A hurtadillas, situando desde el inicio al espectador en el lugar en el que se encontraba el personaje de Gene Hackman en 'La conversación' (1974), escuchamos una charla privada sobre la imagen de un teleférico suspendido en el aire, que como la película de Cristóbal Fernández y Ana Schulz, se asoma al abismo, al borde de no poder finalizarse. Con esa secuencia tan descriptiva y a su vez misteriosa arranca 'Mudar la piel', sobre la que resulta un reto profundizar sin revelar demasiado de su inteligente dispositivo. Como su propio título anticipa, la película muda constantemente de piel al igual que su protagonista, o más bien objeto de estudio a través del que recorrer la historia reciente del país, un espía del CESID cuyo seguimiento permite abrir un sugerente debate sobre la representación documental y del conflicto vasco.
Una fotografía es el punto de partida de 'Mudar la piel'. En ella figura en primer término Juan Gutiérrez, padre de la propia Ana Schulz, mediador durante la lucha armada de ETA cuyo rostro afable y su discurso siempre tan lúcido como generoso orientan el metraje. Al fondo, desenfocado, se encuentra Roberto, el espía que vigilaba sus actos y que durante años se hizo ganar su confianza. Sobre esa extraña relación de amistad gira en un principio la película, replanteando nuestras ideas preconcebidas sobre la identidad y la traición al profundizar en el vínculo que les une y no parece romperse.
Pero como en todo gran documental que toma conciencia y se nutre de su propio proceso creativo, nada sale como se esperaba. Aunque la idea que inicialmente sobrevuela a sus responsables sea la de filmar el ansiado reencuentro entre Juan y Roberto, con el fin de cerrar una vieja herida y encontrar sentido no solo a una amistad, sino también a todos los cruentos años de terrorismo, Roberto no parece estar por la labor. Sin remarcar en exceso sus formas híbridas, la película se convierte paulatinamente en un documental sobre el propio rodaje. Los directores toman partido, Ana emerge en primer plano para conversar por separado con su padre y con Roberto, exponiendo los riesgos, desafíos y fracasos del proyecto, lo que conduce de forma asombrosa al territorio del thriller y convierte a los propios realizadores en espías con el fin de salvar la película.
Un documental familiar disfrazado de thriller político
Al igual que en la citada fotografía nuestra mirada recorre el campo de visión hacia el personaje en segundo término para volver a recobrar constantemente nuestro interés el rostro de Juan, 'Mudar la piel' insiste en analizar qué clase de persona se escondía detrás de Roberto, algo que intenta por medio de conversaciones y de material de archivo que nos descubren su implicación con la trastienda de la historia reciente de España, así como su paso por la cárcel tras ser acusado de revelar secretos de estado. Pero en cambio, de forma inconsciente la película vuelve una y otra vez a Juan, a sus recuerdos, a los de su esposa y a su relación con su hija, el auténtico corazón de la propuesta.
Y esta es solo la primera de las capas documentales de un largometraje que integra con rigor el material gráfico (de entrevistas televisivas a hemeroteca de la época) para dar forma a lo que no deja de ser un film familiar. Pero uno tan particular que no se entendería sin relatar a través del mismo la historia reciente de España. En cualquier caso, aunque en su complejidad 'Mudar la piel' depende de una resolución final que desmonta por completo el visionado y nos invita a replantear el concepto de representación, no se trata de un mero golpe de efecto, hablamos de un acto de coherencia y justicia fílmica. En el fondo con la película se trataba de llenar un vacío, tanto personal como cinematográfico, de hacer memoria y establecer un posicionamiento ideológico y crítico que sus directores persiguen hasta las últimas consecuencias, aproximándose a la verdad misma a través del artificio, al igual que lo hiciera su amistad.
Nota: 8
Lo mejor: Su elegancia al revelar su dispositivo documental sin que afecte a su veracidad ni al compromiso político con la realidad.
Lo peor: Que por el bien de la película la identidad de Roberto deba seguir siendo un enigma.