En ocasiones, los biopics nos ofrecen la oportunidad de escuchar el relato vital de ciertos personajes interesantes destinados a caer en el olvido. Ya nos sucedió en películas como 'Ágora' (que nos descubría a una filósofa griega llamada Hipatia) o en cintas de corte más intimista como 'La chica danesa', que nos desvelaba la casi desconocida historia de Lili Elbe. 'Monsieur Chocolat', que llega a los cines este viernes 29 de abril, pertenece a ese tipo de materiales encargados de rescatar a grandes personalidades incomprendidas y presionadas por la sociedad de su época.
Norte de Francia. 1897. Un señor cubano (Omar Sy) se viste noche tras noche con un atuendo de primate para sembrar el terror y la admiración entre los espectadores que asisten a la carpa en la que actúa. Se ha convertido en el sentido literal, en un auténtico mono de feria, en una marioneta. No obstante, su rutinaria y frustrante vida comienza a cambiar cuando se une al payaso Foottit (James Thiérrée) con la intención de crear un número cómico que les permita prosperar en el mundo del espectáculo. Y lo consiguen, y además con creces: tras su traslado a París comienzan a ganar fama y popularidad al poco tiempo de adaptarse a este nuevo escenario.
Aunque el título de la cinta sólo hace referencia a uno de los personajes principales, 'Monsieur Chocolat' se centra en la relación de amistad entre dos compañeros de profesión, Rafael Padilla y un clown que se encuentra al borde del fracaso. Un vínculo contaminado por la dependencia laboral y emocional, los prejuicios raciales, las ambiciones personales de cada uno y hasta, quién sabe, por un posible amor frustrado por parte de uno de ellos.
Y aunque el subtexto presente en la cinta se hace evidente a los pocos minutos de que arranque el largometraje (ya hemos visto los estragos que causa ser negro en el momento menos indicado gracias a cintas como 'Criadas y señoras' o a la dolorosa y letal '12 años de esclavitud'), la película desprende un sutil, inteligente y nada manipulado discurso sobre la discriminación racial. Y, a diferencia de otros biopics que caen en el sentimentalismo más burdo y torpe, el film dirigido por Roschdy Zem esquiva hábilmente fórmulas típicas de este subgénero para conectar de forma elegante un mensaje sobre el racismo con otras tramas que hablan sobre luchas de ego, alianzas artísticas, conflictos vitales y amistades podridas.
Degeneración circense
El responsable de ello no es otro que un maduro guion que se encarga de seleccionar hábilmente aquellos pasajes que resultan dignos de mención. Y esa acertada representación de la decadencia ocasionada por la fama y la búsqueda de la identidad personal encuentra interesantes elementos de puesta en escena en los que desarrollarse. Con un diseño de producción estudiado al milímetro, el film nos regala un verosímil y estimulante viaje por el mundo de aquel circo primitivo de finales del siglo XIX y principios del XX repleto de figuras asimétricas, bufones y envidias entre artistas con narices de plástico. Eso sí, la representación visual de este universo de carpas y arenas carece de la extravagancia presente en otros films como 'Balada triste de trompeta' o de la idealización impuesta en materiales como 'Agua para elefantes'. En esta ocasión, el anfiteatro y sus alrededores se nos muestran desde una óptica gris, sucia y melancólica. Una estética muy en consonancia con los conflictos y vivencias experimentadas por sus protagonistas.
Mención aparte merecen las interpretaciones principales. Omar Sy y ese acrobático y vital actor llamado James Thiérrée parecen haber nacido para encarnar a los personajes de la cinta. Además, todos y cada uno de los planos compartidos por ambos desprenden una química que traspasa la pantalla. Unas sólidas recreaciones muy bien aprovechadas desde el punto de vista de la dirección. Pues Roschdy es capaz de sacar el máximo partido a las actuaciones protagonizadas a pie de pista gracias a unos movimientos de cámara perfectamente coreografiados que se sostienen sobre los rostros de los dos actores. Y uno es incapaz de apartar la mirada de tan talentoso, entretenido y vibrante espectáculo.
Porque a grandes rasgos podemos decir que 'Monsieur Chocolat' merece un claro visionado. Muy en la línea de aquella desconocida y poco valorada Margaret Keane en 'Big Eyes', la cinta nos desvela parte de la historia de un artista que no fue reconocido en su época a pesar de conocer un éxito extenso. No nos encontramos ante una biografía idealizada, sino ante un material que aprovecha recursos interpretativos y estéticos para retratar la triste realidad de una época y el trágico devenir de un conmovedor e ignorado personaje llamado Chocolat. Porque ya era hora de que alguien reparase en aquel clown negro que se movía torpemente en las primeras cintas de los hermanos Lumière.
Nota: 8
Lo mejor: La química que desprenden Omar Sy y James Thiérrée a pie de pista.
Lo peor: Algún que otro truco de guión.