De la mano de Filmin, 'La gran juventud' llega a los cines españoles con el ánimo de seguir expandiendo los dramas corales de Valeria Bruni Tedeschi, la actriz y directora francoitaliana que continúa haciendo hincapié en la auto ficción. Esta temática, que lleva remarcando desde su ópera prima, 'Es más fácil para un camello', hasta su última película, 'La casa de verano', está siempre marcada por tintes autobiográficos que apuntan directamente a experiencias de Bruni, hermana de la exprimera dama y cantante Carla Bruni.
Su nueva película encuentra su razón de ser en el amor que tiene Bruni por la interpretación (antes de directora fue actriz, llegando a participar incluso en 'Munich' de Steven Spielberg) y en el que tiene por Patrice Chéreau, archiconocido director francés de teatro y cine que supuso una referencia central tanto para Bruni como para varias generaciones de estudiantes.
De hecho, y para más inri, Bruni fue dirigida por el propio Chéreau en 'La reina Margot'. No es de extrañar, por tanto, que 'La gran juventud' sea un homenaje de Bruni a su mentor, así como a la irreverente furia de la juventud y el propio teatro como expresión de la pulsión artística. Ambientada a finales de los 80 y adaptando las propias vivencias de Bruni, la historia narra la adhesión de un grupo de jóvenes actores y actrices la prestigiosa escuela de interpretación Amandiers del director teatral Patrice Chéreau, encarnado en esta ocasión por Louis Garrel; junto a él, Micha Lescot interpreta a Pierre Romans, el co-director de la compañía.
Los encargados de encarnar a estos jóvenes son Nadia Tereszkiewicz (ganadora del César a Mejor Actriz Revelación por 'La gran juventud'), Sofiane Bennacer, Vassili Schneider y Suzanne Lindon; mientras que la obra que representan es Platonov, de Chejov.
Intensidad desenfrenada
En su pasión por sus días de mocedad y escuela, Bruni se olvida de una máxima que suele azotar las vértebras del teatro (y de la interpretación en general): actores y actrices son gente intensita. En 'La gran juventud', el grupo que entra en la escuela de teatro son jóvenes algo inconscientes, con muchas ganas de vivir y de experimentar, de probar; no obstante, la directora trata de mostrarles como intérpretes interesantes y atormentados, cuando en realidad son poco más que personas tóxicas y lascivas que reducen sus intenciones a los límites de una cama de matrimonio.
Existe un subtexto atrayente, el de interpretar para no tener que tomar decisiones, el de vivir con las frases de otro. Bruni coloca al teatro como centro de una realidad que busca la autenticidad en el relato mientras retrata la fugaz juventud que paso a paso, decisión a decisión, se le escapa de las manos a los protagonistas (como ese que se convierte en padre con tan solo 19 años).
Esta juventud se ve asolada por tendencias suicidas, abusos sexuales, existencialismos varios y, cómo no, el SIDA que no hace prisioneros y marca con tinta indeleble a los afectados. Bruni enfoca estas temáticas con una cansina e insoportable autocomplacencia, tratando de elevar la interpretación a una categoría endiosada, superior al resto. En este punto, estamos más con Harrison Ford y su visión de su trabajo como un trabajo más, en el que fichas, curras, y te vas. Sin intensidades ni artificialidades, sin endiosamientos.
Lo mejor: El subtexto metalingüístico del teatro y la interpretación.
Lo peor: Los comportamientos inaguantables de los jóvenes y el blanqueamiento de la directora.