Se atraganta a veces la vida que parece tan normal y rutinaria. Cuando llega esa edad complicada en la que dejas de ser un niño, toca coger unas riendas que te han puesto delante de tus narices, sin quererlo ni pretenderlo, y comenzar a crecer, a pagar facturas, a pensar en críos y en pensiones. Y estamos acostumbrados a pensar que ese momento llega con naturalidad, pero no tiene por qué ser así. Está bien que entre mucho vértigo y está bien que queramos quedarnos anclados en un pasado fácil y cómodo. En 'Litus' la vida ha corrido demasiado deprisa y ya no vale fumarse un porro y decir "todo pasa". No todo pasa.
Un grupo de amigos treintañeros se reúne tres meses después del suicidio de su amigo Litus. El rencor, los reproches, la pena y todo lo que no se dijeron en su momento, saldrá a la luz como consecuencia del duelo que atraviesan, cada uno a su manera. Habrá quien nunca confesó y carga con la culpa, quien no es capaz de seguir adelante, quien lo intenta, a pesar de todo, y quien se ha beneficiado -por muy cruel que suene- de la muerte de su amigo. Estallarán los personajes cuando descubran que Litus dejó cartas de despedida para todos. Dani de la Orden dirige una historia que abre las puertas a la depresión, a la incongruencia y al no saber encajar en una sociedad que tiene todo preparado para ti desde el momento en el que vienes al mundo. La cuestión de ser feliz y a veces deprimirte, o vivir deprimido, pero saber fingir felicidad. La fina línea que separa las dos fronteras es real y es frágil y confunde a los personajes que observan cómo una le va ganando terreno a la otra.
Presentada en Málaga y basada en el guion original de la obra teatral de Marta Buchaca, el director ha conseguido alejarse de sus últimas películas ('El mejor verano de mi vida' o 'El pregón') y dibuja un drama cómico (o una comedia dramática) más personal. Vuelve (por fin) a las relaciones amorosas y a la amistad que ya retrató en sus 'Barcelonas'. La cinta describe a una generación empeñada en la superficialidad, el disimulo y el arte de fingir (sobrevenido por las redes sociales). Esa generación que se tropieza con las emociones, que lo vive todo rápido y sin detenerse y que no es capaz de abrirse en canal, ni siquiera con su grupo de mejores amigos. La juventud que practica la costumbre de quedar a tomar un café o una cerveza y ponerse al día sin hablar de ellos mismos. De contar cosas superfluas sin ahondar en sentimientos, la comunicación a trompicones que no dice nada. La película habla de los que se bloquean emocionalmente, pero son capaces de continuar y los que creen que se hacen mayores, pero se estacan en un continuo síndrome de Peter Pan. La necesidad de madurar y el reniego a hacerlo. De la Orden, de 30 años, sabe cómo resolver el reflejo de los treintañeros que no tienen problema en pasárselo bien y disfrutar de la vida, pero sí de mostrar el dolor y la pena. Esos jóvenes que se encuentran a medio camino entre las bromas y lo realmente serio, que no se sabe por qué motivo demoledor tienen tantas limitaciones emocionales.
El reparto lo conforman Belén Cuesta (Laia), que encarna a uno de los personajes más complejos, en una cinta que se aleja de lo que nos tiene acostumbrados. Brilla en la comedia y se hace hueco en el drama, a través de una mirada con ojos llorosos que mantiene durante casi toda la película. Se la ve cómoda y agradecida, desnudando sus inquietudes y esquivando los chistes (aunque es inevitable esperar a que haga alguno) que corren a cargo de Adrián Lastra (Marco). Lastra atraviesa todas las fases emocionales en 90 minutos: llora por su corazón roto, por el amigo que se ha ido, se ríe de repente, porque él siempre se ríe de la vida, y hace bromas en su papel asumido de payaso del grupo. Y se reencuentra con su pasado y enmienda los errores que cometió y es capaz de aceptar y perdonar e incluso de dejar de martirizarse tanto. Adrián Lastra conquista. Álex García (Pablo) también se emociona y se deja hacer. Completan la lista un emocionado pero contenido Quim Gutiérrez (Toni) que explota en su monólogo final -y se hizo con la Biznaga de Plata al mejor actor de reparto en Málaga-, Marta Nieto (Su) y Miquel Fernández (Pepe).
