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CRÍTICA

'El mal no existe': La corrupción de la inocencia

Crítica de 'El mal no existe', dirigida y escrita por Ryûsuke Hamaguchi. Protagonizada por Hitoshi Omika. Gran Premio del Jurado y Premio FIPRESCI en el 80 Festival de Venecia.

Por Miguel Ángel Pizarro Más 2 de Mayo 2024 | 11:30
Colaborador de eCartelera. Apasionado del cine y la cultura en general. Cine europeo y de animación, mi especialidad.

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Imagen de 'El mal no existe'
Imagen de 'El mal no existe' (Caramel Films)

Había curiosidad por ver qué dirigía Ryûsuke Hamaguchi tras su gran año 2021, en el que realizó las formidables 'La ruleta de la fortuna y la fantasía' y 'Drive My Car'. Reconocida la primera con el Gran Premio del Jurado de la 71 Berlinale, fue la segunda la que más difusión atrajo (Óscar a la mejor película internacional y nominada a mejor largometraje y dirección). Cineasta atípico, en España se ha prodigado poco por salas comerciales, estrena ahora 'El mal no existe'.

El mal no existe

'El mal no existe' obtuvo el Gran Premio del Jurado en el 80 Festival de Venecia. Proyecto que nació inicialmente como un mediometraje que acompañase a la música de Eiko Ishibashi, compositora de la banda sonora de 'Drive My Car'. Finalmente, lo que iba a ser una producción puramente experimental evolucionó en un largometraje de pleno derecho en el que, no obstante, sí que se percibe las ambiciones iniciales de crear una producción en el que la música y el sonido fuesen los principales protagonistas.

Hamaguchi, quien firma a solas el libreto, crea una producción de difícil encaje y de narración más críptica que su adaptación del relato corto de Haruki Murakami. Inicialmente, parece una fábula ecologista sobre la importancia del equilibrio entre la humanidad y la naturaleza. De cómo deben coexistir la sociedad con el ecosistema que lo rodea. Un joven viudo, Takumi, vive con Hana, su hija de ocho años, en un tranquilo pueblo muy a las afueras de Tokio.

El mal no existe

Su rutina se verá interrumpida cuando dos relaciones públicas, Takahashi y Mayuzumi, lleguen a la villa con la idea crear un glampling (una especie de camping para burgueses). El tanque séptico que instalarán en la zona afectará directamente en la calidad del agua, especialmente en la zona en la que los ciervos del bosque suelen beber. Por supuesto, esta premisa invita a pensar que Hamaguchi realizará un largometraje que evoque a ese espíritu ecologista del cine de Hayao Miyazaki, con el añadido de tener en cuenta cómo el turismo parece haberse convertido en la otra gran pandemia del mundo actual. Dado que introduce secuencias contemplativas llenas de lirismo, bien podría pensarse que se está ante una cinta con tintes del estilo de Naomi Kawase.

Hamaguchi se mantiene fiel a su espíritu rupturista

Pero está hablándose de Hamaguchi, un realizador que siempre ha optado por buscar un espíritu propio. La narración se rompe, provocando que lo que parecía una cinta llena de lirismo y denuncia social vaya tornándose en una especie de alegoría de la corrupción de la inocencia, de cómo hasta los animales más mansos (como los ciervos) son capaces de mostrar su lado más salvaje en situaciones extremas. Así, el film va tornándose en un espectral thriller con una atmósfera de terror.

El mal no existe

En cierta forma, sigue la premisa inicial, sólo que ese apacible bosque muestra una especie de irracional vendetta cuando se siente amenazado, como si un fantasma onryô se tratase. Al final, el rencor por el dolor infligido se vuelve irracional. Una apuesta arriesgada que demuestra que se está ante un cineasta que lleva ya tiempo reformulando cualquier género que haga pensar que sus propuestas predecibles. Ya reformuló las historias románticas con 'Asako I & II' o el de las segundas oportunidades con 'The Depths'.

En esta ocasión, ofrece una mirada rupturista, en la que termina haciendo cómplice al público. Finalmente, se llega a la conclusión de que toca dejarse llevar por el propio simbolismo de cada imagen. Casi como la filosofía de propio Stranvinski, no pensar ni en el pasado ni en el futuro, sino en el aquí y ahora. Eso sí, Hamaguchi lo realiza con el poder de la música de Ishibashi, la cual deslumbra como si de un personaje más se tratase; con el añadido de una hermosa y melancólica fotografía, obra de Yoshio Kitagawa; como de su reparto interpretativo, con Hitoshi Omika tomando el testigo de Hidetoshi Nishijima como el apesadumbrado protagonista.

'El mal no existe' es un fiel reflejo del espíritu de Hamaguchi, a quien la recepción internacional de 'Drive My Car' no le ha hecho desviarse de su propia manera de entender el séptimo arte. Hamaguchi muestra que quizás la maldad no exista, pero sí la crueldad, lo inhóspito y lo salvaje. Obra majestuosa a la par que radical. Uno de los títulos imprescindibles del año.

9
Lo mejor: Su cuidada narrativa, llena de sutilezas que contrastan con una violenta parte final.
Lo peor: Que no haya tenido tanto mimo por la distribución internacional como el que tuvo 'Drive My Car'.