Dos años después de 'Viaje a Nara (Vision)', Naomi Kawase, una de las cineastas más personales e intimistas de la cinematografía japonesa, revisita la maternidad con 'Madres verdaderas', con la que adapta la novela homónima de Mizuki Tsujimura. Sello de la Selección Oficial del Festival de Cannes 2020 y mostrada en el Festival de Toronto, fue la representante de Japón para la categoría de mejor película internacional en la 93ª edición de los Premios Oscar.
Kawase vuelve al mundo de las adaptaciones, aquel de que salieron títulos como 'Hanezu' o 'Una pastelería en Tokio'. Lo interesante de 'Madres verdaderas' es cómo aborda la cineasta la cuestión de la maternidad. Se trata de un tema profundamente personal para la realizadora (fue criada por su tía tras el divorcio de sus padres y era a quien consideraba como su referente materno), la cual firma también el guion junto con Izumi Takahashi. Esa intimidad la reflejó a la perfección la autora con 'Aguas tranquilas', uno de sus trabajos más entregados hasta la fecha. Con 'Madres verdaderas', Kawase toma cierta distancia, sin que por ello deje de ser un largometraje muy intimista, con el que la directora regresa triunfalmente a la mirada de la progenitora.
La cineasta crea varios relatos separados por el tiempo con los que ahonda en lo que significa ser madre. Su premisa empieza tras un supuesto incidente escolar. El matrimonio protagonista, formado por Satoko (Hiromi Nagasaku) y Kiyokazu (Arata Iura), recibe una llamada del parvulario al que acude su hijo, Asato (Reo Sato), un niño adoptado, para comunicarle que un niño ha acusado al pequeño de empujarle. El incidente sirve para conocer cómo afrontan la paternidad la pareja, especialmente Satoko.
A partir de ahí, Kawase realiza un extenso retrato de la maternidad y una profunda reflexión sobre lo que significa. La cineasta, una vez más, plasma la relación de la persona con su propio cuerpo y mente, con la naturaleza, con sus seres cercanos, con su propia alma, derivando en un largometraje con el que realiza un sentido homenaje a la maternidad, que más mucho más allá del vínculo sanguíneo. Por otro lado, no descuida darle voz y rostro a esas mujeres que dan a sus hijos en adopción. Kawase trata con cariño y respeto sus realidades; así como también los distintos motivos por los que son acogidas por la agencia de adopción del filme, siendo la joven Hikari (Aju Makita) la otra protagonista.
Un nuevo logro de Kawase. Una obra llena de delicadeza y mimo
El sentimiento de pertenencia y el vínculo son temas que Kawase ya ha tocado en anteriores trabajos suyos. Aunque la realizadora lo plasma adaptando un relato ajeno, sabe hacerlo suyo. De hecho, está profundamente hermanado con 'Aguas tranquilas', con varias secuencias contemplativas en las que el mar ejerce como anfitrión. El océano, el agua, Kawase lo enlaza con la muerte y la vida, con dar a luz, como bien lo plasmó en la mentada cinta de 2014. Esos azules oceánicos vuelven para este relato, en el que la conexión del ser humano con la naturaleza, otro tema habitual de la realizadora, está de forma elíptica.
A los elementos habituales del cine de Kawase se une también el de la reivindicación, menos habitual en su filmografía. 'Madres verdaderas' muestran la labor de las organización sin ánimo de lucro que ayudan a mujeres encinta que deciden dar a sus hijos en adopción. La realizadora nunca entra en el juicio moral, recordando mucho al homenaje que Jeanne Herry hizo a los servicios sociales (y también a la maternidad en clave de adopción) con la excelente 'En buenas manos'.
Si ello se le suma una fotografía exquisita, sello y marca de la autora, y una banda sonora que incide en esa delicada mirada sobre el amor y lo que significa ser buena progenitora -que no perfecta, vale recalcar-, 'Madres verdaderas' se convierte en un delicioso manjar cinematográfico, pura y poética deleite. Una nueva obra maestra de la reconocida directora, cuya visión propia de lo que significa el cine continúa dando magníficos frutos.
Nota: 9
Lo mejor: Los momentos íntimos de la pareja que conforman Satoko y Kiyokazu. Las escenas del mar, cargadas de simbología. La pulcra y cuidada fotografía.
Lo peor: El lirismo y la delicadeza que tiene no será del gusto de aquellos que busquen experiencias más directas.