El cine portugués continúa siendo una de las industrias más experimentales y autorales que existen en la cinematografía europea. A pesar de prodigarse poco en salas españolas, su presencia se deja sentir gracias a cineastas como Pedro Costa o João Pedro Rodrigues. Tras obtener el Premio FIPRESCI en la sección Encuentros del 70 Festival de Berlín y el premio a la mejor película en la sección Zabaltegi-Tabakalera del 68 Festival de Sen Sebastián, se estrena 'La metamorfosis de los pájaros', ópera prima de Catarina Vasconcelos.
Vasconcelos formula en retrato familiar y generacional. Eso es a grandes rasgos del largometraje. Sin embargo, en ese lienzo del árbol genealógico, Vasconcelos realiza una reflexión sobre las relaciones conyugales, paterno-filiales, el lugar de la mujer tanto en la familia como en la sociedad, la pérdida de la niñez, la melancolía por aquellos seres queridos que ya no están, los vínculos afectivos con el propio medio. Todo ello, la realizadora lo configura en un largometraje en el que la línea entre ficción y documental es muy endeble. Es más, podría decirse que es una respuesta concreta a 'My Mexican Bretzel', el magistral debut de Nuria Giménez Lorang.
Si en 'My Mexican Bretzel', Giménez Lorang apostaba por la mentira como una manera diferente de narrar la verdad; Vasconcelos opta por utilizar la verdad como una catarsis en la que lo que cuenta no tiene por qué ser completamente fidedigno a la realidad. En ese aspecto, la cineasta también recuerda a una de las grandes de la cinematografía lusa, Rita Azevedo Gomes, especialmente en lo referente a la narración en off de la historia y cómo se conjuga con las imágenes, las cuales son más bien alegorías poéticas, llenas de lirismo con cierto aire de saudade.
Un largometraje que evoca la belleza de lo perdido, lleno de nostalgia
Y en esas imágenes, la forma en la que plasma las secuencias Vasconcelos recuerda especialmente a 'Correspondencias'. En esas conversaciones generacionales, la cineasta crea un relato histórico, comienza con las epístolas que enviaba Beatriz, su abuela, a su abuelo, Henrique, marine cuya vida ha estado más en las aguas que con su familia. Esa disonancia, las largas ausencias del cabeza de familia (en el sentido antiguo de la expresión) y sus consecuencias se plasman muy bien en el filme, al pasar de escuchar las cartas del matrimonio de Beatriz y Henrique a las vivencia de Jacinto, padre de la realizadora y cómo él y sus hermanos sirven de nexo para formar un vínculo entre los abuelos y los nietos.
Un relato nostálgico que enlaza con otro más contemporáneo, al llegar a las vivencias de la propia Vasconcelos. Todas las generaciones se unen, además, por un trágico destino: la ausencia de las figuras femeninas en un determinado momento, primero con la inesperada muerte de Beatriz, que provoca que el marine ausente deba arribar en tierra. Luego con el deceso de la propia progenitora de Vasconcelos, lo que provoca una unión inusual entre los supervivientes padre e hija.
Esas conversaciones generacionales, que reivindican la figura materna, se convierten también en un homenaje a las mujeres, a su posición en la familia, como también a la sociedad. Finalmente, Vasconcelos hace un símil entre el legado del clan y el que de la propia naturaleza, mostrando los ejes fundamentales del ciclo de la vida y la importancia de disfrutar de cada uno de ellos. La forma en la que lo narra está lleno de simbolismo, con secuencias cuasi místicas, propias de una ensoñación, que envuelven al público en una experiencia llena de sensaciones.
Sorprendente y arriesgado debut. Vasconcelos aspira a convertirse en una de las figuras más interesantes del cine luso, baluarte de los largometrajes de arte y ensayo. Un filme delicado, exuberante y transmite el sentimiento de nostalgia de una forma excepcional y tremendamente vivida.
Nota: 9
Lo mejor: La simbología de cada escena y cómo se conjuga con la narración en off.
Lo peor: Que al ser cine de arte y ensayo no vaya a tener la difusión deseada.
