Cuatro años después de explorar el mundo de la moda con la elegante e hierática 'El hilo invisible', Paul Thomas Anderson da un cambio radical con una propuesta llena de color, aparentemente ligera y que apuesta por ser un canto a la vida y una mirada nostálgica a aquellos hermosos recuerdos de juventud. Todo eso y más es 'Licorice Pizza', nominada a tres Premios Oscar y candidata a cinco Premios BAFTA, un maravilloso ejemplo de cine de autor con el que el cineasta estadounidense demuestra que aún queda espacio para esa mirada personal en Hollywood.
No es la primera vez que Anderson visita los 70, década en la que el cineasta vivió su infancia pero que recordó de una forma más inhóspita y underground con la fabulosa 'Boogie Nights' o con la delirante 'Puro vicio'. Con 'Licorice Pizza', el enfoque es completamente luminoso, alejado de cualquier mirada sombría muy propia de retratos de este decenio. Lo hace desde su primera escena, un flechazo de juventud que invita a pensar en los convencionalismos propios de las coming-age movies. Pero no hay que olvidar que esta propuesta es un largometraje dirigido por el realizador de 'Magnolia', 'Pozos de ambición' o 'The Master'.
Ya de por sí, el romance y la pasión que surgen al inicio son provocadores, especialmente por la realidad conservadora actual, al narrar cómo un adolescente de 15 años y una veinteañera comienzan un juego amoroso del gato y el ratón. Toda una declaración de intenciones de un cineasta que busca seguir su propio camino, incluso si eso conlleva a enfrentarse a solas a una conservadora adversidad. Y es que Anderson, aunque envuelve a los 70 en una atmósfera luminosa y llena de nostalgia, tampoco olvida que se trata de un retrato de época, con todo lo que ello conlleva.
Anderson echa una mirada llena de energía a los 70
Así pues, el otrora avezado pupilo de cineastas como Robert Altman o Mike Nichols, esta vez realiza un relato intimista que puede evocar más a las miradas nostálgicas del cine de Richard Linklater -con secuencias que evocan a 'Todos queremos algo' o 'Movida del 76'-, y especialmente al de Arnaud Desplechin con su díptico formado por 'Comment je me suis disputé... (ma vie sexuelle)' y 'Tres recuerdos de mi juventud', en lo referente a un amor complicado que desprende una autenticidad extraordinaria de dos debutantes: Alana Haim (se la echa en falta en los Oscar) y Cooper Hoffman, dos alumnos que con 'Licorice Pizza' se han licenciado.
Aunque debutantes como intérpretes, los dos son conocidos de Anderson. La primera es cantante y músico, es pianista, guitarrista y vocalista del grupo Haim, el cual lo conforma con sus hermanas mayores Este y Danielle Haim, las cuales aparecen en el filme interpretando a una versión setentera de ellas mismas. Anderson ha dirigido buena parte de los videoclips de sus temas, lo que hace que no sean una desconocidas en su carrera. Después está Cooper Hoffman, hijo del malogrado Philip Seymour Hoffman, con el que Anderson trabajó en varios proyectos como 'The Master', 'Embriagado de amor', 'Magnolia' o 'Sydney'.
Con lo cual, Anderson ha visto crecer a ambos. Por otro lado, entre los dos surge una química deliciosa que va a caballo entre lo enternecedor y lo ambivalente. Una relación en la que juegan al 'contigo pero sin ti' y con la que el cineasta aprovecha para hacer una crónica de los 70, en la que no faltan guiños populares, desde actores como William Holden o Lucille Ball a productores como el célebre Jon Peters -en su época de noviazgo con Barbra Streisand- o incluso a otras figuras como el concejal de Los Ángeles Joel Walchs o el fenómeno de los restaurantes japoneses, como el Mikado, el cual fue uno de los primeros de la ciudad. No falta la mirada crítica, especialmente en lo referente a la crisis del petróleo que marcó la época, así como los estereotipos raciales hacia la comunidad japonesa o cómo la homosexualidad debía ocultarse.
Un nuevo logro cinematográfico de un cineasta sin límites
Esos guiños, con unos estupendos Sean Penn y Bradley Cooper (sus ocho minutos en pantalla merecían una nominación al Oscar) y un arriesgado John Michael Higgins, el cual protagoniza las escenas más políticamente incorrectas, aderezan un largometraje que va más allá del efecto nostalgia y de la solemne mirada del homenaje para ser una experiencia visual que busca traer esa magia setentera al espectador contemporánea, lo que hace que el ejercicio de Anderson sea atrevido y lo que convierte a 'Licorice Pizza' es una apuesta mucho más ambiciosa de lo que su aparente ligera trama invita a pensar.
A ritmo de Nina Simone, de The Doors, de Sonny & Cher o de Paul McCartney, Anderson hace un homenaje a esa juventud, a esos años, en los que aprovecha para recordar que los 80 no serían nada sin esa locura que fueron los 70. Quizás aparente ser el filme más accesible del director de 'Puro vicio', pero 'Licorice Pizza' es una demostración de que se está ante un cineasta que, hasta en las propuestas más intimistas y refrescantes, es capaz de ofrecer el toque autoral que eleva lo aparentemente mundano. Una maravilla poder apreciar que en el cine estadounidense, con coartado creativamente ante nuevas olas conservadoras, aún tiene margen para proponer propuestas libres y alejadas de los cánones convencionales.
Nota: 8
Lo mejor: Alana Haim, especialmente, aunque también Cooper Hoffman. Maravilloso tándem, así como también que se hayan descubierto al público con una joya cinematográfica.
Lo peor: Verla con ojos contemporáneos. Anderson pide contextualizar unos años concretos, lo que puede provocar que el recelo de cierto público.