joven actriz logra hacer muy grande a este personaje secundario, sin llegar a la sobreactuación.
Pero tanto con ella, como con Bradley Cooper, el tono de la historia oscila peligrosamente al campo de la parodia o del absurdo. El agente al que interpreta Cooper es tan "espídico" a lo largo del metraje que, aun viéndole una sola vez meterse un chute de cocaína, parece como si la desayunara todas las mañanas, haciéndole un personaje exagerado y cargante. Pero el problema de que 'La gran estafa americana' acabe haciéndose larga e intrascendente no está en los actores, sino en el guión y el trabajo de dirección.El ritmo de la película es tan caótico, tiene tantos momentos de disparate auténtico, que uno no termina de deducir cuál era el objetivo de David O. Russell con esta película. Este batiburrillo acaba dejándonos una historia inconexa que nos hará perder el interés en el caso, deslumbrándonos por el vestuario y el histerismo de las situaciones. E incluso en ello es como si funcionara a mitad de potencia, como si el cineasta hubiera querido soltarse la melena, para arrepentirse en el último segundo. La sensación de indiferencia nos ataca al final de la película de forma irremediable. La locura parece haber contagiado al director, que maneja la cámara como si la hubiera subido a un columpio, sin dejarla reposar en ningún momento, abusando de los primeros planos y sin dejarnos muchas veces disfrutar del maravilloso retrato de una década.
Dorado por fuera, sin brillo por dentro
Porque no todo es evidentemente tan decepcionante. Lo que no se le puede quitar a 'La gran estafa americana' es el magnífico trabajo de diseño que tiene detrás. Comenzando ya por los créditos "retro", cada escenario, cada vestido llevado por Amy Adams y Jennifer Lawrence, cada peinado y rulo, todo nos traslada a los locos 70, en los que el dorado y el toque hortera eran más que un estilo de vida, una religión. Si a eso le sumamos una banda sonora absolutamente increíble, llena de temazos que aún hoy son símbolo de una era, la película ganaría puntos por momentos. Es una pena, por ejemplo, que en el apartado musical muchas de esas canciones sean fusiladas sin piedad, desaprovechadas muchas de ellas. Ni cuando Robert De Niro hace su aparición para poner un poco de orden termina por funcionar, y vuelve a no ser problema de talento.
Es posible que David O. Russell quisiera trasladarnos a los locos 70 con una de sus películas más alocadas, el resultado que nos presenta con 'La gran estafa americana' es un festival de lentejuelas y laca que esconde un vacío absoluto, y un argumento intrascendente. Los actores intentan salvarlo como pueden, pero incluso sus interpretaciones se ven perjudicadas por un guión que no despierta interés en prácticamente ningún momento. Un servidor prefiere mucho más la sutil demencia de Pat y Tiffany a los rizos de Richie DiMaso. La próxima vez que el director quiera llevarnos de fiesta, es preferible que lo arriesgue todo y nos deje exhaustos a que, por contentarnos, acabe dejándonos a medio camino entre el colocón y el timo.