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CRÍTICA

'Mi gran pequeña granja': Dialogando con la naturaleza

Crítica de 'Mi gran pequeña granja', documental dirigido y escrito por John Chester. Mostrada en la Selección Oficial del Festival de Sundance y en el de Toronto.

Por Miguel Ángel Pizarro Más 31 de Enero 2020 | 13:10
Colaborador de eCartelera. Apasionado del cine y la cultura en general. Cine europeo y de animación, mi especialidad.

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Uno de los retos de la sociedad actual es el desarrollo sostenible para poder frenar las consecuencias del cambio climático. Se hacen convenciones, campañas de sensibilización, políticas gubernamentales, tratados que buscan el consenso internacional. Sin embargo, en muchas ocasiones, son los pequeños detalles, las historias anónimas y cotidianas los que motivan el cambio. El documentalista John Chester y su esposa, la chef Molly Chester, decidieron dejar el mundanal ruido de la ciudad e instalarse en el campo para convertirse en granjeros.

Mi gran pequeña granja

El principal motivo del cambio al campo era Todd, el perro al que acababan de acoger, que causaba problemas de convivencia en el vecindario por sus ladridos. Inicialmente 'Mi gran pequeña granja' parece una cinta feel-good de superación personal, en la que dos burgueses lo dejan todo para plantar un huerto y sentir el contacto con la naturaleza. Pero no hay que dejarse engañar por las apariencias, porque se está ante un filme que muestra la realidad y el día a día de los sueños e ilusiones de conectar más con el campo.

Una mirada optimista que es consciente de la realidad

Ahí precisamente está una de las mayores virtudes del documental, que es optimista dentro de un tono realista, que muestra cómo el matrimonio Chester aprende a comunicarse con la propia naturaleza, que pone en valor hasta la existencia de plagas y depredadores, que dialogan con el entorno, buscando un equilibrio entre ser agricultor y respetar el medio ambiente, la flora y fauna que acaba rodeándoles. Pues, al fin y al cabo, antiguamente era así. "Todos deben tener su lugar y contribuir en este ciclo", dice Chester en la cinta.

Mi gran pequeña granja

Eso le da al filme una mirada social y muy honesta, con la que el director, además, se introduce como narrador, junto con varias escenas de archivo que dan la sensación de ser testigo de la construcción de una realidad y una reflexión personal. De forma paralela va viéndose la evolución de los Chester en el campo, mientras va escuchándose lo que han aprendido sobre lidiar con los depredadores, con la muerte de los animales que cuidan, mirando cara a cara el rostro más amable y también el más impasible de la naturaleza.

Un auténtico canto de amor a la naturaleza, a la búsqueda del equilibrio

Chester hizo un diario visual que ahora convierte en largometraje, el trabajo es excepcional, especialmente a la hora de concentrar el mensaje y sus vivencias en un documental de 91 minutos, obra de Amy Overbeck, montadora del filme. Su mensaje, en el fondo, es auténtico ecologismo, sin dogmas, conociendo la realidad de a pie, con un enfoque esperanzador, que invita a gestionar una granja emulando los ciclos de la propia naturaleza, entendiendo que es una realidad en la que el ser humano debe aprende a interpretar dentro de un respeto, en el que todos los actores, desde las plantas, los cultivos, los animales de granja, los depredadores, el propio ser humano, tienen una función.

Mi gran pequeña granja

Y lo hace mostrando los problemas con la cosecha, la muerte de animales queridos, lidiando con plagas de insectos y la aparición de depredadores como comadrejas o coyotes, enseñando que reconectarse con la naturaleza, crear una granja sostenible, es esfuerzo, trabajo duro y constancia. Maravilloso logro audiovisual, con el que Chester realiza una labor mucho más importante de lo que aparenta a simple vista. Un filme sólido y didáctico, alejado de dogmas y basado en la propia experiencia.

Nota: 8

Lo mejor: Su mirada optimista que es plenamente consciente de la realidad.

Lo peor: Pensar que el caso de los Chester puede ser aislado.

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