El poeta Miguel Hernández escribió: "El mar también elige puertos donde reír como los marineros. El mar de los que son. El mar también elige puertos donde morir. Como los marineros. El mar de los que fueron". Una década ha pasado desde que el realizador neerlandés Michaël Dudok de Wit dirigiese el magistral corto 'Padre e hija'. Diez años que han evolucionado en 'La tortuga roja', una pieza delicada de animación que logró alzarse con el Premio Especial del Jurado en la Sección Una Cierta Mirada del 69º Festival de Cannes.
El barco de un hombre naufraga. Con el estruendo de las olas del océano como único testigo, el joven intenta, como puede, sobrevivir sujetándose a una balsa. Finalmente, logra llegar a una isla tropical que está desierta. El hombre hará todo lo posible por escapar y regresar a la humanidad. No obstante, siempre que intenta huir, una extraña criatura lo impide. Finalmente, el náufrago descubre que es una tortuga roja gigante la que le impide el paso. Esa tortuga se convertirá en una bella dama que hará que el hombre ya no se sienta solo en el mundo.
Delicada fábula del devenir del tiempo
Desde sus cortometrajes, Dudok de Wit ha tenido un estilo de dibujo y mensaje propio que con 'La tortuga roja' se expanden de manera elegante, sobria y solemne. Desde que el cineasta se dio a conocer con 'Tom Sweep', ha mostrado al ser humano luchando contra el propio devenir del tiempo cual Don Quijote contra los molinos, aceptando, finalmente, los ciclos que otorga la propia vida. La maestría que el realizador enseñó en cortometrajes como 'El monje y el pez' y el ya citado 'Padre e hija' se traspasa a una película en la que los sentimientos y las sensaciones prescinden del diálogo para mostrarse en su forma más elemental.
En esa forma elemental, los sonidos, los colores, la animación, todo cobra mayor magnitud. El estruendo ruido de las olas, nada piadosas y acechantes; los colores que van cobrando las hojas de los bambúes que existen en la isla, que sigilosamente van marcando el paso del tiempo; las miradas del náufrago con la tortuga. Dudok de Wit da un paso más combinando emociones reales con ensoñaciones que muestran los anhelos del protagonista sin nombre. Todo ello provoca una metáfora en la que lo imposible resulta verosímil y en la que el realizador aprovecha para narrar una fábula sobre los ciclos del ser humano, hecho con intimidad y delicado sentimiento.
Una perla del océano convertida en animación
El nacer, crecer, evolucionar y fallecer. Los pasos que da la persona son las piezas de esta joya contemporánea de la animación. Michaël Dudok de Wit demuestra que es uno de los animadores europeos esenciales de esta época, teniendo de referencia a cineastas como Jean-François Laguionie, imposible no acordarse de 'El lienzo (Le Tableau)'; o Michel Ocelot, con ese sentido minimalismo mostrado en 'Príncipes y princesas', al igual que el cineasta suizo Georges Schwizgebel, cuyos cortometrajes deslumbraron el público. Pese a su sencillez, 'La tortuga roja' ofrece una animación exuberante, profunda e increíblemente bella, capaz de transmitir su mensaje con sus tonalidades y expresiones, que va acompañada por un delicioso partenaire, una exquisita banda sonora, obra de Laurent Perez del Mar.
Narrado con sumo detalle y oficio, Dudok de Wit firma un magnífico guión junto con Pascale Ferran, 'La tortuga roja' es la perla del océano, un milagro de la animación europea, un ejemplo de la herencia que dio Lotte Reiniger con 'Las aventuras del príncipe Achmed'. El amor, el perdón, la redención, la familia, la muerte, todo ello evoca una auténtica obra maestra cuyos sonidos del mar son lirismo y un canto de amor al devenir de la vida. El círculo culmina con su destino y con ello, se cierra el mejor de los telones.