En este tercer largometraje, Alberto Morais se ha propuesto incidir de nuevo en las soledades y pequeñas tragedias que afectan a las capas sociales más desamparadas. Después de profundizar en el desconsuelo provocado por un pasado no superado en 'Las olas' y un presente marcado por la ausencia familiar en 'Los chicos del puerto', el director, nacido en Valladolid, regresa al drama de tintes sociales con el objetivo de ofrecernos una nueva reflexión sobre el triste devenir de aquellos sectores excluidos.
Miguel (Javier Mendo) es un menor que intenta sobrevivir vendiendo pañuelos cuando el semáforo se pone en rojo. Se encuentra en una situación de absoluta precariedad acentuada por la falta de apoyos familiares. Perseguido por los servicios y la fiscalía de menores, el joven mantiene la esperanza de que su madre (Laia Marull) consiga un trabajo que les permita llevar una vida estable. No obstante, ésta presenta serias dificultades para ocuparse de ambos llegando a obligar al joven a buscar amparo en la casa de un viejo conocido para huir de los Servicios Sociales.
Viaje sin tregua
Alberto Morais decide utilizar un enfoque documental para hacernos partícipes de este desesperado y fatalista recorrido vital emprendido por Miguel. Utilizando estrategias propias del cine de Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, o de Stéphane Brizé, el retrato se construye a través de una cámara en mano que sigue de cerca los movimientos y el rostro desolado de un talentoso Javier Mendo, joven de mirada fatigada que debe anteponerse una y otra vez a un entorno hostil. Porque, sin descanso alguno, presenciamos con rigor naturalista todas y cada una de las desventuras protagonizadas por tan desamparada figura. Personaje que, por otro lado, guarda importantes similitudes con las conmovedoras criaturas de extrarradio creadas por Fernando León de Aranoa.
Al igual que sucedía en 'La herida' de Fernando Franco, aquí también nos encontramos ante una cinta árida que no realiza concesiones. De hecho, Morais no cocina la tragedia y decide servir el plato crudo con todas las consecuencias que esto conlleva. Porque 'La madre' esquiva la elipsis, expone con frialdad los acontecimientos y se recrea precisamente en la repetición sucesiva de episodios comunes y en apariencia banales para acercarnos de lleno al dolor y agotamiento de su protagonista. Y lo consigue con creces. El cineasta nos ofrece en bandeja un drama sincero y sin adornos gracias a unas decisiones formales más que adecuadas que apuntan hacia el realismo más libre y duro.
Está claro que Morais ha optado por mantenerse al margen de la historia. No ha querido mancharla con excesos melodramáticos, tremendismos o técnicas propias del cine con moraleja. Decisión acertada ya que como espectadores nos permite sacar nuestras propias conclusiones o lecturas ante un material que tiene mucho que decir en cuanto a consecuencias crueles y devastadoras que afectan a nuestro presente. En este sentido, es importante señalar que esta radiografía de nuestro tiempo cierra el relato con un final brillantemente coherente con lo narrado hasta el momento.
Un hijo con talento
'La madre' se sostiene sobre los ojos de Javier Mendo. Intérprete que encarna a Miguel con una peculiar mezcla de austeridad y furia. Sometido a una soberbia prueba de fuerza actoral, el joven consigue salir airoso ante un reto interpretativo que exigía mesura y una importante contención. Por su parte, sus compañeras de reparto, Laia Marull y Nieve de Medina, también entusiasman al espectador con unas interpretaciones más que notables contribuyendo a añadir verosimilitud y realismo a la obra.
Nota: 8
Lo mejor: Desvela un trabajo de dirección efectivo y honesto
Lo peor: Se trata de una propuesta tan austera que alejará a más de un espectador