El año pasado, la directora y guionista francesa Léonor Serraille regresó al reputado Festival de Cine de Cannes tras ganar en 2017 la Cámara de Oro por su debut, 'Bienvenida a Montparnasse'. Una vez más, presentaba un relato tan crudo como vitalista sobre mujeres en Francia sin recursos pero con ansias de vivir y disfrutar. Un año después, 'Mi hermano pequeño' llega a los cines de su país vecino, con la misma inspiración interesante pero un acabado mucho más irregular.
Relato bienintencionado pero tedioso
Desde una perspectiva tan intimista como ambiciosa, Serraille se propone contar el desarrollo personal de una madre y sus dos hijos de Costa de Marfil durante varios años desde que llegan a Francia. Su mayor logro es esa acertadísima estructura en tres actos con los tres puntos de vista tan inteligentemente relevados. Sin embargo, la narración va decayendo durante unas necesarias pero larguísimas dos horas. Tan solo una fugaz banda sonora muy bonita consigue aligerar el pesadísimo ritmo y generar algún sentimiento.
Aunque los niños cambian de intérpretes, Annabelle Lengronne se mantiene como la madre gracias a un sutilmente acertado maquillaje. Ella y los actores del hermano al que da título el film son los que aprovechan los interesantes grises de la historia para lucirse.
Muy sabiamente, la película no idealiza ni a los hijos ni la maternidad. Todos necesitan amor para sobrevivir de la misma manera que necesitan el alimento y hogar al huir de su país de origen. Esta interesante paradoja entre el sobrevivir y el vivir o el difícil equilibrio entre el deber y el querer con mucha resignación y culpabilidad genera un interesantísimo debate muy poco profundizado.
Mirando de cara al extranjero
Desde una perspectiva más amplia, la película transita por bonitas ciudades, edificios, rutinas y personajes que crean el necesario contexto para su ambicioso tema social: la integración en Europa de los refugiados, tanto a nivel educativo y laboral como emocional y relacional. Una vez más, todo ello se refleja pero nada se profundiza. Por mucho que la austeridad deje espacio al espectador para reflexionar, se echan de menos más personajes, subtramas y conversaciones. Así iría más allá de la superficie en el estudio de esos estratos como el colegio o el lugar de trabajo.
Es una pena que a nivel fílmico no funcione, ya que a nivel intelectual desde luego que tiene todos los ingredientes para luchar contra la xenofobia y el racismo con la mejor estrategia posible: la empatía. La magia de esta película reside en ponerte en el lugar de esa persona a la que sueles ver tan lejana de la manera tan especial que tiene el cine: contándote toda (repito, toda) su historia.
Y aunque acabes cansado, el visionado de 'Mi hermano pequeño' te deja con el deseo de poder tener esta perspectiva amplia de todas las personas de ahí fuera. Así, de la manera tan detallada que intenta narrar la película, podríamos entender los factores (casi siempre) externos que han llevado a esa persona a tener éxito o a no tenerlo. Y así, quizás, no condenarla como es imposible hacer con estos personajes.
Todo ese camino pesado cobra sentido en la maravillosa escena final, la mejor de la película con diferencia y la única que realmente emociona. Esos buenos diálogos en una mágica conversación son los que deberían haber marcado el resto del metraje para que no quede en ese vago recuerdo de un viaje interesante y necesario pero tan vacío hasta el final. 'Mi hermano pequeño' falla como película, pero lo hace con alma y con una invitación a conocer la historia de las personas extranjeras que nos rodean.