El cine es un arte que sirve para que el público se entretenga sin más, que llore, ría, se emocione e incluso para que reflexione lo que es la vida en general, o su vida en particular. 'Las ovejas no pierden el tren' tienen un poco de todo. Se trata de una comedia dramática muy real en la que cualquiera puede verse retratado (más o menos) en algún momento de su vida.
'Las ovejas no pierden el tren' está escrita y dirigida por Álvaro Fernández Armero, que se lanzó a escribir esta historia en un momento vital en el que estaba totalmente desorientado, lo que se ha reflejado en la historia que el espectador puede ver en pantalla grande. El alma de este cineasta que pone los cuernos al cine con la televisión (hay que comer), está impregnada en una trama que lamentablemente resultaría más convincente leída como un libro que trasladada al cine.
Este largometraje nos cuenta la historia de Luisa (Inma Cuesta) y Alberto (Raúl Arévalo), una pareja en la treintena con un niño pequeño que se va a vivir a una bonita casa situada en un bucólico pueblo segoviano de nombre Valdeprados. Allí, él quiere encontrar la inspiración perdida y escribir un nuevo libro con el que triunfar como antaño, mientras que ella espera tener una existencia más económica y desahogada mientras va y viene todos los días a Madrid para atender su taller de diseño. Además, el matrimonio -más ella que él-, desea tener un segundo hijo, en lo que tampoco tienen éxito. Su vida comienza a convertirse en lo que nunca quisieron que fuera.
En Madrid viven la madre de Luisa, Marisa (Kiti Manver), una mujer madura que siempre ha vivido sin preocupaciones y que de repente se separa de su marido y la hermana, Sara (Candela Peña), empresaria de éxito e inútil en lo afectivo. Alberto tiene en Madrid también un hermano, Juan (Alberto San Juan), separado y con dos hijas, que mantiene una relación con Natalia (Irene Escolar), una chica de 25 años (20 menos que él) que le da la juventud que él necesita.
La vida es agridulce
Con estos personajes más o menos bien dibujados tenemos una historia agridulce, como la vida, en la que hay alegrías, penas, dolor, risa, muchos problemas laborales, otros sentimentales, otros familiares, siempre con un prisma de verdad y con situaciones totalmente creíbles que provocan que el espectador pueda sentirse identificado con alguna de las historias que vive el elenco, sea en el pasado, en el presente, o quizás pensando en un futuro en el que podría ocurrir.
Este precisamente es el punto fuerte de la película: su mensaje. Y es que aunque el cine es mentira, 'Las ovejas no pierden el tren' no solo ofrece realidad y más realidad. Además, invita al espectador a revelarse contra lo establecido. ¿Por qué nuestra meta en la vida tiene que ser conseguir un trabajo en el que ganemos mucho dinero? ¿Por qué hay que casarse? ¿No se puede ser feliz si estás soltero? ¿Es necesario tener hijos y una bonita familia para no inspirar lástima a los demás? En la sociedad en la que vivimos, todos nos sentimos o nos hemos sentido (si tenemos la vida más por detrás que por delante) impulsados a coger todos los trenes que nos pasan por delante, a esas oportunidades que se presentan y a cumplir los sueños y las expectativas que todo españolito -o europeíto- debe tener en su a veces miserable existencia, y digo miserable porque en ocasiones, esa tensión que provoca el hecho de pensar en que "tengo que hacer esto, esto y esto" hace infelices a las personas, y ya se sabe lo que es la presión social. Dilemas aparte, no hay duda de que 'Las ovejas no pierden el tren' gana por su mensaje esperanzador de que siempre es un buen momento para cambiar, y que no todo el mundo tiene por qué buscar lo mismo para alcanzar la felicidad, de hecho es una cosa muy personal, lo que hace feliz a uno no tiene por qué hacer feliz a otros.
Otro punto fuerte es el hecho de haber introducido un reparto coral tan famoso, una cosa que siempre ayuda mucho cuando llega la promoción. Los protagonistas, Raúl Arévalo e Inma Cuesta, bordan sus personajes y muestran una química en pantalla que después se traslada a la vida real; se nota que lo pasaron bien juntos. Los 'secundarios' no están nada mal, sobre todo una espléndida Kiti Mánver que es sin duda un valor seguro.
Candela Peña está muy exagerada y sobreactuada en su papel de ¡Sara-devorahombres-nadiemequiere', aunque si se piensa en el personaje que le ha tocado encarnar, lo cierto es que su interpretación resulta adecuada y no apta para cualquier actriz. En el caso de Irene Escolar, su talento innato hace creíble su papel de joven periodista que busca afecto en un hombre mayor, Alberto San Juan, que tampoco lo hace nada mal. Jorge Bosch en el papel de Paco, la nueva 'víctima' de Sara, está estupendo, al igual que Petra Martínez y Miguel Rellán, los padres de Alberto y Juan, que transmiten la angustia de una persona con Alzheimer y aún más de quien tiene que cuidarle. El elenco es numeroso y podría seguir así, si bien es cierto que lo demás son papeles más pequeños, dignos, pero no tan destacables como los de quienes forman parte del núcleo familia del matrimonio formado por Luisa y Alberto.
Con todo ello, la película podría tener todo para triunfar, el problema es que cuando se ve en pantalla grande tiende a ser un tanto caótica y muestra que Álvaro Fernández Armero es un guionista de matrícula de honor, aunque en la dirección pincha un poco. El montaje no es tampoco lo mejor, aunque está bien rodada, los escenarios son excelentes y la fotografía y la iluminación ofrecen más credibilidad en una película agridulce como la vida misma.