No fue hasta 2010 cuando los diarios que probaban la amistad entre 'La Reina Victoria y Abdul' vieron la luz. Es un hecho histórico que la relación tan cercana de la que fuera, en su momento, la monarca más longeva del Imperio Británico, con un mero sirviente indio, no era grata en Palacio. Que fueran amigos era molesto e innecesario, el subcontinente se vislumbraba mejor desde la lejanía.
Judi Dench vuelve a encarnar a la Reina de Inglaterra (ya lo hizo en 'Su majestad Mrs. Brown) que, en 1887, celebra su Jubileo conmemorando los 50 años de su ascenso al trono. Una soberana que se muestra, en la película, apática y descuidada con sus labores como cabeza del Imperio Británico. De ahí que, en el primer acto del filme, la veterana intérprete lidere una auténtica comedia marcada por su inapetencia al cumplir con sus deberes sociales en las ceremonias celebradas durante el jubileo.
La actriz protagoniza los momentos más hilarantes de la trama, que se reparten, en su mayoría, entre su personaje y un robaescenas por excelencia del que hablaremos después. El tono cómico de la primera parte de 'La Reina Victoria y Abdul' sirve en bandeja de plata la premisa de la amistad entre la monarca y su ayudante, de una forma distendida y efectiva. El carácter reprobable de la Reina provoca la carcajada desde el inicio y luego se junta con el choque cultural y el desdén que provoca Abdul Karim, uno de los dos indios que han llegado hasta el Palacio de Buckingham para honrar a la Emperatriz de la India con un presente: una moneda conmemorativa llamada mohúr.
Es al comienzo de la película cuando, a pesar de no ser un estilo cómico fresco, se disfruta más de la relación que surge entre la Reina y su sirviente Abdul, que a medida que avanza la trama se vuelve más intensa y dramática y se pierde en un sentimentalismo pretencioso. Bajo la inquisidora mirada de los empleados de Palacio, Abdul, que trabajaba en la prisión de Agra, le muestra su veneración a la Reina mientras que la monarca, animada por la novedad y por tener a una persona a la que realmente le importa al lado, va cediéndole comodidades al sirviente e, incluso, le pide que le enseñe urdu, la lengua más regia de la India según Abdul.
Sancho Panza y Don Quijote
Estos viajes de aquí para allá también dan para conocer a Mohammed (Adeel Akhtar), el robaescenas que señalábamos antes y en el que el chiste nace de su propia complexión y se extiende por unos diálogos recelosos de la magnanimidad del Imperio Británico. En lo que se refiere al munshi de la Reina, Abdul (Ali Fazal), va perdiendo fuerza y atención del espectador cuanta más carga dramática se añade a su amistad con la soberana, algo que Dench sabe paliar mucho mejor con su indiscutible manejo de la interpretación.
Da la impresión de que Stephen Frears, el director, sobredimensiona demasiado las inclemencias a las que tienen que enfrentarse los protagonistas y le resta a la película lo que atrae la atención en un primer momento para acercarse a un drama de esquemas convencionales y que se pueden predecir fácilmente. En el otro lado, unos variados oponentes, el personal de la Reina, enfatizan el caos y la incertidumbre palaciega en la que se sume el entorno de la monarca al acercarse al sirviente indio.
Después de haber visto 'The Crown', puede echarse de menos que los impedimentos legales y burocráticos del Gobierno y de la Iglesia para acotar la vida de la monarca a lo estrictamente establecido y a lo que una Reina debería permitirse, estén aquí totalmente desaparecidos. El papel del Primer Ministro, por ejemplo, es prácticamente anecdótico. Aunque cabe remarcar que, en lo expuesto acerca de la rapiña palaciega y la desidia de la soberana, tiene su sentido.
Nota: 6
Lo mejor: El arranque, aunque no es novedoso, y una Judi Dench que demuestra su saber estar y ser en escena.
Lo peor: Una intensidad demasiado impostada que sacrifica la naturalidad.