El cine de género patrio ha estado adscrito, desde la etapa dorada del fantaterror, a plasmar una serie de ideales y representaciones que, si bien fueron un derivado de la producción que venía del exterior, lograron conformar una mitología propia en cuanto a iconos. Mientras la Hammer producía innumerables títulos que bebían directamente de una fuente de éxitos (los cuales la Universal ya había explotado desde los años treinta), y en Italia el género se estilizaba bajo el patrón del giallo, las producciones españolas parecían ser del tipo en el que convergían los bajos presupuestos de la compañía inglesa con la estilización italiana. Nombres como los de Amando de Ossorio, León Klimovsky, Narciso Ibáñez Serrador, Jesús Franco y Paul Naschy se convertían en los adalides de un género propio que, en gran medida, disfrutó del éxito fuera de nuestra frontera, para dejar evidencia de aquello de que nadie es profeta en su tierra.
Generaciones posteriores, y con nombres como los de Álex de la Iglesia o Jaume Balagueró ya asentados en lo que al panorama del cine de género español se refiere, y cuando la producción continúa tambaleándose entre las grandes sorpresas y los tremendos descalabros, es de agradecer que en determinado momento Roberto San Sebastián haya decidido dar un golpe sobre la mesa con 'La noche del virgen', su primer largometraje tras un cierto recorrido como cortometrajista. Porque a diferencia de algunos de los títulos que han llegado a nuestras pantallas, la gran mayoría de ellos en un intento por copiar esquemas del terror mainstream yankee, la ópera prima de San Sebastián brilla por ser digna de algo que sus semejantes carecen: personalidad propia.
Siendo más comedia negra que terror, 'La noche del virgen' se enmarca dentro de un canon que el género español todavía no había llegado a explotar, y ahí es donde todo vuelve a derivar hacia la primera divagación en torno a cómo el fantaterror comenzó como el sucedáneo de algo que ya existía y logró alzarse como una forma única de hacer cine. De difícil catalogación, bien podría establecerse que estamos ante un título de horror en la línea de la filmografía de Frank Henenlotter, o bien como si John Waters hubiese formado equipo con David Cronenberg y estos hubiesen sido contratados por Lloyd Kaufman para un nuevo éxito de la Troma. Tan demencial como suena, pues dichos nombres son los primeros con los que puede establecerse algún tipo de semejanza a la hora de observar los dejes del film de San Sebastián, cuyo guion firma Guillermo Guerrero.
La premisa del film comienza con algo tan sumamente nuestro, kitsch y demodé como la rancia retransmisión de las campanadas de fin de año por parte de Ramón García y Anne Igartiburu, ese espectáculo televisivo que funciona como marco ejemplar para el punto de partida de la trama. Una trama en la que acto seguido se nos presenta a Nico, personaje con la cara de Javier Bódalo, al que será difícil olvidar tras acompañarle en una Nochevieja marcada por los fluidos corporales, la inmundicia y el chorreo sanguinolento. Cual sinopsis de comedia romántica al uso, durante una decadente verbena Nico conocerá a la misteriosa Medea, una mujer que le dobla la edad interpretada por Miriam Martín, y que le invita a pasar la noche en su (sucio) apartamento. Exacto, la fantasía de cualquier adolescente pajillero adicto a vídeos porno protagonizados por MILF's. Para subrayar la evidencia, desde el momento en el que el joven y su nueva amiga penetren en el hogar de esta, el espectador sabrá que el lugar se convertirá en el marco ideal de una pesadilla que pocos podrán imaginar.
Como buena abanderada de su nombre, Medea venera a una deidad nepalí, Naoshi, símbolo femenino y de la fertilidad, del mismo modo en que la Medea de la mitología clásica era la suma sacerdotisa de Hécate, la gobernante de la noche, la magia y la nigromancia. Transformada por Zeus en diosa del mar, la tierra y el cielo, y directamente relacionada con la Luna, Hécate también es un símbolo relacionado con la muerte y la feminidad, conjugada por su vinculación hacia lo acuático, según los estudios de arquetipos que hacen esta relación en base a la sangre menstrual. Así pues, y como en varias culturas más allá del mundo clásico, a través de su propio flujo, Medea se erige como símbolo de fatalidad, una fatalidad que acabará congregada en nuestro querido loser: el pobre, pringado y virgen Nico.
Excesiva, hiperbólica, desmadrada
Pudiendo claramente definirla como uno de los productos más irreverentes de los últimos años, y pecando de un montaje un tanto excesivo y que acaba restando a su totalidad, la experiencia de 'La noche del virgen' va mucho más allá del festín banal de sangre, vómitos y fluidos corporales. Además de la perfecta conjugación de la representación arquetípica, en ella se atisban ciertos aportes a la filosofía de la Nueva Carne y a los mitos lovecraftianos; porque Nioshi bien podría ser una de esas deidades del sufrimiento, como bien lo era la monstruosa criatura de 'Baby Blood', el título francés en el que Emmanuelle Escourrou se convertía en madre involuntaria.
Divagaciones aparte, si hay algo que debe hacerse con 'La noche del virgen' es no tomársela en serio, pues quizá así el espectador podrá conectar con su espíritu altamente hiperbólico y desmadrado, donde aquello que prima es la exageración de lo grotesco, el principal aliciente de un film sin complejos que pese a su halo de impureza se convierte en una bocanada de aire fresco para el cine de género español.
Nota: 7
Lo mejor: Todo su exceso gore festivo (o vomitivo, según el gusto del espectador) y la forma en que conjuga el comedia de tintes absurdos con el horror físico.
Lo peor: Se excede en su duración.