Entre aguas pantanosas llenas de plantas herbáceas y enjambres de mosquitos, entre camisas pegadas a la piel sudorosa y lluvias torrenciales que arrastran los cadáveres en estado de putrefacción de un brutal asesinato sin resolver en los humedales del Guadalquivir, encontramos a 'La isla mínima', el excelente último filme de Alberto Rodríguez.
Si el thriller ya es de por sí un género demasiado trillado y lleno de lugares comunes, el camino hacia el éxito pasa por saber navegar por ellos con solvencia y solidez. Alberto Rodríguez parece tenerlo claro y ha ambientado esos lugares comunes en un paraje que fotografía y filma como una enorme criatura que se traga a la gente. Una criatura con forma de gigantesco cerebro (excepcional plano aéreo inicial) que reta a sus protagonistas a un duelo espiritual y mental en búsqueda de la verdad.
Inevitable pensar en el TV show, 'True detective', al ver las imágenes de Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez investigando la desaparición de dos chicas adolescentes en un pueblo remoto de las marismas del Guadalquivir pero, más que a la exitosa serie de la HBO, las imágenes de 'La isla mínima' evocan ese tratamiento de la luz para conseguir espacios de lo más lúgubres y ese perfeccionismo en la composición del plano del cine de David Fincher. Si ahondásemos más, también podríamos mencionar el cuidado por una elaboración del proceso de investigación que bebe de toda esa tradición de cine negro clásico llena de detectives cargados de demonios pasados, sospechosos habituales, interrogatorios poco convencionales, indicios ocultos y whisky, mucho whisky. Además, el filme nos habla de una época (año 80) y unas costumbres que han formado la sociedad española actual al mismo tiempo que utiliza a los dos protagonistas para representar las dos Españas de la Transición: los resquicios del antiguo régimen y los nuevos demócratas.
Poco a poco la narración se va abriendo paso entre una atmósfera sucia, áspera y densa por la que avanza mientras escruta, con un escrupuloso cuidado, cada paso que los protagonistas dan en el caso. El guión del propio Alberto Rodríguez y su mano derecha Rafael Cobos, nos va llevando, lentamente, hacia la resolución final, como si de un ingenioso acertijo se tratase, en el que las pistas se van dosificando plano tras plano e interrogatorio tras interrogatorio en un audaz tour de force visual insólito en el panorama cinematográfico español actual.
Se te pega a la piel
El mayor logro de 'La isla mínima' no se encuentra en las prodigiosas interpretaciones del elenco actoral ni en la sensacional dirección de Alberto Rodríguez. Tampoco está en una historia mil veces contada pero pocas veces vista de esta manera, sino que el mayor logro de 'La isla mínima' es que huele a agua estancada, exhala humedad por cada uno de sus planos, te empapa de humedad y se te pega a la piel para no dejarte ir jamás. Sensacional.