Cine low cost le llaman. Aquel cine español que, debido a la crisis audiovisual en la que nos encontramos, está hecho a los márgenes de la industria con presupuestos nimios (en ocasiones casi auto-financiado) y que ha aunado a diferentes nombres como Carlo Padial, Juan Cavestany, Miguel Noguera o Carlos Vermut. Un cine que no depende de tantos intermediarios y que, por ende, se puede permitir salirse de la hoja de ruta trazada por el cine más comercial y abordar historias de una manera más arriesgada y audaz. No es que sea un cine que siga unas mismas pautas formales y estilísticas, ni siquiera temáticas, pero sí se trata de un cine que debe adaptar sus historias a la escasez de recursos de los que dispone y ello crea el contexto adecuado para explorar nuevas fórmulas con las que contar historias.
Carlos Vermut es uno de los mayores referentes de este llamado cine low cost. Su primera película 'Diamond Flash', que fue un proyecto de unos 20.000€, auto-financiado y estrenado directamente en VOD (vídeo bajo demanda), atesoraba un gran talento cinematográfico que con 'Magical Girl', su último filme, ha acabado de explotar y exprimir hasta el último fotograma. De narración circular llena de recovecos oscuros por los que quedar atrapado y contada en clave de fábula macabra con finísimos toques de humor negro, 'Magical Girl' nos habla de la dominación en una sociedad donde la felicidad de uno pasa por infligir el dolor a otro. Un perverso juego de muñecas rusas que desencadena un sádico efecto mariposa, frío y calculado, sobre el dominar y ser dominado.
Un puzle que encaja a la perfección
Si en 'Diamond Flash' Vermut ya demostró su capacidad para ir eliminando diferentes capas del guión para despertar diferentes lecturas de una misma situación, en 'Magical Girl' va un paso más allá y acaba de pulir las pequeñas aristas de aquella narración cerrando, aquí, un relato que encaja sus fragmentos a la perfección como un puzle de mil piezas. El mayor logro de Vermut reside en saber dosificar la información que da al espectador, de tal manera que éste ha de completar el enigma que se encuentra detrás de cada diálogo, sin perder ni una pizca de tensión. De hecho, estamos ante un superdotado en la creación de atmósferas enigmáticas con los mínimos elementos posibles, algo que, extrapolando en exceso, remite al minimalismo formal de Robert Bresson.
Jugando con el sonido, el fuera de campo y la imaginación del espectador, Vermut teje una tela de araña en la que atrapar a sus tres protagonistas principales que bailan a su son, como un titiritero y sus marionetas. Así te mantiene constantemente, atrapado por su trama, descolocado por sus giros de guión y pendiente, siempre pendiente, de lo que hay detrás de la habitación del lagarto negro. Una de las películas españolas del año que dará que hablar en la próxima ceremonia de los Goya.