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CRÍTICA

'Los muertos no mueren': El legado meta de Romero

Crítica de 'Los muertos no mueren', la película de zombis de Jim Jarmusch. En cines a partir del 27 de junio.

Por Javier Parra González 28 de Junio 2019 | 09:20

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Como dice el estribillo de 'The dead don't die', el tema de Sturgill Simpson que Jim Jarmusch convierte en un gag recurrente durante su película, que comparte título con dicha canción: "Hay una taza de café esperando en cada esquina". El café como ritual cotidiano directamente adherido a la condición humana, es solo una de las menciones que el cineasta hace a esa reminiscencia del muerto viviente en su regreso a la no vida.

Después de que Victor Halperin y Jacques Tourneur sirvieran como maestros fundadores para la concepción del cine de zombis tal cual lo conocemos a día de hoy (el primero, estrenaba en 1932 'La legión de los hombres sin alma', con Bela Lugosi a la cabeza del reparto; el segundo, fue el responsable en 1943 de 'Yo anduve con un zombie') tomando las leyendas haitianas y el vudú como principales referentes, en 1968 fue cuando un cineasta underground elevaba la concepción del zombie a otro nivel. Siendo plenamente consciente de ello y sin atisbo de rubor por caer en lo fácil a la hora de rendirle tributo, Jarmusch elogia como se merece a George A. Romero y la seminal 'La noche de los muertos vivientes', aunque pueda parecer que sus referencias caigan en la evidencia y haya quienes piensen que estamos ante el guiño fácil hacia el espectador potencial de 'Los muertos no mueren'.

Los muertos no mueren

Porque, siendo honestos, la gran mayoría podrá pensar que la nueva película del director puede estar destinada a un target de público concreto: el del fan del terror (y en concreto, a los completistas del cine de zombis). Nada más lejos de la realidad, sus intenciones quedan totalmente claras al dibujar el entramado de su propuesta como un título que pretende ir más allá de lo obvio (una comedia meta sobre muertos vivientes), volviendo a dejar claro que al cineasta siente fascinación por el género, algo que ya ha dejado claro en más de una ocasión y que ahora se atreve a darle la enésima vuelta de tuerca al subgénero.

Sin ser revolucionaria, y teniendo en cuenta que dicha etiqueta (la de la vuelta de tuerca, convertida ya en una coletilla que ha acabado por perder su verdadero significado) podría suponer cierta falta de originalidad a la hora de intentar dialogar con lo que una película nos quiere contar, es curioso ir descubriendo cómo, a medida que 'Los muertos no mueren' va estirando esa sensación de anticlímax que se nos presenta desde el primer momento, Jarmusch es totalmente consciente de que lo que nos ha puesto en bandeja no solo es una simpática comedia de terror hecha entre colegas, sino que deja a la vista las vísceras del género para que sean contempladas como es debido.

Los muertos no mueren

Volviendo a la frase de la canción de Simpson, la cotidianeidad y, por ende, el capitalismo exacerbado al que está unida la humanidad, se convierten en otro de los aspectos a tener en cuenta a la hora de rendir el pretendido tributo a Romero. Una oda a un director que no solo revolucionó el cine de terror, sino que acabaría siendo de vital referencia para la gran mayoría de cineastas asociados a la categoría de indie que vendrían después. Si en 'Zombi, el amanecer de los muertos vivientes' los susodichos regresaban al centro comercial como única forma de satisfacer el vago recuerdo de su anterior vida como humanos (con crítica social mediante), en 'Los muertos no mueren' nos encontramos con toda una retahíla de resucitados que adoptarán las aficiones y vicios que tuvieron antes de morir.

Desde Carol Kane en la putrefacta piel de la adorable y alcohólica Mallory O'Brien y su gusto por el Chardonnay, a un Iggy Pop más vivo que nunca pese a la condición de su (breve) personaje, acreditado como Male Coffee Zombie, nos encontramos con zombis que regresan a la parafarmacia en busca de Xanax, adictos al smartphone preguntando por WiFi o jóvenes boy-scouts a la caza de gominolas (y carne humana). Todas ellas, claro reflejo de una sociedad viciada por culpa del capitalismo del que ya hacía sátira Romero en su saga de los muertos vivientes, aunque aquí la crítica se hace desde lo paródico y claramente evidente, el principal aspecto a destacar de la propuesta de Jarmusch.

Los muertos no mueren

Deconstruyendo el género

Si con 'Dead Man', Jarmusch desgranaba los cánones del western a través de un onírico viaje que divagaba acerca de la condición del hombre blanco y el nativo norteamericano, y en 'Solo los amantes sobreviven' utilizaba los códigos del cine de vampiros para dejar clara la naturaleza nihilista de una idílica vida eterna, en esta deconstruye el propio cine de zombis a la vez que se posiciona como la mejor comedia de zombis desde 'Zombies party', atreviéndose a realizar guiños meta para con el propio género y la propia condición de película que nos presenta, los cuales vienen de la mano de dos de sus principales estrellas: Bill Murray y Adam Driver (y Chloë Sevigny, que está espléndida), quienes forman como el Sheriff Cliff Robertson y el Oficial Ronnie Peterson, un tándem glorioso durante todo el metraje.

Por ella, y pese a que podamos considerar que se trate de algo anticlimático desde su comienzo hasta su final, deambularán junto a los muertos deliciosos personajes escogidos por Jarsmuch a conciencia: Zelda Winston, la misteriosa nueva dueña de la funeraria interpretada por Tilda Swinton; Bobby Wiggins, el experto en cine de zombis a quien da vida Caleb Landry Jones; o Bob el Ermitaño, protagonizado por Tom Waits, el impasible espectador de la epidemia que ha llegado a la tranquila Centerville y que se convertirá en el principal aliado de aquellos que se dignen a disfrutar del festín de gore (que lo hay) y referencias que es 'Los muertos no mueren'.

Nota: 8

Lo mejor: La inteligente forma en la que camina entre línea del cine de terror, la comedia y el ensayo cinematográfico.

Lo peor: La sensación de que algunos de los secundarios están incluidos de manera un poco forzada.