En la década de los 90', en España debutó una generación de directores que rompió con la modernidad tardía en la que el cine español estaba sumido al enlazar, tímidamente y desde la admiración profunda, nuestra cinematografía con el cine comercial norteamericano de género. Estamos hablando de cineastas típicamente posmodernos como Alejandro Amenábar, Jaume Balagueró, Daniel Calparsoro o Álex de la Iglesia, que vieron marcada su adolescencia por los éxitos Hollywoodienses de finales de los 70' y la década de los 80', una época donde el fantástico y el actioner tuvieron una gran repercusión en la audiencia.
Así, al pertenecer Álex de la Iglesia a esa generación, no es de extrañar que su cine se trate de un cine posmoderno, predominantemente referencial, basado en la relectura de los códigos del género (sobre todo la comedia, el fantástico y el actioner USA) y, salvo pocas excepciones, tremendamente apegado a la cultura popular (y castiza) española. De esta manera, el mejor Álex de la Iglesia lo encontramos cuando combina todos estos elementos del modo más salvaje y cínico posible. Ha tocado diferentes géneros y ha realizado películas totalmente distintas, pero cuando más a gusto se siente y hace disfrutar a los espectadores es cuando el argumento es lo más demente posible, el humor es tan negro que escuece a algún estamento social patrio y el acercamiento al género, con la inclusión de numerosos guiños, es tan cómplice como falto de adulteración.
'Las brujas de Zugarramurdi', pues, es la celebración de todos esos elementos de la forma más irreverente posible. Sólo él podría crear un universo en el que hallamos tanto la crisis española actual como el cine trash del primer Peter Jackson. El argumento nos evoca a aquel que Quentin Tarantino firmó en 'Abierto hasta el amanecer', dos hombres en paro deciden atracar una tienda de 'compro oro' y, en su huída, van a parar a la localidad navarra de Zugarramurdi, famosa por sus leyendas sobre aquelarres, donde caerán en las manos de unas brujas que les amargará su existencia. En esta ocasión, la historia es absolutamente chiflada, el género que toca revisionar es el fantástico (aquel que le dio la fama en los 90') y, el blanco de todos sus dardos envenenados de sarcasmo, son las mujeres.El aquelarre más demencial
Los protagonistas aparentemente escapan de la policía pero, en realidad, de lo que escapan es de las mujeres que hay en sus vidas. ¿Qué puede ser más paradójico e irónico que un par de paletos escapando de sus mujeres y acabando en manos de un grupo de brujas desequilibradas? En eso Álex de la Iglesia siempre ha sido un genio. Siempre ha sabido tergiversar los códigos, tanto cinematográficos como morales, en busca de una experiencia festiva y, mientras antes lo hacía desde una pose gamberra, ahora lo hace desde una visión más madura e ingeniosa. Lástima que el filme acumule tantos gags y tantas situaciones demenciales (unas más acertadas que otras) que se llegue al final de la cinta con una cierta sensación de saturación que impide disfrutar de la magnífica secuencia del aquelarre (con la canción 'Baga biga higa' de Mikel Laboa incluida), en toda su plenitud.
Sea como fuere, 'Las brujas de Zugarramurdi' recupera al Álex de la Iglesia más acertado y más genuino después de la descafeinada 'La chispa de la vida'. Una vuelta a los orígenes locos y excéntricos de 'Acción mutante' y 'El día de la bestia', centrifugados por el ímpetu pasional de 'Perdita Durango' o la reciente 'Balada triste de trompeta' que dejará embrujado a todo aquel que acuda a verla.