El próximo fin de semana y tras un exitoso periplo por varios festivales, llegará a los cines 'Las altas presiones', segundo largometraje de Ángel Santos tras su ópera prima 'Dos Fragmentos / Eva'.
El cineasta gallego retrata con nitidez la apatía existencial y las frustraciones de una generación sacudida por una realidad social que la sitúa en un presente de promesas incumplidas, lejos del paraíso terrenal que se les prometía años atrás. Es la España de la crisis, de los escombros y los restos de un naufragio económico y también sociocultural, que dibujan un presente tan gris como el cielo de Pontevedra, donde transcurre la acción.
En 'Las altas presiones' asistimos al siempre temido regreso a los orígenes de un personaje central carcomido por el desencanto. Miguel es un treintañero que vuelve a su ciudad natal para grabar las localizaciones de un proyecto ajeno. No hablamos por tanto del retorno del hijo pródigo, sino de una envenenada parada en su errante trayecto vital, que despertará emociones enterradas y algunos viejos fantasmas.
Santos se toma su tiempo para dotar de dimensión a sus personajes y encajarlos en un paisaje que es el eco o la prolongación de sus propias emociones. El suyo es un cine sutil, hecho a base de tiempos muertos en el que lo que se calla es tan importante como lo que se dice y lo que se intuye prima sobre lo que se ve. Es el espectador el que ha de completar la historia a través de las grietas emocionales que el cineasta nos muestra en sus personajes.
El rostro del desencanto
Andrés Gertrúdix, habitual en ese cine español que busca con valentía su sitio en los márgenes, interpreta al protagonista de la historia. Es el suyo un personaje que expresa lo justo para dejar claro que es el rostro del desencanto, un caminante cargado con la pesada losa del vacío. Le acompañan dos magníficas actrices como Diana Gómez e Itsaso Arana, que aportan un pertinente rayo de luz entre tanta grisura emocional.
En definitiva, 'Las altas presiones' forma parte de esa nueva generación de cine español de espíritu alternativo, con vocación emocional, narrativa libre y pertinentemente conectado con el estado actual de las cosas. Una apuesta casi suicida dado el panorama que atraviesa la cinematografía española, en el que apenas sobreviven un puñado de productos comerciales financiados por las televisiones privadas, junto al que deben coexistir propuestas tan necesarias y audaces como el último trabajo de Ángel Santos, un viaje al centro del desencanto tan incómodo como catártico.