Los seis conviven en una atmósfera magníficamente creada entre las paredes de un apartamento amplio que a veces parece asfixiante. Los personajes consiguen atropellarse y chillarse en un salón colmado de sillones como si no hubiese hueco para todos. Todo se queda ahí dentro, el humor que destensa, la juventud a punto de dejar de serlo, la pena intrínseca que acompaña al que no entiende la pérdida de un ser querido, y los reproches y la rabia contenida entre un grupo de amigos que se rompió cuando uno de ellos se fue. La música acompaña y anticipa, pone banda sonora particular a Litus en cada mención de su nombre y guía al espectador por el camino que debe seguir. Iván Ferreiro se encarga de la canción original que el propio Litus compuso para sus amigos y que cierra la película con broche de oro.
Una historia cargada de sentimientos que estallan en el último tramo de la película y que generan congoja y un nudo aquí que no se deshace hasta que salen los créditos finales. Se instala en el espectador un sentimiento de angustia y una rara sensación de empatía. La película hace que estés dentro, que seas el séptimo amigo al que Litus abandonó sin dar ninguna explicación. Por eso quizás emociona y hace reflexionar sobre la brevedad de la vida, sobre lo vulnerables que son las personas de nuestro alrededor, sobre lo poco que dura lo bueno y lo largo que se hace el camino cuando algo se tuerce.
El guion sucede de manera natural, con la fluidez de la obra teatral en la que se inspira. y ese halo de escenario cubre a toda la película con unos planos fáciles y cómodos que no molestan sino que acompañan a los personajes. El espectador es testigo poco a poco de los tormentos de cada integrante del grupo. El principio de la película incomoda y enreda como si durante los primeros minutos la cosa no fuera del todo con nosotros. Después consigue encontrar el cauce para que sigamos una corriente que no parará de correr hasta el final. Todos los movimientos acompañan la situación, la arrastran hasta un final que cuadra y que se agradece. Los personajes reaccionan con contención, pero con fuerza, en una batalla entre todos por ver quién es el que más lamenta la pérdida de Litus o quién es el que está más enfadado. Una película en la que prima la historia y un guion que fluye y que no chirría nunca, con la ocurrencia del humor en medio de situaciones incómodas, para destensar y reír y llorar en el mismo minuto, alternado con los gritos que se permiten en tiempos de dolor.
En 'Litus' anochece cuando entra la luz en la vida de los protagonistas, que rezan por un perdón que cuesta hacer llegar. En 'Litus' hay lágrimas, carcajadas, se estremece el cuerpo en la empatía dolorosa que generan los personajes. El reflejo de una generación completa en seis historias entremezcladas. Se habla de Litus sin verle, el protagonista ausente, le entendemos sin saber quién es o, por lo menos, hacemos un esfuerzo sobrehumano por intentarlo igual que lo hacen sus amigos. Una película sobre la muerte, sobre el tabú del suicidio y sobre lo que pasa después de él. 'Litus' acaba como tiene que acabar, bien, con las conciencias tranquilas de esos personajes que dan vueltas y no entienden y quizás no entenderán nunca, pero podrán pasar página o simplemente salir adelante. Eso la mayoría de veces ya es mucho. Porque un final feliz no tiene por qué ser un final que acabe bien.
'Litus' se estrena el 13 de septiembre.
Nota: 8
Lo mejor: El excelente reparto y el guion que fluye y enseña. El retrato de una generación que bloquea sus sentimientos.
Lo peor: El principio no engancha del todo y deja al espectador fuera de la trama.