En una de las primeras tomas de contacto que espectador mantiene con Félix, el joven protagonista de 'Los Demonios', encarnado por Édouard Tremblay-Grenier, se asiste a un castigo velado, casi humillante y en el que el desdén y la ignorancia funcionan como arma disuasorias. Podemos comprender, entonces, que Philippe Lesage documentalista canadiense que se estrena en el largometraje de ficción con este film, quiere demostrarnos de alguna forma u otra que su Félix es un personaje mantenido al margen.
Por ello, deja que sean los demonios internos del pequeño los que muevan a un personaje cuyo principal atractivo es el hecho de tratarse de un preadolescente que está empezando a comprender ciertos impulsos, tanto internos como externos, con la complejidad que lo que rodar con niños actores conlleva.
Y es que en el mundo que Lesage nos presenta, los problemas son dibujados de una forma harto distorsionada, tal y como lo podría ser la visión de un pequeño que, lejos de comprender qué es lo que está sucediendo a su alrededor, únicamente tiende a imaginar, elucubrar y convertirse en el espectador de una historia que parece no ir con él.
Es aquí donde vuelve a entrar en juego la complicidad entre realizador y quien visiona el film, ya que a medida que los monstruos imaginarios de Félix vayan dejando paso a otros más reales que solo nosotros percibiremos cual amenaza, será cuando 'Los Demonios' alcance su propio cenit y se erija, en apariencia, cual coming-of-age al uso. Sin embargo, y con crítica incluida hacia la familia, con la eterna descomposición de la institución familiar que eso supone y dejando claro que lo idílico no va ligado a ella, conforme el ir y venir de personajes secundarios dibujados a modo de cliché se va convirtiendo en la esencia de la película, comprenderemos que estamos ante un film mucho más perverso de lo que aparenta ser.
La crisis de valores en el núcleo familiar, la representación del ecosistema propio que suponen los barrios residenciales, con sus monstruos que acechan a modo de leyenda urbana y se convierten en amenazas reales, y un despertar sexual dibujado de forma sutil, son los principales elementos que se derivan tras haber digerido la película.
Con ciertos puntos flacos de los que demuestran que estamos ante una ópera prima (de ficción, en este caso), como bien podría ser un problema de exceso de metraje y de tono irregular, sí que es más que evidente que podemos ver en la obra de Lesage algo de Roman Polanski, incluso Michael Haneke, directores en los que bien podría haberse sentido reflejado a la hora de componer una historia sobre la pérdida de la inocencia que sirviera también para hacer un pequeño tratado sobre la maldad humana y la vulnerabilidad de los más pequeños.
Nota: 7
Lo mejor: El magnetismo que desprende el jovencísimo Édouard Tremblay-Grenier, el auténtico alma de la película.
Lo peor: Algunos personajes secundarios demasiado impostados y un exceso de metraje que no era necesario.